jueves, 13 de diciembre de 2018

EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD


No sé si se debe al cambio climático o a que desde que soy madre el tiempo pasa a la velocidad de la luz, pero juraría que ayer mismo estaba en la playa embadurnando a las herederas con crema solar hasta las cejas.

—¿Mami podemos poner ya el árbol? ¿Podemos ya? ¿Podemos?

Eran las siete de la mañana del domingo.

—¿El de Navidad? ¿Ya? Pero si aún no hemos celebrado Halloween ¿verdad?

En realidad, a esas horas, no sabía si quiera si había nacido ya o seguía feliz y calentita buceando en la barriga de mi madre.

—No mamá, Halloween es mañana. ¿De qué nos vamos a disfrazar? Ji, ji, ji —ellas son así; les entra la risa nerviosa cuando ven una oportunidad de disfrazarse y de que yo tenga que levantarme seis horas antes para pintarles la cara. A las tres.

—¿Mañana? ¡Pero si tu hermana aún tiene la señal de los manguitos en los brazos y yo aún estoy recogiendo arena del maletero del coche! Vaya, pues habrá que improvisar.

 Improvisar en casa significa adaptar los disfraces de Carnaval a un outfit zombie: reina regente zombie, Frida Kahlo zombie, Blancanieves independiente zombie, Cenicienta empoderada zombie… y así. Es ponerle unas ojeras y a correr.

 El caso es que, de repente, la Navidad vuelve a estar aquí.

Y a mí, en lo que a decoración navideña se refiere, no me ganan ni en casa del mismísimo Papá Noel.

—Chicas, a vuestros puestos. Preparadas, listas ¡ya!

Qué caras, qué ojitos, que manos sacando bolas de colores y esparciendo el musgo del Belén por toda la casa. El Niño Jesús jugando en casa de Peppa Pig, la Virgen y San José corriendo rallies por el pasillo, los Reyes Magos perdidos en algún lugar debajo de mi sofá… Qué bonito es dejarles dar rienda suelta a su creatividad por unos instantes, los que tarda en aparecer mi manía de colocarlo todo a mi gusto y bien derechito. Ay, ya pasó, ya pasó.

Más tarde, una vez adornada la casa, abordamos los dos temas fundamentales de la Navidad en la familia media española: comida y regalos.

En mi familia tenemos una tradición ancestral que consiste en que todo el mundo haga como que va a cocinar algo hasta que interrumpo yo y digo:

—Anda, qué tontería. Luego sobra muchísima comida, como todos los años. Yo me encargo del menú y vosotros de los postres.

—De ninguna manera, entre todos.

—Que no, insisto.

—Bueno, pues nosotros el vino.

—Vale, pues nosotros pasteles de Confitería Manuela.

—Mira que eres bruta. Anda, nosotros llevamos la sidra, que luego nadie se acuerda.

Y así todos los años. Tradición ancestral, ya digo.

Una vez solucionado el tema de la gastronomía, nos adentramos de lleno en el mundo de los regalos.

—Cari, este año qué hacemos ¿amigo invisible?

—Pues no sé, porque luego le toca regalarme a tu tío Fermín otra vez y ya me sale el Agua Brava por las orejas.

—Pues ponemos un límite.

—¿De buen gusto?

—De dinero.

—Claro y con veinte euros qué compras. Y encima quedas de cutre para todo el año.

—Pues un detalle para cada uno.

—Somos treinta y cinco.

—¿Un detalle handmade?

—¿Eso qué es? ¿Lo de hacer barquitos de papel y pajaritas?

—¿Y si nos inoculamos un virus y pasamos las Navidades en el hospital descansando?

—¿Pero un virus, cómo? Flojito ¿no? Algo leve ¿verdad?

—Mira, ya está, yo me encargo.

—Lo veo, cari. Lo veo.

Aunque el papel estelar de la Navidad lo tienen las cartas interminables de las tres herederas.

—Mami, quiero esto y esto y esto. También esto y esto para mí pero para jugar con mis hermanas, así que no cuenta para mí sola. Y esto. Ahhhh, y estooooo. Esta hoja entera también y después lo que ellos quieran de sorpresa, pero sobre todo quiero un Ksi Merito llamado Cachipanga. Eso lo quiero más que a nada en el mundo. Más que a todos los juguetes del mundo entero y del Espacio Sideral. De aquí a infinito lo quiero, mami.

—¿Quieres qué?

—Un Ksi Merito llamado Cachipanga, mami. Viene con dos mamaderas y un chupón.

Ante semejante respuesta no sé si preguntarle o vivir en la ignorancia para siempre. Finalmente pregunto, cuando noto que me han hecho efecto las tres tilas que me he tomado de golpe.

—Dime, cariño, eso de las mamaderas ¿qué es?

—Pues lo que come el bebé, mami.

Mierda. ¿Estos bebés son de teta, de biberón, de mixta? ¿Será el relactador, el sacaleches? ¿Será posible que ya los informen tan bien sobre lactancia y yo no me haya enterado?

Decido mirar en San Google y descubro que son unos juguetes mexicanos, que las mamaderas son biberones y los chupones, chupetes. Ahora entiendo a mi madre cuando decía que eso de “followers” no le acababa de sonar del todo bien.

Una vez aclarados los términos, decido empezar a buscar a Cuchipanda en la única tienda que los vende en España.

—Hola buenos días. Querría un Khsiete de nombre Charangana. No, un momento, por favor. Un KsiMerito llamado Cachipanga.

La dependienta me mira con cierta sorna y decide hacerme esperar unos segundos interminables antes de abrir la boca para contarme que:

—Están agotados, señora. Tenemos a su disposición una lista de espera en la que puede apuntarse por si nos llega nueva mercancía.

—Ah, muy bien. ¿Podría apuntarme, por favor?

De nuevo la mirada.

—Claro, ya está. Es usted la seis mil doscientos veintidós.

Luego dirá mi cuñado que somos los únicos que le dejan la Tablet a una niña tan pequeña. Por lo menos hay seis mil doscientos veintiún niños más.

Como aún es pronto, decido volver paseando a casa. Al principio lo hago cabizbaja, mas concentrada en el menú de Nochebuena que en quien voy a tener sentado a mi lado; más preocupada por elegir un buen regalo que por sentirme afortunada de poder hacerlo; haciendo malabares con el presupuesto, recopilando recetas de mi cabeza. Entonces las veo. Las luces. Montones de ellas reflejadas en las pupilas de todos los que pasean a mi lado, como estrellas minúsculas de ilusión. Y le dejo pasar. Las prisas, las responsabilidades, la ansiedad del trabajo, de la casa, todo esperará fuera para que entre él. Ahora sí, de nuevo tengo ocho años… ya no importan las cuentas, no importan los malentendidos y los medio enfados. Importa la alegría, compartir risas, momentos, abrazos que quizás no se dan en otras épocas del año. Importa la ilusión de los días y las noches más mágicas del año.

               Bienvenido Espíritu de la Navidad.

Felices Fiestas llenas de ilusión.










LA ZONA DE CONFORT


Resulta que un día estás feliz, tranquila en la zona de confort en la que te sientes segura y relajada, convencida de que ningún elemento extraño podría alterar ese estado zen que acabas de alcanzar en pijama, sobre el sofá de polipiel y  con los pies en alto por fin, cuando de repente ves llegar a tu pareja con la cara desencajada diciendo:

—¡Cari, tenemos que ver esta serie juntos! Es brutal, impresionante, colosal, una pasada, cariño ¡Esta noche empezamos! ¡Tiene una puntuación de nueve con seis en la escala Candemorenaw de seriéfilos.com!

Y a pesar de que tú ya has encontrado esa serie a tu medida, tan afín a tus gustos y que casualmente protagoniza ese actor que transmite tanto… ¡tanto! ¿Qué es la vida sino un toma y daca, un “un día por ti y otro por mí”, un probar cosas nuevas, cambios, salidas de zonas de confort de polipiel? Lo ves tan emocionado con los ojos fuera de sus órbitas y la vena de la frente palpitándole de amor serial, que no te queda otra que decirle:

—¡Claro Querido! En cuanto se acuesten las niñas, nos hacemos palomitas, unos margaritas y la vemos juntos en el sofá.

Además, que une mucho eso de ver series juntos y darle codazos en el hígado cuando ocurre lo que ya le habías adelantado en el minuto dos mientras le dices:

—Te lo dije, te lo dije, te lo dije.

De paso le recuerdas lo intuitiva, sagaz y desorbitantemente lista que eres. Por si acaso.

Pero en realidad sé que nos encontraremos frente a un gran monstruo de tres cabezas que deberemos vencer con la maestría de un ilusionista, la rapidez de movimientos de un ninja y la suerte del ganador de la lotería de navidad.

Las niñas querrán acostarse tarde porque los viernes tienen bula papal y porque ellas no están cansadas en absoluto. Puede que se les caiga la cabeza y metan la frente en el plato de sopa de la cena, pero ellas todavía no están cansadas; puede que por las eses que van haciendo por el pasillo pienses que sí, pero contra todo pronóstico y según juran en lenguas muertas o en su inglés de Dora, ve a saber, ellas todavía no están cansadas; puede que sea lo lógico después de haber madrugado, hecho dos horas de extraescolares, una de parque, tres simulacros de incendio seguidos y una media maratón y volver, pero no, ellas no están cansadas.

Primera parte del plan: Mal pronóstico.

El tema de las palomitas es factible. Nada que objetar. Bueno, si acaso la gachetomano gigante que dificulta enormemente que alguna palomita llegue a mi estómago.

Segunda parte del plan: Pronóstico menos grave.

Tema margaritas, perfecto. Ya que no voy a comer, por lo menos evito morir deshidratada fuera de mi zona de confort.

Tercera parte del plan: Pronóstico reservado.

Luego nos encontramos con la dificultad añadida de sentarnos los dos juntos en un sofá de tres plazas, con dos niñas tratando de mantenerse despiertas a toda costa con tal de no irse a la cama, y un bebé que cree se cree Enrique Iglesias de joven pasándose de una punta a otra de las gradas entre los brazos en alto de su público. Ella trepa por mi cabeza, baja por mi coleta como si fuese una liana en lugar de mi cabello quebradizo, pasa reptando entre las piernas de sus hermanas y se come un objeto no identificado del suelo cuyo sabor le agrada a juzgar por la búsqueda exhaustiva que realiza por debajo del sillón, de los zapatos y de la alfombra.

 Acto seguido trepa por las pantorrillas de su padre portando en la boca todas las pelusas que ha encontrado debajo del sofá pero, cuando ya pensamos que ha encontrado un hueco en el que estar cómoda, comienza a  chillar con un timbre tal que los perros del vecindario entran en bucle, aullando como si tuviesen a la niña de la curva de cuerpo transparente presente, con el único fin de que papi se levante y le deje a ella su sitio. Después, con una mirada, nos hace levantar a las demás como si del mismísimo Houdini se tratara, porque necesita salir de su zona de confort también y decide practicar puénting para bebés desde el brazo del sillón, pero se da un golpe en la frente por calcular mal, entra en bucle de llanto y carcajadas y finalmente llama a su nave nodriza para reportarles que nos tiene a todos a raya como se le encomendó en la misión.

Cuarta parte del plan: Pronóstico de muerte cerebral. Piiiiiiiiiiiiiiiiiii.

Está claro que no somos de ese tipo de parejas que pueden ver series dándose codazos y bebiendo margaritas como si estuvieran acostumbrados.

Venga, leche caliente para todos y la manta bien estirada que nos cubra los cinco pares de pies.

Pero a veces, cuando lo deseas mucho, los sueños se hacen realidad y las niñas se quedan dormidas a la segunda actuación de Tu cara me suena.

El sofá para los dos, leche caliente en el estómago, las once de la noche de un viernes lectivo, pijama con microclima incorporado… o sale Paco León en la serie o no paso de los créditos iniciales.

—Aquí tienes cariño, margaritas y frutos secos para ver la serie. La pongo, ¿vale?

¿Puede ser más leche y roscas de anís de mi madre? Venga, un sorbito solo. Uy, está bueno. A ver, otro poquito. Pues la canción me gusta mucho. Y esto qué lleva dices. De México. Ah, muy bien, pues ponme otro. Qué tres, ni que tres, si los vasos son muy chicos, ponme uno generoso y verás como me dura más, Querido. Y este dónde sale que me suena ¿no hace un anuncio de colonias? Esto al final es un sueño, como lo de Los Serranos, ya verás. No, yo sueño ya no tengo nada. Ponme otra turgalita y qué viva México, cari. Madre mía, vaya derroche en coches chocados, se ve que tienen presupuesto ¿eh? ¿eh? Cari ¿te duermes? Cari…

¡Bueno, un nueve con nueve les he dado yo en la lista Candemorenaw de seriéfilos.com! El diez no porque se relajan. Impresionante lo que hay fuera de la zona de confort. Ya me he dado de alta en un foro de frikis de series y hemos quedado para ver el capítulo final en una gran quedada virtual con margaritas. Moderadora con plenos poderes me han hecho en cuatro horas que llevo como integrante del foro, no digo más.

Y es que ¿qué es la vida sino un toma y daca, un “un día por ti y otro por mí”, un probar cosas nuevas, cambios, salidas de zonas de confort de polipiel? A veces, igual solo hay que atreverse.










miércoles, 10 de octubre de 2018

La primera vez.


Para todo hay una primera vez en la vida, incluso a veces ella misma nos sorprende guiando nuestros pasos por caminos a los que a priori nunca imaginamos que podríamos llegar; y no solo llegar, sino caminar, incluso, qué demonios, correr, escalar, hacer el pino puente ¡bailar desnudos bajo la luz de la luna roja en agosto! La vida tiene sorpresas escondidas tras las esquinas para recordarte cuánto merece la pena vivirla y la capacidad de lograr que abras puertas a las que nunca creerías que te pudieras enfrentar. Vencer tus miedos, coger el toro por los huev…

Me he hecho un piercing.

En un estudio de tatuajes.

Me quité las perlas antes de entrar en un acto de súbita tontería, la verdad; allí mismo, una chica se había colocado dos, con sendas incrustaciones de zafiros además, para simular los ojos de las hormigas Trancas y Barrancas que se acababa de tatuar.

—Es como nos llamamos mi Cari y yo en la intimidad— me dijo tras alabarle el buen gusto a ella y la firmeza de su pulso al tatuador—. Los dos tenemos los ojos muy grandes, una moto, un pijama lila y somos mirmecólogos, ji, ji, ji.

—Vaya… —apreté los labios en una muesca de dolor— ¿y eso tiene cura?

— Ji, ji, ji, me recuerda usted a mi madre. No es una enfermedad, señora. La mirmecología es una rama de la Zoología que trata del estudio las hormigas.

— ¿Y las estudiáis una a una? — dije sin acritud ninguna aún habiéndole recordado a su madre; aún habiéndome llamado señora; aún teniendo ese tono de piel que solo se consigue tras una semana en Sancti Petri sin niños al cargo… lo dije sin acritud después de asumir por fin que había llegado a esa edad en la que podría tener una hija de veinte años sin necesidad de haber sido madre adolescente. Esto debe de ser aquello que hablan de alcanzar el Nirvana. O madurar, no lo sé.

La jovial Barrancas (¿por qué doy por hecho que Trancas era el novio?) salió del estudio sin una muestra de dolor en su cara. Feliz con sus hormiguitas subiéndoles por el tobillo de mirmecóloga enamorada.

Llegó el momento.

— Hola buenos días. Vengo a ponerme un piercing porque, verá usted, sufro de migrañas desde que tengo uso de razón y me han comentado que…

— Un momento que aviso al perforador— y se dio la vuelta dejándome con la palabra en la boca y el miedo en el cuerpo. ¿Un perforador? ¿Eso no es maquinaria pesada? ¿Podría pedir la epidural? ¿Realmente me duele tanto la cabeza como para que venga este señor con nombre de película de cine de adultos poco imaginativa a mutilarme viva?

Pero entonces apareció él, un querubín de enormes ojos azules y unas rastas que daban ganas de sacar el peine del bolso y dejarle el pelo como si acabara de hacerse un alisado japonés (soy madre, a las madres nos gusta desenredar, nos vuelven locas las melenas lisas sin enredos, desenredar, desenredar, desenredar). Apareció, me lo explicó todo como para rubias y en un momentín en el que vi mi vida entera pasar, me colocó el piercing curativo.

Dolió, pero no tanto como lo que escuché al llegar a mi propia casa.

—Mamá, qué fuerte, te pareces a (NOMBRE NO RETENIDO)— ante mi cara de extrañeza, Heredera mayor aclara: — ¡la cantante! ¡la que lo peta ahora, mami!

Corrí a mirar un calendario y con los dedos temblorosos, conté los años transcurridos desde mi primer parto hasta el día de hoy. No salían las cuentas. ¿Estaban adelantando la edad del pavo como si se tratara del cambio de hora en otoño? ¿Es por todo el colacao que han tomado? ¿Será por lo que dice la tía Eusebia que le echan a las comidas y por lo que los tomates no saben a tomates sino a corvina marinada?

Mientras barajaba la posibilidad de meterla en un internado, la Heredera mediana tomó la voz cantante y me ilustró en mi propio móvil, desbloqueándolo en mi propia cara y con mi propio número ultrasecreto, el video de la cantante migrañosa.

—Venga mami, baila como ella y te hacemos un musicali.

Dije que de musicalis nada porque no sabía si me estaban hablando de una audición para “Madre no hay más que una, el musical” o de un video viral que me convertiría en youtuber instantáneamente, pero ¿quién puede negarse a un bailecito con sus herederas para mostrarles quien era la reina del movimiento de cadera antes de que la cantante migrañosa naciera? Yo no, desde luego.

Y en medio del salón, con las manos en la cintura, esperé a puerta gayola los primeros acordes del temazo que lo peta. Comenzaron a sonar las primeras notas, bah, nada para alguien que ha bailado al ritmo de Chimo Bayo estando sobria. Mami molona se contonea como en una peli de Tarantino segura de haber dejado boquiabiertos a todos los miembros de su familia. La cantante migrañosa se pasea en chándal por una calle de imitación del Bronx pero en España, a juzgar por los grafitis en castellano de un tal Toño. Apenas una minicoreografía consistente en cruzar los brazos a la altura de las caderas colocando los dedos como si estuviera sumando con ellos pero intentando que nadie se dé cuenta y en poner cara de mala muy mala. Aprecio también una leve cojera o un dejarse caer cansada de sumar llevándose cuando, sin previo aviso, el ritmo la posee y entra en trance, en shock postraumático y en una crisis de epilepsia aguda.

— ¿Pero niñas, queréis que le dé un lumbago a vuestra madre o qué se os pasa por esas mentes de bebés milenials?

Ellas se ríen a lo Peppa Pig que incluye tirarse al suelo para enfatizar lo gracioso que es todo y yo me quedo hipnotizada mirando los movimientos de la cantante migrañosa. Qué manera de mover cuerpo y melena y qué dolor de cervicales me entra solo con mirarla.

               Y entonces vuelvo a pensar en que para todo hay una primera vez en la vida y en que a veces, ella misma nos sorprende guiando nuestros pasos por caminos a los que a priori nunca imaginamos que podríamos llegar; y no solo llegar, sino caminar, incluso, qué demonios, ¡bailando Hip Hop!








sábado, 15 de septiembre de 2018

Septiembre

Lo bueno de que nos estemos cargando el Planeta es que últimamente los veranos se están alargando tanto, que puedes tomarte unos espetos a pie de playa en vez de las doce uvas en Nochevieja. Y salir con un vestido de escote palabra de honor, bronceada y sin los labios morados de frío al cotillón. Todo son ventajas.
Recuerdo cuando septiembre olía a tierra mojada, a tarta de manzana y canela, a café calentito a media tarde y no a esa bazofia del café con hielo que se inventó alguno con un estómago alicatado por dentro. Cuando podías salir a pasear sin necesidad de meterte en el Corte Inglés a refrescarte un rato cada cinco minutos aproximadamente y que, en cada entrada, te asaltase una de las empleadas armada con su perfume caro, te rociara sin piedad y terminaras oliendo a Falete arreglado para ir de boda.
Recuerdo las hojas caer y el viento fresco en la cara; cuando el veranillo del membrillo eran cuatro o cinco días y no un trimestre entero; cuando preparar la ropa de otoño no incluía playeras y vestidos de tirantes.
Pero hay algo que permanecerá unido al mes de septiembre por siempre y siempre jamás: la compra del material para el nuevo curso.
Normalmente entrar en una librería me da paz, me relaja pasear entre sus pasillos llenos de libros, aspirar ese olor a libro nuevo, descubrir que no hay ningún dependiente pisándote los talones y preguntándote ¿puedo ayudarle en algo? porque sabe que estás en ese estado zen en el que solo escuchas latir tu corazón con fuerza y loco perdido por todo lo que tiene alrededor. Un librero no pregunta porque sabe que si no encuentras lo que buscas, disfrutarás aún más intentando dar con ello. Y si tienes prisa, preguntarás. No hay más opciones.
Decía que normalmente me da paz visitar librerías, pero ir con las Herederas a buscar el material escolar no. Definitivamente no. Más bien consigue el efecto contrario. Hasta se me cae el pelo a mechones y envejezco cinco años de golpe. Y tú dirás, pues hija, ve sola. Muy buena reflexión de no ser porque es algo que ellas esperan con tanta ansiedad, que si le preguntas por su día favorito del año no te responden como todos los niños normales del mundo capitalista: el día de Reyes. No. Ellas te dicen: nuestro día favorito del año es aquel en el que nuestra jovial madre nos lleva a comprar el material para el nuevo curso y luego una señora mayor nos lleva para casa cargada de bolsas con un peso aproximado de quinientos kilos y tratando de que las tres lleguemos a casa sin ser atropelladas por un coche o medio de transporte cualquiera. ¿Si te dicen eso qué haces? Pues las llevas.
Este año, antes de salir, les leí la cartilla a las tres y también me eché todo el tubo del contorno de ojos y una ampolla de Germinal efecto rejuvenecedor. Ellas, al ver las lágrimas en mis ojos, el tic que me hacía ladear la cabeza hacia la izquierda y el temblor de manos que me acompañaba, prometieron solemnemente sobre el diccionario de María Moliner, que se portarían tan bien que la librera no tendría más remedio que poner una foto de las tres en la puerta donde rezase: clientas modélicas del mes (y niñas que mejor se comen el brócoli del mundo). Esto del brócoli es algo que a ellas les hace mucha ilusión que se sepa y aprovechan cualquier ocasión para decirlo. Algún día lo pondrán en su currículum: neuróloga doctorada por la Universidad de Harvard y amante del brócoli desde su más tierna infancia.
Y allí que nos fuimos. Todas de la mano, sonrientes, dispuestas a pasar un buen rato en uno de nuestros sitios favoritos del mundo: la Librería-Papelería Maricarmen.
Huelga decir que tardaron unos diez nanosegundos en soltarse de mi mano y en tocar todas las mochilas de la tienda mientras suspiraban y hacían como si lloraran de la emoción, en plan acabo de ver a Justin Bieber y me ha mirado o algo así.
— Mamá, lo necesito— rogaba la heredera mediana mientras sujetaba un bolígrafo con una cabeza gigante de pony en un extremo— Es que pinta con la cola ¡y con purpurina!
¡Dios, quién podría resistirse a un bolipony que pinta purpurina! En Estados Unidos la nombrarían jefa de las animadoras sin votar siquiera. Tú, la niña del bolipony, te nombramos jefa de animadoras y presidenta del gobierno porque no se puede ser más cuqui, tener tanto glamour y seguir siendo una ciudadana de a pie. Claro que sí, guapi, diría ella, y además me como el brócoli estupendamente. Lo veo, lo veo claro.
La heredera pequeña levitaba entre montañas de pinturas de dedos, pinceles y esponjitas para hacer dibujos chulis de verdad. Recorría la tienda pidiéndole, a quien quisiera escucharla, que le abriera uno de aquellos botes porque ya no podía más con el talento artístico que le corría por las venas y que tenía que dejar salir de su cuerpo y de su mente allí y ahora.
— Ableló, pofavooool—decía, con esos ojitos a lo dibujo Disney, con esa voz a lo yonqui aparcacoches, con esa cara que de la pena que transmitía te daban ganas de abrírselo y que le pintara a Maricarmen hasta el último rincón de su Librería-Papelería.
Y mientras, en un rincón del alma, la heredera mayor lloraba desconsolada porque no podía decidirse entre la carpeta de anillas de las Gorjuss o la carpeta de anillas de las Sweetcalifornia.
Todo muy relajante.
Cuando a punto estaba de dejar plantado lo poco que había logrado reunir de las tres listas de material y de decir “Hasta luego Maricamen” a una verdadera Maricarmen y no por una moda pasajera, las miré y me di cuenta de una gran verdad: disfrutaban tanto como lo había hecho yo toda mi vida en una papelería. Eran niñas, era inútil tratar de tenerlas calladitas y sin moverse cuando todo lo que había a su alrededor les llamaba la atención. Disfrutaban como lo hice yo con el tacto de la goma Milán nuevecita a estrenar; con el olor del plástico para forrar los nuevos libros que utilizarían este año; lápices impolutos, ceras relucientes, carpetas con todos los picos intactos. Un nuevo curso estaba a la vuelta de la esquina y estar nerviosas por ello era lo más lógico y normal del planeta Tierra. ¿Quién no pasaba los primeros días de septiembre fantaseando con que este año sí, este año todo al día desde el minuto uno, todo bien resumido e iluminado por muchos fluorescentes de colores? ¿Quién no estaba deseando ver a los amigos de nuevo? ¿Quién no quería estirar el verano y a la vez estrenar por fin la nueva mochila, el nuevo estuche de lápices? Terminaban las vacaciones y por delante asomaban la incertidumbre, la emoción, los nervios de la vuelta al cole.
Las abracé a las tres orgullosa de ser capaz de ponerme de vez en cuando en su lugar y entre todas logramos reunir finalmente el material. Sus caras no tenían precio y la de Maricarmen vigilando a la heredera pequeña tampoco.
Esta vez lo había conseguido sin perder un solo pelo de la cabeza. Bien por mí. Y por mis herederas, capaces de hacerme ver el mundo con ojos de niña cuando los ojos de adulta son incapaces de valorar un bolipony que pinta purpurina. Y para celebrarlo… ¡Esta noche brócoli para todos!
Feliz vuelta al cole.
Feliz vuelta a la rutina.

jueves, 9 de agosto de 2018

Muy fan.



            Este fin de semana voy a permitirme un lujo que llevo deseando semanas, meses incluso; tal vez años. Sueño con ello, con quitarme el mediomoño que tan ideal luce en las cabezas de las influencers nacionales, mundiales y de mi bloque me atrevería a decir, pero que en mí resulta el moño de Doña Cicuta, que era una amiga de mi abuela y pionera en esto de hacerse moños de influencers, a nivel rural, eso sí. Peinarme el pelo con secador; ponerme un tacón, unas cuñas, un algo que permita liberar a mis pies de la dictadura de las chanclas piscineras. Quiero también, y a ser posible, que el pequeño koala parlante que vive adherido a mi cadera, disfrute de unos minutos de libertad vigilada para que vaya habituándose a lo que es el ecosistema del hogar con mamá disfrutando en otro ecosistema distinto. Aunque igual debería empezar por algo más ligero como ir al baño sola, por ejemplo. Tal vez esto, tan de sopetón, sin estar preparadas ambas, tal vez… En fin, que me voy al cine. Y con una amiga; así, a lo loco.
            Aunque más que al cine, parecía que iba de Erasmus un año entero.
—Pero mami —heredera mayor al habla— ¿Por qué tienes que ir tú sola? ¿Puedo ir contigo? ¿Puedo? Porfa. ¿Puedo? ¿Puedo? ¿Y por qué te maquillas tanto? ¿Con quién vas? ¿Tienes un amigovio, mamá? ¿Tienes?— la voz quebrada; las lágrimas invisibles resbalando por su cara.
            Un amigovio dice. A ver a qué hora, que no me da ni para leerme los adelantos que me llegan al Kindle de los libros que me gustaría leer. Quizá cuando crezcan un poquito más me pase por el centro de salud en hora punta,  me contagie de una buena gripe, la empalme con una gastroenteritis y me coja dos semanas de cama del tirón. Y un montón de libros, como cuando era joven. Así soy yo; una soñadora de la vida.
            La heredera mayor realizaba el tercer grado mientras escrutaba mi neceser de maquillaje con tanta atención, que por un momento esperé que comenzase a tamizar polvos de talco sobre él y los iluminase con su linterna de la exploradora que nunca fue. Entonces me diría con su nueva voz de Sharon Stone en Instinto Básico: “Lo sé todo mamá. Sé que vas a verlo a él”.
            Y era verdad. Hacía mucho que no sentía algo parecido; esa ilusión, esas ganas de montar un club de fans en el que ahora sí, podría ser la presidenta. No como cuando era la fan número 15298600 de Alejandro Sanz, allá por el siglo pasado. Entonces era un número más, otra muesca en su cinturón de muesca por fan y que podría medir aproximadamente mil millas (que, para los no instruidos en la materia o en películas de Antena3 un fin de semana a medio día, son kilómetros en inglés; lo traduzco porque lo sabrán apreciar  mis lectores angloparlantes). Que no digo que mi ídolo actual no tenga ya un club de fans con su presidenta y todo, la diferencia es que ahora iría y le diría:
—Hola, buenas tardes ¿Hablo con la presidenta del Club de fans?
—Sí, ja, ja, ja. ¿Quiere usted algo, señora?
—Sí, ja, ja, ja. Que vayas a terminar la ESO que hasta entonces me autoproclamo presidenta en funciones para siempre y siempre jamás.
            Y ella me contestaría con un emoticono llorando y un (LOL), que es un emotipalabro cuyo significado no acierto a retener en mi pequeño órgano pensador pero que  estoy segura, sabrán descifrar mis lectores adolescentes.
            Todo esto pensé a la vez que me aplicaba máscara de pestañas con una mano y  sujetaba a la koala parlante a mi cadera con la otra, mientras ella se entretenía  limpiando con toallitas húmedas el espejo del baño en el que me veía como un retrato picassiano. A la vez intentaba alejar a la heredera mayor de mis coloretes caros y delicados y a la heredera mediana de la caja de tampones de la que no quedaba prácticamente ni uno dentro de su paquetito. Y como el percal era bastante desalentador, volví a concentrarme en el momento fan, en el sonido Movirrecord, el olor a palomitas y a ambientador de cines universal marca ACME, en el gustazo de poder ver una película sin ser interrumpida  quinientas veces para atender esas urgencias que se les ocurren a los niños cuando no se les ocurre nada más y quieren dar por sac… recibir el afecto y el amor de sus queridos padres.
            Querido había preparado las cenas, pijamas y zapatillas como si de los tres ositos de Ricitos de Oro se tratase, de mayor a menor. “Todo bajo control, Cari. Anda, vete ya que llegarás tarde, como siempre”. Preferí ignorar la coletilla final porque mi Paco me esperaba, pero llegar tarde cuando tienes que arreglar a tres niñas y a ti misma está permitido en muchos países (a lot of countries. De nada).  Al final se le quebró un poco la voz pero supo mantenerse firme y esbozar una gran sonrisa para que me fuera tranquila. Y me hubiera ido de no ser por el ataque de mamitis que le dio a la koala pequeña y que a punto estuvo de hacerme dar marcha atrás, pero papá tenía preparada su criptonita y en cuanto escuchó como se abría el paquete de gusanitos, me soltó el cuello y desapareció con esos andares a lo John Wayne que le caracterizan desde hace un par de meses, lo mismito que si se hubiese bajado de un unicornio.
            Y yo me fui. Con mi amiga. Sin herederas. Con palomitas. Sin rencores. Dispuesta a disfrutar de lo que más me gusta en un hombre: que me haga reír. Volví a renovar mis votos de amor de fan por Paco Leon (Paco Lion or Luisma too) y regresé a casa sintiéndome medio piripi por la velocidad a la que nos habíamos tomado unas cerveza mi amiga y yo y también orgullosa por tener en casa a mi humorista particular.
— Es que me descojono contigo, Cari— le dije como muestra de mi amor por él.
            Quise sellar mi declaración con un buen beso de película pero me desequilibré y se lo di en la oreja. Pensó que le había perforado el tímpano, así que con la mano en la oreja y hablándome muy alto, dijo que iba al centro de salud a corroborar su diagnóstico, pero a mí no me engañaba; iba a por una buena gripe y una semana de cama.  O dos.

viernes, 6 de julio de 2018

De profesión, opinióloga.



                    Lo mejor de irte de vacaciones en junio es la entrada triunfal que haces por la puerta de la oficina al volver, toda bronceada y relajada. Vestida de un blanco impoluto que te hace resplandecer como la Beyoncé aljarafeña, avanzas por el pasillo al ritmo del Singles Ladys que resuena en tu cabeza. Movimiento de melena obviando el detalle de que en realidad tienes cuatro pelos mal contados; movimiento de cadera sin importar que eres más bien tipo culo plano porque tú las curvas las desplazas hacia lo que es la zona de la barriga; movimiento en general, todo el que haga falta para mostrar al personal que vienes con un moreno playero digno de alabanzas y envidias varias.
                Lo peor es que todo el mundo se irá después, cuando tú estés sudando goterones y preguntándote qué hiciste tan malo en la otra vida para que el Karma te odie así, de esta manera.
-A ver, Tina Turner ¿puedes venir a mi despacho?
                En mi cabeza dejó de sonar el Single Ladies y comenzó a escucharse la banda sonora de tiburón como por arte de magia. Mar de la bahía de Cádiz, sal de mi cabeza.
- Vamos a cambiar tu sección- me dijo sin que apenas me diera tiempo a cerrar la puerta.
                Mi jefe es así, dan ganas de achucharlo por lo menos tres veces al día.
- ¿Pero qué pasa con mi consultorio sentimental? Está teniendo muchísimo éxito; todos los días llegan cartas para Pandora Encriptada, todo el mundo espera que pueda tenderle una mano, ofrecerle un consejo, solucionarle sus problemas de amor y dudas de sexo adolescente – respondí con lágrimas en los ojos para darle aún mayor dramatismo al asunto.
-Sí, sí, eres un Casco Azul del amor, pero necesitamos una sección de opinión en el periódico. Órdenes de arriba – cómo le gustaba decir eso de írdinis di irribi al muy…- y punto.
                Opinión dice. Recuerdo cuando hace años, justo antes de convertirme en madre, tenía tiempo para leer prensa, ver telediarios, tener una novela distinta siempre entre las manos. Recuerdo cuando quedábamos con amigos y opinaba dando nombres, datos concretos, fechas, lugares ¡soy periodista, pardiez! Ahora rehúyo miradas, cambio de tercios con unas medias verónicas que ni Manolete, voy al baño dando un rodeo si veo que entramos en temas escabrosos. ¿Cómo voy a escribir todo un artículo de opinión si apenas tengo tiempo de leer el prospecto del Apiretal y se los doy a ojo? Hacerme salir de mi zona de confort periodístico, no se lo perdonaré nunca. 
                Pero la verdad es que en el fondo, muy en el fondo, algo empezaba a hacerme cosquillas en la barriga. Yo soy un poco así, mitad comodona mitad kamikaze de la vida. Lo mismo te digo que no quiero ir a pasar un día a Setenil de las Bodegas porque está muy lejos que me paso un mes persiguiendo a Querido para irnos un fin de semana de novios a Venecia. Soy una kamikaze comodona, eso sí; de hotel de cuatro estrellas para arriba y a todo confort, que lo uno no está reñido con lo otro.
                El caso es que eso de opinar siempre se me ha dado bien. Eran, claro está, opiniones a pequeña escala, del tipo: “Cari, esos pantalones te quedan como a Espinete los calzones de deporte”. Aunque a la vez tengo cierto toque diplomático que hace que las verdades entren sin que te des cuenta, deslizándose entre las neuronas de tu cerebro sin apenas hacer ruido. Es un don que puedes llamarlo don o también dotes manipulativas. “Cari, estás ideal. Esos pantalones los llevaba ayer justo el cantante ese (aquí se hincha como un pavo por su exquisito gusto fashion digno de un cantante de moda, se mira y remira en el espejo, se sonríe a lo Gastón, hasta juraría que se guiña un ojo y se dice cantando: soy una máquina de amaaaaar) sí, ese que canta en Nochebuena en la tele… ¡Raphael! Bueno, pero ni punto de comparación contigo, él los llevaba más ajustados creo recordar”. Y ya. Él solito va, se cambia y se pone los que yo había dejado colgados debajo del led del pasillo, como si de un descenso celestial se tratara. Su salvación.
                Empoderada totalmente como la nueva opinióloga de la redacción, salgo a la calle a por un café que, aunque no me gusta nada,  utilizo a modo de ambientador intelectual para crearme esa atmósfera de discusiones mañaneras en torno a un periódico en un bar, el caldo de cultivo perfecto para generar opiniones de todo tipo y sobre todos los temas de Universo infinito. De camino a la cafetería aprovecho para ejercitarme como la generadora viral de opiniones que seré en un futuro y al ver a una señora con un niño de unos dos años amarrado a la cadera como un koala lleno de mocos por cierto, no puedo evitar darle mi opinión no pedida sobre su situación actual:
- Creo que ese niño tendría que estar en la guardería a estas horas y tú sudando en el gimnasio para mantener en forma cuerpo y mente. Porque no somos más madres por convertirnos en madres helicópteros pendientes de ellos 24 horas, somos mujeres independientes y además, madres. Nos han vendido mal la moto, hermana. Y esto te lo digo desde el cariño que te he cogido en estos segundos y como opinióloga profesional de un medio de comunicación reconocido.
                La Señora agarró a su niño, me miró de arriba abajo, me dijo algo en otro idioma y se fue prácticamente corriendo los cien metros lisos. Algo habrá quedado en su psique interna, me dije muy convencida y para mis adentros.
                Ya en la cafetería y mientras esperaba mi café y mis palitos de mikado, puse mi radar buscaconversaciones ajenas para ver si podía meter baza en alguna de ellas y dar mi visión certera como un dardo en la diana. Sintonicé a tres jóvenes que discutían sobre si debería este país acoger o no a los refugiados del Aquarius sin saber apenas de qué huían; dos señores de mediana edad  poniendo de vuelta y media a Màxim Huerta desconociendo por completo que, aparte de tertuliano de Ana Rosa, es un ser humano con otros logros; a un grupo de señoras de melenas cardadas y con las manos cubiertas de anillos enjuiciando a una solitaria mamá que, en un rincón y casi a escondidas, daba el pecho a su bebé de apenas unos días. Y lo vi claro. Vi claro que tener opinión es fácil, que sentar cátedra manejando un solo argumento cogido con pinzas es fácil; que decirle al otro lo que tiene que hacer es rematadamente fácil. Lo difícil es actuar, conocer, ponerse en la piel del que tiene que montarse en un barco dejando atrás casi toda su vida y poniendo en peligro lo que queda de ella; lo difícil es informarse sobre los barros de estos lodos, el por qué de las cosas, los motivos de todo.
—No quiero ser opinióloga. Quiero mi Consultorio sentimental. No me encuentro preparada aún para tal cosa, necesito tiempo para volver a estar en el mundo y poder actuar además de hablar.
                Lo entendió. Me devolvió a mi Pandora Encriptada. Me senté en mi ordenador con mi ambientador de café junto al teclado y respiré hondo antes de abrir mi primera carta del día.
“Querida Pandora Encritada:
Creo que mi marido tiene una amante. Lo noto raro; ha dejado de utilizar la colonia de litro del súper y se ha comprado la del dios griego que sale en la tele.  Ha  empezado a depilarse unos pectorales que de repente, se han hinchado como globos y cena todas las noches un yogurt desnatado sustituyendo al bocadillo de chorizo que se metía entre pecho y espalda hasta hace unas semanas. Estoy preocupada, Pandora Encriptada. ¿Crees que debería preguntarle?
Recibe un cordial abrazo de tu admiradora Intrigada Perpetua.”
                Mi respuesta fue inmediata:
“Querida Intrigada Perpetua:
Me juego mis Jimmy Choo sin estrenar a que tu marido te la está pegando. Lo que no tengo muy claro es si es con otra mujer, un hombre o uno de cada porque desde luego está dándolo todo. Contrata un detective, mira en su Facebook, intenta tener acceso a la cámara de su gimnasio… actúa.
Espero aún así que no sea nada y que únicamente se esté poniendo guapo por él y por ti. Ya me contarás.
Un saludo esperanzador de Pandora Encriptada”.
                Está claro; en el fondo soy una opinióloga kamikaze nata.


Artículo publicado en el número de julio del periódico AunmetrodeSevilla. Julio de 2018.
https://aunmetrodesevilla.files.wordpress.com/2015/07/nc2ba-132-aunmetro.pdf