Resulta que buscar el equilibrio
emocional está de moda. Pase lo que pase, a todo podemos encontrarle el lado
bueno.
—¡Hola, Fulano!
¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo te va?
—Fenomenal, Mengano.
Mi mujer me ha dejado, me han despedido del bufete, mientras hablo contigo la
grúa se está llevando mi Ford Fiesta blanco y una paloma me ha cagado en mi
jersey amarillo pero oye, tan pichi. ¡Llevaba tiempo estancado en una vida
demasiado cómoda! ¡Ya era hora de cambiar!
—Esa es la actitud,
claro que sí. Tengo que despedirme ya porque se acaba de incendiar mi casa, pero
estoy feliz porque seguro que es la oportunidad que esperaba para cambiar el
sofá, que está para tirarlo.
—¡Qué envidia me
das! ¡Sofá nuevo! ¡Cómo vives, tío! Siempre fuiste un triunfador.
—Y que lo digas,
Fulano. Y que lo digas.
El lado bueno de
las cosas, ver la oportunidad en cada fracaso, la luz al final del túnel, la
ventana abierta junto a cada puerta cerrada.
Debemos aprender
a gestionar nuestras emociones. Estar en paz con nosotros mismos, con el mundo;
sentirnos en consonancia con la Madre Naturaleza… Meditar. No permitamos que la
ira nos posea cuando los niños nos ignoran, no recogen los juguetes y además se
apropian del mando de la tele. Ni discutamos a voz en grito con nuestra pareja
por cualquier motivo. Sintamos el control de nuestros sentimientos.
Y como no tengo
ni pajolera idea de la manera de lograrlo, he decidido asistir a clases de Mindfulness.
En familia.
— Querido, nos
he apuntado a un taller de Mindful.
— ¿Mindful?
— Ness
— ¿Qué?
—Nos he apuntado
a clases de Mindfulness.
—¿Los cinco?
—Correcto.
—¿Precio?
—El de la paz
interior. Conocernos mejor. Gestionar nuestras emociones. Relajarnos. ¿Qué
precio le pones a eso?
—Es caro, ¿no?
—Caro, caro, a
ver, sí. Habrá que tirar de sopas de sobre hasta agosto, que es cuando cierran.
—¿En agosto ya
gestionaremos las emociones?
—Todas. Voy a
comprarme ropa de yoga que con los vaqueros no gestiono bien y no puedo
relajarme adecuadamente.
Y allí que nos
presentamos los cinco dispuestos a gestionar y a equilibrarnos todos
emocionalmente en familia. Qué placer, qué bien todo y lo que une esto, oiga.
Nos hicieron
pasar a una sala amplia, diáfana y que olía a incienso o a algo quemado. A
recibirnos, acudió una mujer minúscula
de amplia y desmesurada sonrisa para su tamaño corporal, que transmitía una paz
interior grado querubín alado. Era nuestra monitora.
—Bienvenidos
familia. Pasad y descalzaos.
Mal empezamos.
A descalzarse y
yo sin haber revisado los calcetines de las herederas antes de salir de casa. Seguro
que alguna los llevaba rotos, o sucios, o rotos y sucios. O uno de cada color,
de esos que les dejo en un montón por si aparece algún día el hermanito. Maldito
Síndrome de Diógenes textil.
Como pensaba, un
dedo del pie de una de las herederas, asomaba sin complejo ninguno por un hermoso
agujero. Aquello, lejos de suponerle ningún problema, produjo un ataque de risa
tal, que hasta la monitora minúscula se contagió. Diez minutos de reloj
esperando a que las cuatro finalizaran el concierto acústico de carcajadas. Ya
notaba la relajación en cada poro crispado de mi piel.
Querido empezaba
a impacientarse y yo no podía apartar la vista del calcetín agujereado. Ambos
mirábamos el reloj cada veinte segundos, golpeábamos el suelo con la puntera
del zapato, chasqueábamos la lengua. Nada, ninguno de los cuatro miniseres se
daba por aludido.
Y al fin cesaron
las risas.
Pero apareció el
hipo. Un hipo tan descomunal que las hacía saltar. Saltaban, reían e hipaban.
Un no parar. La monitora minúscula consiguió un record de salto y todas se
abrazaron para celebrarlo. Fue un momento muy emotivo.
De pronto, empecé
a marearme o a colocarme con el olor del incienso o lo que fuera que estaba humeando
en aquel bote. No recuerdo cómo pero decidí, dentro de lo que mi raciocinio me
permitía decidir, seguir el ejemplo de las herederas que, aburridas ya del
momento hipador, habían centrado su diversión en dar vueltas sobre su eje como
una peonza.
Bueno, qué
sensación de libertad, qué grácil y liviana me sentía. Volaba sin levantar los
pies del suelo, me encontraba bien, sin cargas, disfrutando del momento. Reía a
carcajadas dejando que una brisa imaginaria acariciara mi pelo, la brisa del
mar… casi podía olerla.
Y de repente, la
gran ola.
Cuando abrí los
ojos, vi otros diez contemplándome, ocho de ellos visiblemente preocupados.
—¡Mami!
—No la toquéis,
chicas. Podría haberse roto algo.
¿Perdona? ¿Roto?
Antes de moverme para comprobarlo, fantasee con la idea de permanecer quince
días acomodada en el sofá con un pie escayolado. Un momento, ¡quieta! Reflexiona
y no te apresures a estropear la que podría ser la oportunidad de tu vida. ¿Quién
necesita Mindfulness pudiendo disfrutar de quince días viendo series, sin hacer
una cama y con todos los gastos pagados?
Pero aquellos
ojitos empezaron a darme pena modo que comprobé que estaba todo en su sitio, me
levanté de un salto y con una sonrisa, traté de tranquilizarlos a todos.
—Me he tropezado
tontamente, ji, ji, ji. ¡Estoy perfectamente! ¡Vamos a mindfulonear, familia!
Con el susto de
mi vuelo rasante con aterrizaje estrepitosos, los ánimos de todos se calmaron y
pudimos disfrutar finalmente de nuestra primera sesión en familia. Resultó de
lo más relajante para todos ya que Querido, las herederas mayores y yo
aprendimos a respirar según nos indicaba la monitora minúscula, que es de una
manera distinta a como lo hacemos normalmente, para tu información adicional. La
heredera menor se regaló una siesta de una hora en los mullidos cojines de la
sala que la dejó como nueva.
Como cinco
balsas de aceite salimos de aquella sala. Las herederas cogidas de la mano;
Querido y yo cogidos de la mano… éramos como una pegatina del Domund viviente. Y
así permanecimos durante las dos horas siguientes; el tiempo que tardamos en
llegar a casa y comprobar que nadie le había limpiado la arena a la gata y que
aquello olía a vertedero municipal.
Nos soltamos las
manos, nos acusamos unos a otros, nos dimos dos voces y nos miramos con los
ojos entornados. Todos sospechábamos de todos. Gestionar la ira estaba
resultando bastante complicado. El volumen subía y los ojos se entornaban hasta
casi cerrarlos. Pero cuando las acusaciones estaban a punto de llegar al
Tribunal Supremo, la heredera pequeña comenzó a dar vueltas sobre su eje y a
reír a carcajadas.
Me hubiera
gustado contar que todos le seguimos en un hermoso, emotivo y familiar baile,
cogidos de la mano. Que Alexa sintonizó una bonita melodía y que finalizamos la
escena en el sofá, abrazados y sintiéndonos orgullosos de nuestra familia. Pero
la única verdad es que la heredera pequeña tropezó, lloró un rato bastante
largo y nosotros seguimos con nuestra discusión tras comprobar que no se había producido
ningún daño importante.
Y es que por
mucha paz interior que tengas, por muy de moda que esté aprender a gestionar
las emociones, por mucho interés que pongas en encontrar el equilibrio
emocional, es completamente imposible encontrarle el lado bueno a que nadie se
haya acordado de cambiarle la arena al gato.