sábado, 15 de septiembre de 2018

Septiembre

Lo bueno de que nos estemos cargando el Planeta es que últimamente los veranos se están alargando tanto, que puedes tomarte unos espetos a pie de playa en vez de las doce uvas en Nochevieja. Y salir con un vestido de escote palabra de honor, bronceada y sin los labios morados de frío al cotillón. Todo son ventajas.
Recuerdo cuando septiembre olía a tierra mojada, a tarta de manzana y canela, a café calentito a media tarde y no a esa bazofia del café con hielo que se inventó alguno con un estómago alicatado por dentro. Cuando podías salir a pasear sin necesidad de meterte en el Corte Inglés a refrescarte un rato cada cinco minutos aproximadamente y que, en cada entrada, te asaltase una de las empleadas armada con su perfume caro, te rociara sin piedad y terminaras oliendo a Falete arreglado para ir de boda.
Recuerdo las hojas caer y el viento fresco en la cara; cuando el veranillo del membrillo eran cuatro o cinco días y no un trimestre entero; cuando preparar la ropa de otoño no incluía playeras y vestidos de tirantes.
Pero hay algo que permanecerá unido al mes de septiembre por siempre y siempre jamás: la compra del material para el nuevo curso.
Normalmente entrar en una librería me da paz, me relaja pasear entre sus pasillos llenos de libros, aspirar ese olor a libro nuevo, descubrir que no hay ningún dependiente pisándote los talones y preguntándote ¿puedo ayudarle en algo? porque sabe que estás en ese estado zen en el que solo escuchas latir tu corazón con fuerza y loco perdido por todo lo que tiene alrededor. Un librero no pregunta porque sabe que si no encuentras lo que buscas, disfrutarás aún más intentando dar con ello. Y si tienes prisa, preguntarás. No hay más opciones.
Decía que normalmente me da paz visitar librerías, pero ir con las Herederas a buscar el material escolar no. Definitivamente no. Más bien consigue el efecto contrario. Hasta se me cae el pelo a mechones y envejezco cinco años de golpe. Y tú dirás, pues hija, ve sola. Muy buena reflexión de no ser porque es algo que ellas esperan con tanta ansiedad, que si le preguntas por su día favorito del año no te responden como todos los niños normales del mundo capitalista: el día de Reyes. No. Ellas te dicen: nuestro día favorito del año es aquel en el que nuestra jovial madre nos lleva a comprar el material para el nuevo curso y luego una señora mayor nos lleva para casa cargada de bolsas con un peso aproximado de quinientos kilos y tratando de que las tres lleguemos a casa sin ser atropelladas por un coche o medio de transporte cualquiera. ¿Si te dicen eso qué haces? Pues las llevas.
Este año, antes de salir, les leí la cartilla a las tres y también me eché todo el tubo del contorno de ojos y una ampolla de Germinal efecto rejuvenecedor. Ellas, al ver las lágrimas en mis ojos, el tic que me hacía ladear la cabeza hacia la izquierda y el temblor de manos que me acompañaba, prometieron solemnemente sobre el diccionario de María Moliner, que se portarían tan bien que la librera no tendría más remedio que poner una foto de las tres en la puerta donde rezase: clientas modélicas del mes (y niñas que mejor se comen el brócoli del mundo). Esto del brócoli es algo que a ellas les hace mucha ilusión que se sepa y aprovechan cualquier ocasión para decirlo. Algún día lo pondrán en su currículum: neuróloga doctorada por la Universidad de Harvard y amante del brócoli desde su más tierna infancia.
Y allí que nos fuimos. Todas de la mano, sonrientes, dispuestas a pasar un buen rato en uno de nuestros sitios favoritos del mundo: la Librería-Papelería Maricarmen.
Huelga decir que tardaron unos diez nanosegundos en soltarse de mi mano y en tocar todas las mochilas de la tienda mientras suspiraban y hacían como si lloraran de la emoción, en plan acabo de ver a Justin Bieber y me ha mirado o algo así.
— Mamá, lo necesito— rogaba la heredera mediana mientras sujetaba un bolígrafo con una cabeza gigante de pony en un extremo— Es que pinta con la cola ¡y con purpurina!
¡Dios, quién podría resistirse a un bolipony que pinta purpurina! En Estados Unidos la nombrarían jefa de las animadoras sin votar siquiera. Tú, la niña del bolipony, te nombramos jefa de animadoras y presidenta del gobierno porque no se puede ser más cuqui, tener tanto glamour y seguir siendo una ciudadana de a pie. Claro que sí, guapi, diría ella, y además me como el brócoli estupendamente. Lo veo, lo veo claro.
La heredera pequeña levitaba entre montañas de pinturas de dedos, pinceles y esponjitas para hacer dibujos chulis de verdad. Recorría la tienda pidiéndole, a quien quisiera escucharla, que le abriera uno de aquellos botes porque ya no podía más con el talento artístico que le corría por las venas y que tenía que dejar salir de su cuerpo y de su mente allí y ahora.
— Ableló, pofavooool—decía, con esos ojitos a lo dibujo Disney, con esa voz a lo yonqui aparcacoches, con esa cara que de la pena que transmitía te daban ganas de abrírselo y que le pintara a Maricarmen hasta el último rincón de su Librería-Papelería.
Y mientras, en un rincón del alma, la heredera mayor lloraba desconsolada porque no podía decidirse entre la carpeta de anillas de las Gorjuss o la carpeta de anillas de las Sweetcalifornia.
Todo muy relajante.
Cuando a punto estaba de dejar plantado lo poco que había logrado reunir de las tres listas de material y de decir “Hasta luego Maricamen” a una verdadera Maricarmen y no por una moda pasajera, las miré y me di cuenta de una gran verdad: disfrutaban tanto como lo había hecho yo toda mi vida en una papelería. Eran niñas, era inútil tratar de tenerlas calladitas y sin moverse cuando todo lo que había a su alrededor les llamaba la atención. Disfrutaban como lo hice yo con el tacto de la goma Milán nuevecita a estrenar; con el olor del plástico para forrar los nuevos libros que utilizarían este año; lápices impolutos, ceras relucientes, carpetas con todos los picos intactos. Un nuevo curso estaba a la vuelta de la esquina y estar nerviosas por ello era lo más lógico y normal del planeta Tierra. ¿Quién no pasaba los primeros días de septiembre fantaseando con que este año sí, este año todo al día desde el minuto uno, todo bien resumido e iluminado por muchos fluorescentes de colores? ¿Quién no estaba deseando ver a los amigos de nuevo? ¿Quién no quería estirar el verano y a la vez estrenar por fin la nueva mochila, el nuevo estuche de lápices? Terminaban las vacaciones y por delante asomaban la incertidumbre, la emoción, los nervios de la vuelta al cole.
Las abracé a las tres orgullosa de ser capaz de ponerme de vez en cuando en su lugar y entre todas logramos reunir finalmente el material. Sus caras no tenían precio y la de Maricarmen vigilando a la heredera pequeña tampoco.
Esta vez lo había conseguido sin perder un solo pelo de la cabeza. Bien por mí. Y por mis herederas, capaces de hacerme ver el mundo con ojos de niña cuando los ojos de adulta son incapaces de valorar un bolipony que pinta purpurina. Y para celebrarlo… ¡Esta noche brócoli para todos!
Feliz vuelta al cole.
Feliz vuelta a la rutina.