Me han ascendido. En realidad no ha
sido un ascenso como tal, no me han nombrado consultora jefa ni directora de
consultorios ni nada parecido. Lo que en realidad ha ascendido es el número de mis
consultas. La gente necesita soluciones en sus miserables vidas y han pensado
que yo tengo todas las respuestas. Mal. No tengo solución ni para mí. Nos vamos
todos a la mierda.
El caso es que me llamó Paco, mi
jefe, el domingo a las ocho de la mañana, que es una hora muy buena para llamar
a su puñetera santa madre pero
fatídica si es para mí.
— Necesito ampliar tu columna de una semanal a siete.
Venga, ponte las pilas.
— No (bostezo) no quiero (bostezo) cambiar de compañía
(doble bostezo) telefónica.
— ¿Has vuelto a desayunar gintónic? ¡Espabila! ¿Has oído lo que te he dicho?
— ¿Pero qué hora es? ¿Ha pasado algo? ¿Se ha
incendiado la redacción?
— Lo que se va a incendiar es tu contrato si no te
pones las pilas ya. Necesito siete columnas a la semana ¿me explico? Hay un
montón de infelices llorando por las esquinas esperando a que les soluciones la
papeleta. Tómate un café y enchufa el
ordenador. Quiero una consulta resuelta esta noche a las ocho.
— ¡Pero es domingo! ¡Iba a llevar a las niñas al oceanario a ver a los caballitos de mar!
— ¡A las ocho!
Y colgó. Obviamente esto no podía
quedar así, ni un buenos días ni un enhorabuena porque la gente te idolatra y
estás salvándole el culo al periódico que sin ti no sirve ni para limpiar
cristales, en fin, un algo. Me tomé dos cafés cargados y lo llamé.
— Paco una cosita te voy a decir; estas no son formas
de hablarle a tu columnista estrella. Se
dan los buenos días y luego, con amabilidad, se le propone todo eso de las
siete entregas y demás. A ver ¿cómo queda mi sueldo si acepto?
— ¿Tu sueldo? Déjame
pensar. A ver... sí, mira, tu sueldo se va a incrementar en lo que viene siendo
satisfacción personal y tal. Más adelante, si va bien y firmamos la publicidad
con los del Chilly
Gel y el Hemoal, ya hablaremos de subida sueldo. Ahora, por favor,
idolatrada consultora ¿quieres ponerte a trabajar?
Colgué. Me acordé de Lorena Bobbit
y de su gran obra y me dispuse a contestar al primer ingenuo que me hubiera
escrito, no sin antes levantar a las niñas, darles el desayuno, vestirlas y
prepararles la mochila con lo básico (rebequita
por si refresca, muda por si se manchan, toallitas,
suero fisiológico para los mocos, agua, batido, galletas y un plátano por
cabeza), consolarlas por la promesa rota de mamá, convencerlas de que me
trajeran una foto de los caballitos de mar, repartir tres besos de amor, pasadlo bien, mamá os echará de menos, os
quiero y cierre de puertas.
Trescientos veintisiete correos en
mi bandeja de entrada, la mayoría con las palabras "urgente",
"desesperada", "ayuda" e "infidelidad" en el asunto del mensaje. Lo dicho; el mundo
se va a la mierda si esperan que yo tenga respuesta para todo.
Selecciono
uno al azar: "Buscando una razón"
"Estimada Pandora
Encriptada,
hace años que sigo con fervor su columna aunque, he de
confesar, lo hago a escondidas en el baño. No me avergüenzo de ello, o sí, tal
vez un poco. Igual si se cambiara el nombre por el de Doctora Igartiburu o similar, algo que elevara la
categoría del consultorio, podría hacerlo en la vía pública y no el baño. Leer
su columna, me refiero. Lo demás seguiré haciéndolo en el baño y no en la vía
pública. En fin, voy al kit, kid, kith,
al meollo de la cuestión.
Hace seis años que conocí a mi mujer
en una fiesta de la espuma que organizó mi cuñado en la discoteca del pueblo.
Me fijé en ella porque destacaba entre todas: era la única que permanecía seca
y sentada en una esquina, observando la escena pero sin intervenir. Yo siempre
he sido un hombre discreto, chapado a la antigua,
aburrido en otra palabra. Por eso, cuando la vi tan comedida, tímida y
respetuosa, me enamoré de ella al instante.
Esa noche, la de la fiesta de la
espuma, terminé etílicamente
perjudicado, más que por la cantidad de cerveza ingerida, por la cantidad de
espuma inhalada, y cuando quise darme cuenta, mi Irati
se me había marchado.
Pasaron días hasta que volví a
encontrarme con ella, esta vez en la gala de elección de Mis Bengoetxea, ya que el nuestro es un pueblo
pequeño pero colmado de mujeres bellas, no vaya usted a pensar lo contrario. Txumari el pescadero, Asier el barbero y yo, formábamos el jurado objetivo y neutral
del concurso, aunque en él participara la hija del primero que era, a la sazón,
sobrina carnal del segundo. Dicha circunstancia no fue sin embargo óbice para
que se deliberara con justicia y raciocinio y llegáramos a un veredicto
final exento siempre de cualquier muestra de preferencia de la una sobre las
otras.
Mi Irati
observaba en silencio el desfile desde la primera fila. Siempre callada,
atenta, la mirada fija en las tres concursantes que iban y venía por la
pasarela que improvisamos en el paseo del pueblo. Tan solo cuando Maitane salió elegida Mis Bengoetxea, compitió con el padre y el tío de
esta por el fervor de los aplausos. Y me enamoré aún más de ella al verla
celebrar con tanto ahínco mi decisión de proclamar vencedora a Maitane, quizá porque adiviné en ella el apoyo
que tanto necesitaba en mi vida personal.
Aquella noche, tras los brindis por
el triunfo de Maitane, me envalentoné y
me acerqué a ella decidido a suplicar, si llegara el caso, por una cita con mi Irati.
— ¿Puedo invitarte a un txacolí?
— No gracias.
— ¿Una caña tal vez? ¿Un refresco? ¿Un pintxo? ¿agu..
— No estoy interesada en mantener relaciones sexuales
con usted. Puede ahorrarse la invitación porque ni hoy ni nunca me resultará atractivo
¿de acuerdo?
Me quedé mudo pero prendado hasta el
tuétano de aquella mujer que era capaz de hablarle tan claro a un hombre. Y si
las relaciones íntimas iban a suponer que ella nunca me diera una oportunidad,
decidí atajarlas desde el principio.
— Oh, no. No quiero mantener ninguna relación sexual
con usted, a pesar de ser una mujer increíblemente bella y atractiva. Verá,
tengo, digamos, a ver; mi cuerpo, de cintura para abajo, está "de
baja" ¿me comprende?
—No.
—Ya, claro. No me he explicado bien. Mi cuerpo, en esa
zona— dije señalándome a la bragueta directamente— no responde, digamos, a
estímulos de ningún tipo.
— ¿Es usted un eunuco?
— A efectos prácticos sí— contesté esbozando una gran
sonrisa.
La mirada de Irati se enterneció, su cuerpo visiblemente
se relajó.
— Pero bien frío.
— Claro, claro. Helado. Muerto prácticamente desde el ombligo.
— El txacolí— me dijo entre carcajadas. Qué bella era
cuando reía.
Bebimos un vaso tras otro mientras
nos contábamos nuestras vidas. Era enfermera, era preciosa, era hija única y
huérfana, era música en mis oídos, era amante de las biografías históricas, era
un amanecer en mi vida, era una gran cocinera, era un mar de sentimientos,
todos ellos de amor, todos, para mí.
Nos despedimos después de un reconfortante desayuno en la cafetería del
hospital donde entraba a trabajar esa mañana. Y desde entonces, nos vimos cada
día. Conversábamos, reíamos, nos
callábamos, nos hicimos amigos íntimos.
Una noche quise invitarla a conocer
a mis padres. Ella accedió y quedamos en que la recogería del hospital al
finalizar su turno de las nueve. Aún faltaban quince minutos para la hora y yo
ya la esperaba nervioso en la puerta de la clínica. Miraba el reloj una y otra
vez. Los minutos pasaban; cinco, diez, veinte... A las diez de la noche no
había ni rastro de Irati. No podía ser
que se hubiera olvidado de algo tan importante. Subí a su planta sin saber muy
bien si enfadarme o preocuparme, afligido
por hacer esperar a mis padres que con tanta ilusión la esperaban. Esa noche
quería pedirle matrimonio antes de la cena y después, en los postres, dar la
noticia a mis padres. No tenía dudas de que quería pasar el resto de mi vida
con ella, aunque tuviera que renunciar para siempre a cualquier encuentro
carnal. O igual no, igual podría "curarme" milagrosamente e intentar algún día, quién sabe, quizá ella
bajaría la guardia y entonces yo... Entonces la vi. Tendida en una camilla
rodeada por cinco enfermeras y dos médicos que llenaban su cuerpo con líquidos
transparentes a toda velocidad. "Bajadla
inmediatamente para un TAC y una resonancia de urgencias. Vamos,
vamos, vamos". "Está estable. Hay que bajarla".
La cabeza me daba vueltas, el
corazón se me salía del cuerpo a cada latido, el cuerpo se me derramaba en
lágrimas. Irati.
Irati.
Al cabo de tres horas pude verla.
Ella a mí no. Tenía los ojos cerrados y respiraba al compás que la máquina
marcaba. Irati. Un ictus, me dijeron. Y da gracias porque sigue
con vida, me dijeron. No sabremos nada hasta dentro de setenta y dos horas mínimo,
me dijeron.
Yo no me separé de su cama en
setenta y dos días, los que estuvo en coma. Cada día la aseaba, le echaba
perfume, le pintaba los labios. Cada día velé su sueño pidiendo al cielo que si
se la llevaba, me llevara a mí con ella. Y a los setenta y dos días, despertó.
Entonces me separaron de ella, la hicieron suya, pruebas y más pruebas, medicamentos y más medicamentos, pero ni una palabra de cómo estaba.
Después de tres días, me llamaron a
su lado.
— Quiere verle— me dijo el doctor que la había estado
atendiendo aquellos días en la UCI.
— ¿Cómo está?— contesté aún sorprendido por la
noticia.
— Oficialmente
está consciente y evoluciona favorablemente.
Oficiosamente está milagrosamente bien. Vaya a verla, le espera.
Las piernas me temblaban... y la
boca... y las manos. Abrí aquella puerta con un nudo en el estómago, pero no
duró más que lo que tardé en verla sonreír. Irati.
Poco a poco consiguió levantarse de
la cama, andar, hablar, reír a carcajadas. Yo estuve con ella cada día, cada
minuto. Fue duro pero a la vez maravilloso verla apoyarse en mí como lo hizo,
verla coger fuerzas, verla salir andando del hospital con su alta en la mano.
— Vente a vivir a mi casa, allí podré cuidarte mejor,
por favor— le dije— Mejor aún, casémonos.
Por favor, sé mi esposa, mi mujer, sé mía para siempre.
— Es lo mínimo que puedo hacer por ti. Sí, sí quiero.
La besé sabiendo que había accedido
a casarse conmigo como pago por sus cuidados pero decidí desoírme y me propuse conquistarla día a día hasta mi milagrosa "curación
genital". Que no quisiera sexo conmigo la noche que la conocí, no
significaba que no quisiera tenerlo nunca con su marido. Es más, seguro que lo
estaba deseando, de modo que tenía que acelerar todo el proceso curativo para
estar resucitado para la boda.
Nos casamos una mañana de mayo en la
pequeña iglesia del pueblo. No hubo invitados, ni banquete, ni coche nupcial. Irati no tenía a quien invitar y me pareció
una descortesía llenar los bancos de la familia del novio y que los de la novia
estuvieran vacíos.
Esa noche, cuando nos encontramos en
nuestra cama, decidí contarle la buena noticia:
— Irati, mi
vida, ha ocurrido un milagro. ¡Mi cuerpo, sin duda gracias a ti, ha despertado!
Irati me miraba
sin saber bien si reír o llorar. Después rió. Y lloró. Por último, me abrazó. Y
así abrazada a mi cuello me dijo al oído: — ¿Recuerdas lo que te dije la noche
que nos conocimos? Ni ahora ni nunca, no puedo corresponderte, ni podré. Nunca.
Note como mojaba mi cara con sus
lágrimas y la abracé más fuerte. Y así, entre sus brazos y sus lágrimas,
renuncié a la resurrección de mi cuerpo.
Pasamos los setenta y dos meses
siguientes viviendo en absoluta felicidad. La convivencia era maravillosa, nos
compenetrábamos como almas gemelas, hechos uno. Todo en nuestra relación era
perfecto, ni una queja, ni una pega. O solo una, pero yo mismo me prohibí
pensar en lo que no tenía remedio.
Hasta ayer, cuando en la cena me lo
soltó a bocajarro.
— Me ha enamorado. Con todo el dolor de mi corazón,
que es mucho, inmenso, infinito, tengo que confesarte que amo a otra persona.
Siento ser una ingrata después de cómo me cuidaste en el hospital, en casa,
siempre a mi lado... y pagarte así, de esta manera tan ruin que me avergüenza
hasta lo más profundo de mi ser. Pero no puedo engañarte, aunque de poco sirva,
no puedo mentirte más.
Se levantó, me dio un beso en la
frente, cogió su maleta y se fue.
Llevo desde entonces sin dormir, sin
dejar de pensar en qué es lo que pudo haberle faltado, en dónde pude haber
fallado, pero no encuentro respuesta. Ni una sola. Por favor, Pandora
Encriptada, ilumíname.
Atentamente:
Lovelorn."
Madre de mi vida. Desde luego cuánta razón tenía mi
abuela; no hay peor ciego que el que no quiere ver. En fin, voy a ello con
cuidado.
"Querido Lovelorn;
después de emocionarme profundamente con tu relato, te
insto a que releas tus propias palabras y encuentres la respuesta a tus
preguntas. Desde aquí fuera se ve todo muy claro pero de igual modo te daré una
pista: me juego la cabeza a que el nuevo amor de tu ex, tiene nombre de mujer.
Atentamente:
Pandora Encriptada.