viernes, 18 de octubre de 2019

El objetivo


A veces, la vida se entretiene colocando obstáculos delante de ti cuando por fin, tras muchos esfuerzos, logras fijarte un objetivo claro y firme.

Esta vez sí, te dices convencida, empoderada perdida, con la moral rebosándote por los ojos; pero llega ella, la vida en persona, y te dice: Ah, pues no, ahora no es el momento adecuado. Desempodérate ahora mismo y vuelve a tu estado natural de ameba unicelular eucariota.

Tú luchas, te resistes a abandonar al primer golpe, tú no eres de esas que tiran la toalla en el primer hueco que ven libre en la playa, no. Tú buscas cual sabuesa el mejor puesto equidistante entre el chiringuito y las olas, lejos de la pandilla de vientresplanos y cerca del centro logístico del señor voceador de cervecitas y camarones. Y allí, triunfante, clavas al fin el pincho de tu sombrilla mientras sujetas a una heredera con un brazo, agarras a las otras dos por los bañadores antes de que se metan en el agua sin crema solar, sin gorro, sin manguitos y sin socorrista personal contratado para la ocasión, y tratas de mantener cierto equilibrio, más que nada emocional.

               Pero aunque tú no eres de esas, hay veces que no puede ser. Y punto. Y tienes que aceptarlo.

               Tal y como lo he aceptado yo. Resignada. Aliviada en ocasiones. Con tilas y valerianas, por qué no decirlo. Mi objetivo estival se ha visto frustrado, vapuleado, ninguneado, aplazado, ignorado y hasta olvidado.  Este verano, mis planes de dejar la casa lista para que vinieran a tomar el té Meghan y Harry se han visto truncados por una larga lista de quehaceres inoportunos que podríamos resumir en dos: ir a la piscina a desfogar herederas y el escay de mi sofá que, a partir de las cuatro de la tarde, se empeñaba tozudo en no dejarme abandonar posición fetal alguna.

               Pero llegó septiembre. Ah, septiembre. El mes en el que comienza todo. La vida vuelve a fluir, el escay del sofá te libera, el armario empieza a pedir cita para el cambio y cada mochuelo vuelve a su olivo. Si fuera por mí, las uvas las tomaríamos el treinta y uno de agosto. Y el champán. Tres botellas, venga. ¡Feliz curso nuevo! Pura felicidad.

               El caso es que, además, este año la he conocido a ella. Flechazo total. Marie se llama. Es japonesa. Y le encanta tirar cosas.

               Yo, la verdad, tengo un lado bastante Diógenes que me incita a guardar objetos que vienen muy bien para llenar cajas a la hora de una mudanza como pueden ser los apuntes del instituto o todos los bolsos que he ido luciendo desde los quince años aproximadamente. Pero también tengo un lado destructor que compensa con el Diógenes y así puedo pasar por una persona normal si vienes a mi casa. Y si no abres los cajones. Ni los armarios. Ni el canapé de la cama.

               Así que ha sido llegar septiembre, conocer a Marie y decirle a Querido y a las herederas:

               —Querido, Heredera 1, Heredera 2, Heredera 3: que comiencen los juegos del hambre.

Querido ha empezado a sudar porque lo ha relacionado con recortes en el suministro gastronómico así que al decirle que no se trataba de la comida, ha comenzado a llorar porque lo ha relacionado con recortes en el suministro cervecero. Las herederas han sufrido ataques de hipo por la impresión de ver a su padre prometiendo, empapado entre las lágrimas y el sudor, que acudiría cada día al gimnasio si era necesario, pero que la Paulaner era sagrada. Finalmente se han tirado todos en el sofá a descansar cuando les he mirado fija y seriamente mientras les recitaba aquello de:

—Buscáis limpieza, pero la limpieza cuesta, pues aquí es donde van a empezar a pagar: con sudor. —Y he dado un golpe en el suelo con el paraguas de Peppa Pig con el que la Heredera 3 estaba jugando a Mary Poppins hace tres días y que aún seguía rondando por el salón.  Derrotaditos solo de pensarlo.

               —A ver familia, una vez superado el susto inicial y habiendo llenado la nevera de víveres como para tres bautizos, vamos al lío. Marie Kondo dice…

               — ¿Esa quién es mamá? ¿Es una amiga tuya?

               —Es una escritora que ayuda a las familias desastrosas como nosotros a vivir en un hogar ordenado de una vez por todas y a que logren ser felices con pocas cosas— dije con mi mejor sonrisa maternal.

               —¿Con pocos juguetes?

               —Sí.

               —¿Cuánto es pocos juguetes?

               —Los suficientes, cariño. Podemos dejar aquellos con los que jugáis y regalar aquellos que no tocáis ni aunque os estéis muriendo de aburrimiento total y absoluto y revoloteéis a nuestro alrededor como mosquitas veraniegas— contesté con mi sonrisa maternal visiblemente afectada.

               —La idea es sencilla: vaciamos todo en el centro de la habitación y después, cosa por cosa, decidimos si la necesitamos o no. Si sí, se queda y si no, la abrazamos, le damos las gracias por los servicios prestados y lo desechamos. Manos a la obra.

               Bueno, la primera parte del plan fue una fiesta brutal. Gritos, risas, piezas de construcción por el suelo, cabezas de pinypones por las esquinas, el gato sin saber a qué juguete rodante perseguir y las herederas dejando salir del armario el lado destructor que llevan dentro.  

               —Muy bien, chicas. Ahora vamos a ver quien es… el rival más débil— Esto lo dije enfatizándolo mucho y con cara de malas pulgas. Esa soy yo, la mujer desactualizada.

Ni que decir tiene que todo era necesario, nada podía irse de casa y cada uno de aquellos nenucos con las caras y los ojos tatuados con bolígrafos imborrables era su juguete favorito, así que para dar ejemplo, decidí que empezaríamos por organizar mi armario de los bolsos.  Y allí los puse todos ordenaditos encima de la cama, hasta la riñonera que me llevé al viaje de fin de curso en el colegio. Cada uno con su historia, sus céntimos perdidos, algún ibuprofeno caducado, aquella barra de labios que perdí algún día… Ah, si pudieran hablar.

               —Venga, dales un abrazo mami. Y tíralos. Venga, tíralos. Venga, mami, abrazo y gracias y tíralos.

               Cogí la riñonera. ¿Pero y si se vuelven a llevar? ¿Y si alguna vez me mudo a Oklahoma o lugar por el estilo y necesito una para mimetizarme con los habitantes autóctonos de allí?

               —Se queda— Y entonces la abracé con fuerza y un poco asqueada por el olor a rata muerta que desprendía. Pero era mi rata muerta y no pensaba deshacerme de ella tan fácilmente.

               Con mi riñonera bien sujeta a la cintura, nos dirigimos con paso firme hacia los dominios de Querido, quien nos miraba con cierta condescendencia con su botella de Paulaner en la mano. El muy incrédulo pensaba que no habría material vintage del que deshacernos entre sus pertenencias. Pero como por arte de magia, empezaron a surgir del fondo del armario decenas, cientos, miles de camisetas agujereadas, roídas y horribles, directamente horribles, que imploraban una muerte digna como trapos para el polvo cuanto menos.

               —¡Esta no, esta es la que me llevé el día de la octava! ¡Y esta cuando defendí el proyecto! ¡Y esta cuando murió Chanquete!

Querido revivía su pasado más o menos próximo a través de aquellas prendas y se aferraba a ellas con la misma fuerza con la que asía su botellín a medio terminar.

               —Tira tus apuntes primero.

               —¡Nunca! Deshazte tú de tu colección de chapas del mundo.

               —¡Jamás! ¿Hasta cuándo piensas guardar el calientabiberones de las niñas?

               —¡Hasta que tengas nietos a los que calentar biberones! ¿Y los cuatro mil números de los Muy Interesante? ¡Si ya todo lo miras por internet!

               —¿Pero cómo voy a tirarlos? ¡Son documentos históricos! Es oro, cari, oro.

Y mientras, las herederas se habían disfrazado con aquellas camisetas viejas, llenado los bolsos con los nenucos tatuados y montado una tienda con los cientos de objetos inservibles que habían salido de su escondite aquella mañana de septiembre.

Está claro que a veces la vida se entretiene colocándote obstáculos delante de ti cuando te fijas objetivos, aunque igual esto sucede porque esos objetivos marcados no tienen mucho que ver con lo que en realidad eres… o quieres.

¡Feliz curso nuevo!