viernes, 10 de mayo de 2019

LA CHISPA DEL AMOR.


   Si me conocieras en persona (sí, así soy yo; un ser de carne y hueso que aunque pudiera parecer a priori inalcanzable, sigue manteniendo los pies en la tierra a pesar del éxito, porque eso es lo que hacemos los artistas de verdad como Bustamante o yo), sabrías que soy la mujer menos romántica sobre la faz de la tierra en la que tengo los pies.

    Y tú dirás, pero ¿cómo es posible, si eres la redactora estrella de un consultorio sentimental al que acuden miles de almas desconsoladas en busca de tu consuelo? Cómo, si eres el faro que guía a la barca perdida en el Mar del Amor cuando su estrella se ha apagado, dejándolo a la deriva, perdida, sin rumbo y en el lodo… Si eres la diosa Venus del sur, velando siempre por los intereses del verdadero amor desde tu concha de vieira gigante… Si eres la Wonder Woman del Universo Love luchando día a día para que los encuentros venzan a los desencuentros… Si eres la Norma Duval del Partido del Corazón de Purpurina.

   Si eres Cupido reencarnado en mujer.

   Si eres la Bego de su rincón.

   La respuesta es muy sencilla: finjo. Soy una impostora del romanticismo. La Milli Vanilli de las relaciones. Una mercenaria de Interflora; asalariada de joyeros del barrio; vendida al Moët & Chandom Rosé.

   Para compensar la falta de romanticismo, me defino como una persona bastante dramática, muy dada a la exageración, al uso de la paráfrasis y las descripciones innecesarias que no hacen otra cosa que ornamentar mi discurso para darle cierta profundidad. Dicho de otro modo, soy un poquito intensa. En todo. Podría haberme ceñido a dar la información objetiva de mi carencia de sentido romántico y haber terminado ahí, pero a mi lado intenso le parecía que había que otorgar una vuelta de tuerca innecesaria a lo Risto Mejide y seguro que a esta hora tengo a la mitad de mi club de fans sin hacer sus deberes, intrigados perdidos, buscando por la red quien fue el tal Milli Vanilli que me representa.

   Pero a pesar de no ser nada romántica, me considero una persona muy preocupada por mantener mi relación amorosa en su más alta cota de felicidad y bienestar mutuo. Dicho en otras palabras, y cito textualmente palabras de Querido, soy… “la cansina de la chispa”.

   Y es que es tan importante mantener viva la chispa de la relación. La llama encendida. El ascua en la sardina.

   De manera que cuando me percato de que la cosa decae porque no nos lanzamos miradas cómplices y picaronas en la puerta del cole o en la cola del Mercadona, le digo a Querido:

—Cari, la chispa.

   Él ya sabe que esas tres palabras junto con el codazo en el hígado que lo acompaña, viene a ser como la batseñal brillando en el estrellado cielo de Gotham: Robin, vete sacando el batmóvil a pasear que hay una emergencia.

   Y ahora, claro, vienen los problemas. Porque cuando tu pareja se empeña en vivir con una mariposa eterna en el estómago pero no permite alimentarla con flores ni poemas de amor, ¿de dónde sacas la gasolina para el batmóvil?

   Querido siempre ha sido un hombre de recursos, de modo que al principio se las ingeniaba tirando de conversaciones eternas sobre nosotros y vinos de reserva, acompañándolas siempre con su exquisito sentido del humor. Pero llega un momento en el que el misterio se esfuma porque prácticamente conozco hasta el orden en el que su madre le introdujo los alimentos cuando comenzó con la alimentación complementaria. Nos conocemos tanto que puedo adelantarme mentalmente al chiste que hará cuando viajemos en el coche y una de las herederas libere gases vía rectal y todos se rían proclamando a voces su inocencia en tan flagrante delito…

   Los recursos han ido agotándose, algo completamente natural después de la llegada de las tres herederas y de Netflix, circunstancias ambas que dificultan una visión clara de la hoguera en la que habita la chispa de nuestra relación. Distraídos como estamos, es más complicado percatarnos de su estado: si mantiene las constantes mediante respiración asistida… o, lo que es aún peor, si ha subido al cielo de las chispas también llamado divorcio inminente (Imminent Divorce Heaven).

   Hasta que una noche pasó lo que tenía que pasar:

—Cari, la chispa— le dije mientras hundía mi codo entre sus costillas al percatarme de que llevaba diez días con el mismo pijama.

   Querido entonces entornó los ojos a lo oriental, frunció el ceño a lo Ana Pastor y empezó a sudar a lo Camacho. Sabía que cada vez el reto era mayor y que ambos lo teníamos cada vez más difícil para sorprendernos. Yo ya nos veía en el despacho de mi abogada diciéndole, con lágrimas en los ojos, que se nos había roto el amor de tanto usarlo, que no había terceras personas y que excepto el jarrón con las cenizas de la tía abuela Margarita y su casa de la playa, no quería nada más. La tensión era cada vez mayor, ambos nos mirábamos esperando que el otro encontrara la inyección de adrenalina que necesitaba ser clavada, como una estaca vital, en el corazón de nuestra moribunda chispita.

—¡Ya lo tengo! —grité saltando del sofá —¡Disfraces! —pero me arrepentí al instante al imaginarme como una Catwoman de Burgos.

—¿Puedo componerte un poema? — chilló Querido desesperado.

—¿Bromeas? ¡Podría ser el golpe letal a nuestra chispa! Vamos, vamos, vamos. Tiene que haber algo, tiene que haberlo…

   Ambos nos sentábamos y levantábamos del sofá con nuevas ideas a cada cual más peregrina. Eran tales los nervios, que parecíamos concursantes de Masterchef con el plato sin montar y con Jordi Cruz en la nuca gritando que en un minuto tendrían que salir doscientas raciones para un grupo de ultras muy hambriento.

   Y entonces se le ocurrió. Querido, mi Mcguiver del amor, me tomó de las manos y me dijo:

—Cari, haz una lista.

—¿Perdona? ¿Ahora? ¿De la compra?

—Una lista con ideas para mí. Una lista donde me digas muy claro que cenar en DiverXo una vez cada diez años o pedir pizza todos los primeros domingos de cada mes, alimenta a la mariposa que vive en ti. Ilumíname. Muéstrame la delgada línea roja que separa el cursi romanticismo de un buen festín de adrenalina para nuestra chispa matrimonial.

   Aquella noche no pudimos dormir. Como poseídos por la mariposa gigante del amor, escribimos folios y folios con nuevas ideas con las que sorprendernos el uno al otro cada vez que los años, las herederas o los aparatos tecnológicos, quisieran hacernos creer que el amor no todo lo puede.

   Y aquello fue lo más romántico que pudo pasarme jamás.