martes, 18 de febrero de 2020

La justiciera internauta.


—Querido, hoy tengo ganas de alzar la voz.

—¿Y cuándo no es fiesta, Querida?

—¿Perdona?

—Preguntaba por la causa, el porqué de tu lucha.

—Estoy harta, Querido, harta de esa gente que, como hongos, crece amparada por la frondosidad del bosque, escondidos, agazapados. Gente que espera la ocasión para saltar a la yugular del otro sin miramientos. Gente con tanto tiempo libre, que ha de emplearlo cazando moscas con el rabo, como el diablo. Hoy quiero alzar mi voz para denunciar una realidad que nos empobrece como especie, que nos denigra y que hace de esta sociedad un lugar mucho peor: hoy, Querido, en Doce meses, doce causas de Bego, denunciaremos a… los criticones de las redes sociales.

—Me pones mucho cuando te levantas reivindicativa.

—Guárdate ese tonito conmigo y únete a la lucha.

— A ver, Querida, es que yo, a veces, no siempre, que conste, pero alguna vez sí que he…

—¿Criticado? —no lo podía creer. En mi propia casa vivía un hongo criticón.

—Es que es muy fuerte lo de Estefanía.

—¿Pero quién es esa chica?

—Pues la que lo está petando en críticas constructivas en España ahora mismo, Querida.

Decidí dejarlo por el momento porque lo conozco como si hubiera parido a sus tres herederas y estaba segura de que, de Estefanía, sabía lo mismo que yo, de modo que, poco dispuesta a perder el tiempo, decidí documentarme por mis propios medios.

Si hubiese querido, podría haber escrito una tesis doctoral sobre esta chica, el novio y el pretendiente después de comprobar toda la literatura que sobre ellos circula por las redes. Es pasmosa la velocidad a la que se vierten opiniones, se emiten juicios y se habla sin pudor de todo lo que aparece por las pantallas.

Leí durante horas, me asusté por momentos, me enervé por minutos, me enfurecí por instantes, me entristecí de por vida y volví a enfurecerme definitivamente. Y así, empoderada como estaba después del atracón de información que me había metido para el cuerpo, enarbolé mi bandera de justiciera internauta y me dispuse a poner un poquito de orden en este mundo cruel.

— Tengo una misión, Querido. Di a las herederas que para cenar hoy tendremos —aquí hice una pausa a lo Drake Ramoray—troll muerto. Troll rendido mejor, que tampoco hay que ponerse agresiva.

Decidí comenzar por visitar páginas de crianza donde, a priori, el ambiente debería estar bastante calmado ya que se trata de lugares donde acuden a buscar consejos y ayudas padres en apuros. ¿Podría alguien ser impertinente con una mamá que, todavía con el efecto de la epidural en sus piernas, pide opiniones porque no sabe si su bebé está durmiendo demasiado poco o demasiado mucho? Pues sí, podría. Y lo hacen. ¿Lo hacen? Te preguntarás tú, ojiplático y sorprendido. Como te lo cuento. Hay personas que creen que saben más que nadie de lo que te conviene a ti, aunque no hayáis comido nunca juntos ni tomado un café ni nada porque resulta que no te ha visto en la vida y ni siquiera sois amigos de Facebook. Nada, cero, nothing else matters.

Pero ahora esas personas impertinentes tienen un problema.

Yo, el problema soy yo, que todo hay que explicarlo.

—Disculpa, (aquí el nombre del impertinente). Creo que no deberías utilizar ese tono con (aquí nombre de mi defendido) ya que es ofensivo y no aporta ninguna solución a la consulta que ha realizado. Gracias.

Este mensaje lo utilicé un total de trescientas dos veces. Solo en una página. Me bloquearon porque pensaban que era un robot. Así que ni agradecida ni pagada. Tendría que cambiar la estrategia e ir intercalando mensajes más personalizados, aunque ello conllevara finalizar mi misión para la primavera de 2060.  

Decidí entonces pasarme por la página de Paula Echeverría. Seguro que, si la defendía, Paula me lo agradecería en público, con lo que ganaría visibilidad y me haría famosa como defensora de personajes famosos y mis mensajes serían mucho más efectivos con menos cantidad, como el Fairy.

Y allí que me fui.

¿Podría alguien ser impertinente con una persona a la que sigue en las redes sociales voluntariamente y a la que puede dejar de seguir en cuestión de segundos con solo apretar un botón? Pues sí, podría. ¿Se puede ser más absurdo? Difícilmente, la verdad. Y así se lo hice saber a @quierosercomoellaperonopuedo, una “seguidora” que arremetía contra todo lo que publicaba la actriz. Se lo hice saber y ella me contestó. De muy malas maneras, por cierto. Tamaña injuria no podía quedar sin respuesta de modo que le devolví la ofensa ipso facto, no sabía con quien había venido a batirse en duelo dialéctico. Y de repente, comenzaron a surgir respuestas de la nada; gente que la apoyaba a ella y gente que me defendía a mí. Gente que contestaba sin pudor hasta que terminamos enzarzándonos en un festín de insultos y faltas de respeto, todo gratuito, que no hacían más que atraer a nuevas aves carroñeras a la presa. En un momento llegamos a juntarnos ciento treinta personas contestándonos a la vez, lo cual es una locura porque ya te haces la picha un lío y no sabes si insultas al que te defiende o si te estás contradiciendo tú misma o si estás hablando solo porque hace media hora que te han bloqueado los ciento veintinueve contertulios.

Bueno, qué bochorno. Esto no lo hubiera hecho yo ni por mis New Kids On The Block, que no te sonarán de absolutamente nada si eres millennial o si has pasado una guerra.

El caso es que ni agradecimiento público ni privado ni unas zapatillas con su flamenco bordado. Mi meta de convertirme en defensora de famosos se alejaba cada vez más. Igual más tarde lo intentaba con Samanta Villar; seguro que aún podría necesitarme.

Pero pasaban las horas y cada vez iba sintiéndome más y más decepcionada. Ni con bandera de justiciera, ni con perdones, gracias y por favores; hay gente que definitivamente disfruta injuriando a los demás, aunque no tenga razones. Desde la trinchera que proporciona la pantalla del móvil, es fácil disparar y no resultar herido. El problema es que sus balas sí pueden dañar.

—¿Pero con qué derecho nos creemos de juzgar a esta chica, quién sabe qué tipo de relación tiene con su pareja, cuáles son sus circunstancias? ¿Cuándo nos han subido al púlpito de la superioridad moral, que no me he dado cuenta, Querido?

—Igual, en el momento en el que toda la historia se utiliza para hacer un programa de televisión con el que muchas personas ganan mucho dinero a cambio de que hablemos de ellos.

Mierda.

Justiciera internauta procesando respuesta.

jueves, 16 de enero de 2020

EQUILIBRIO EMOCIONAL



Resulta que buscar el equilibrio emocional está de moda. Pase lo que pase, a todo podemos encontrarle el lado bueno.

—¡Hola, Fulano! ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Cómo te va?

—Fenomenal, Mengano. Mi mujer me ha dejado, me han despedido del bufete, mientras hablo contigo la grúa se está llevando mi Ford Fiesta blanco y una paloma me ha cagado en mi jersey amarillo pero oye, tan pichi. ¡Llevaba tiempo estancado en una vida demasiado cómoda! ¡Ya era hora de cambiar!

—Esa es la actitud, claro que sí. Tengo que despedirme ya porque se acaba de incendiar mi casa, pero estoy feliz porque seguro que es la oportunidad que esperaba para cambiar el sofá, que está para tirarlo.

—¡Qué envidia me das! ¡Sofá nuevo! ¡Cómo vives, tío! Siempre fuiste un triunfador.

—Y que lo digas, Fulano. Y que lo digas.

El lado bueno de las cosas, ver la oportunidad en cada fracaso, la luz al final del túnel, la ventana abierta junto a cada puerta cerrada.

Debemos aprender a gestionar nuestras emociones. Estar en paz con nosotros mismos, con el mundo; sentirnos en consonancia con la Madre Naturaleza… Meditar. No permitamos que la ira nos posea cuando los niños nos ignoran, no recogen los juguetes y además se apropian del mando de la tele. Ni discutamos a voz en grito con nuestra pareja por cualquier motivo. Sintamos el control de nuestros sentimientos.

Y como no tengo ni pajolera idea de la manera de lograrlo, he decidido asistir a clases de Mindfulness. En familia.

— Querido, nos he apuntado a un taller de Mindful.

— ¿Mindful?

— Ness

— ¿Qué?

—Nos he apuntado a clases de Mindfulness.

—¿Los cinco?

—Correcto.

—¿Precio?

—El de la paz interior. Conocernos mejor. Gestionar nuestras emociones. Relajarnos. ¿Qué precio le pones a eso?

—Es caro, ¿no?

—Caro, caro, a ver, sí. Habrá que tirar de sopas de sobre hasta agosto, que es cuando cierran.

—¿En agosto ya gestionaremos las emociones?

—Todas. Voy a comprarme ropa de yoga que con los vaqueros no gestiono bien y no puedo relajarme adecuadamente.

Y allí que nos presentamos los cinco dispuestos a gestionar y a equilibrarnos todos emocionalmente en familia. Qué placer, qué bien todo y lo que une esto, oiga.

Nos hicieron pasar a una sala amplia, diáfana y que olía a incienso o a algo quemado. A recibirnos,  acudió una mujer minúscula de amplia y desmesurada sonrisa para su tamaño corporal, que transmitía una paz interior grado querubín alado. Era nuestra monitora.

—Bienvenidos familia. Pasad y descalzaos.

Mal empezamos.

A descalzarse y yo sin haber revisado los calcetines de las herederas antes de salir de casa. Seguro que alguna los llevaba rotos, o sucios, o rotos y sucios. O uno de cada color, de esos que les dejo en un montón por si aparece algún día el hermanito. Maldito Síndrome de Diógenes textil.

Como pensaba, un dedo del pie de una de las herederas, asomaba sin complejo ninguno por un hermoso agujero. Aquello, lejos de suponerle ningún problema, produjo un ataque de risa tal, que hasta la monitora minúscula se contagió. Diez minutos de reloj esperando a que las cuatro finalizaran el concierto acústico de carcajadas. Ya notaba la relajación en cada poro crispado de mi piel.

Querido empezaba a impacientarse y yo no podía apartar la vista del calcetín agujereado. Ambos mirábamos el reloj cada veinte segundos, golpeábamos el suelo con la puntera del zapato, chasqueábamos la lengua. Nada, ninguno de los cuatro miniseres se daba por aludido.

Y al fin cesaron las risas.

Pero apareció el hipo. Un hipo tan descomunal que las hacía saltar. Saltaban, reían e hipaban. Un no parar. La monitora minúscula consiguió un record de salto y todas se abrazaron para celebrarlo. Fue un momento muy emotivo.

De pronto, empecé a marearme o a colocarme con el olor del incienso o lo que fuera que estaba humeando en aquel bote. No recuerdo cómo pero decidí, dentro de lo que mi raciocinio me permitía decidir, seguir el ejemplo de las herederas que, aburridas ya del momento hipador, habían centrado su diversión en dar vueltas sobre su eje como una peonza.

Bueno, qué sensación de libertad, qué grácil y liviana me sentía. Volaba sin levantar los pies del suelo, me encontraba bien, sin cargas, disfrutando del momento. Reía a carcajadas dejando que una brisa imaginaria acariciara mi pelo, la brisa del mar… casi podía olerla.

Y de repente, la gran ola.

Cuando abrí los ojos, vi otros diez contemplándome, ocho de ellos visiblemente preocupados.

—¡Mami!

—No la toquéis, chicas. Podría haberse roto algo.

¿Perdona? ¿Roto? Antes de moverme para comprobarlo, fantasee con la idea de permanecer quince días acomodada en el sofá con un pie escayolado. Un momento, ¡quieta! Reflexiona y no te apresures a estropear la que podría ser la oportunidad de tu vida. ¿Quién necesita Mindfulness pudiendo disfrutar de quince días viendo series, sin hacer una cama y con todos los gastos pagados?

Pero aquellos ojitos empezaron a darme pena modo que comprobé que estaba todo en su sitio, me levanté de un salto y con una sonrisa, traté de tranquilizarlos a todos.

—Me he tropezado tontamente, ji, ji, ji. ¡Estoy perfectamente! ¡Vamos a mindfulonear, familia!

Con el susto de mi vuelo rasante con aterrizaje estrepitosos, los ánimos de todos se calmaron y pudimos disfrutar finalmente de nuestra primera sesión en familia. Resultó de lo más relajante para todos ya que Querido, las herederas mayores y yo aprendimos a respirar según nos indicaba la monitora minúscula, que es de una manera distinta a como lo hacemos normalmente, para tu información adicional. La heredera menor se regaló una siesta de una hora en los mullidos cojines de la sala que la dejó como nueva.

Como cinco balsas de aceite salimos de aquella sala. Las herederas cogidas de la mano; Querido y yo cogidos de la mano… éramos como una pegatina del Domund viviente. Y así permanecimos durante las dos horas siguientes; el tiempo que tardamos en llegar a casa y comprobar que nadie le había limpiado la arena a la gata y que aquello olía a vertedero municipal.

Nos soltamos las manos, nos acusamos unos a otros, nos dimos dos voces y nos miramos con los ojos entornados. Todos sospechábamos de todos. Gestionar la ira estaba resultando bastante complicado. El volumen subía y los ojos se entornaban hasta casi cerrarlos. Pero cuando las acusaciones estaban a punto de llegar al Tribunal Supremo, la heredera pequeña comenzó a dar vueltas sobre su eje y a reír a carcajadas.

Me hubiera gustado contar que todos le seguimos en un hermoso, emotivo y familiar baile, cogidos de la mano. Que Alexa sintonizó una bonita melodía y que finalizamos la escena en el sofá, abrazados y sintiéndonos orgullosos de nuestra familia. Pero la única verdad es que la heredera pequeña tropezó, lloró un rato bastante largo y nosotros seguimos con nuestra discusión tras comprobar que no se había producido ningún daño importante.

Y es que por mucha paz interior que tengas, por muy de moda que esté aprender a gestionar las emociones, por mucho interés que pongas en encontrar el equilibrio emocional, es completamente imposible encontrarle el lado bueno a que nadie se haya acordado de cambiarle la arena al gato.