lunes, 13 de agosto de 2012

Reunión sabadera

-" Lo siento, llego tarde!. Esperadme para empezar, vale?"- me gritó Marta nada más descolgar el teléfono. 
-"Claro nena, no te preocupes"- contesté algo preocupada por su voz acelerada y temblorosa.- "¿Todo bien?"
-" Perfecto. Adi..." pi, pi, pi
Colgó tan rápido que la esperaba con el corazón en un puño. Respiré al fin cuando la vi aparecer en nuestra reunión de los sábados con la cara resplandeciente y cierto rubor en las mejillas. Una sonrisa de oreja a oreja le impedía articular más de dos palabras seguidas. Unas a otras nos mirábamos extrañadas, interrogantes, envidiosas perdidas.
La reunión de los sábados la instauramos como evento semanal e irrenunciable al terminar la carrera. Cargadas con nuestros títulos de eruditas filólogas, fuimos a celebrar el fin de curso a un café algo bohemio en el que servían, además de cafés, ricos combinados a base de ginebra que, mezclados con el oportuno zumo de gumibaya, nos hacían la ilusión de estar tomando absenta en el París de Baudelaire. Y así, brindis tras brindis nos hicimos la promesa de reunirnos cada cierto tiempo para hablar de libros, poesía y cultura.
 Por supuesto, no pensamos en que pasados unos años, el volumen de títulos leídos semanalmente se reduciría drásticamente hasta llegar a límites insospechados, como por ejemplo, ninguno.
De cualquier manera, decidimos seguir con las reuniones para charlar sobre todo aquello que nos permitiera desconectar de biberones y pañales y si había suerte y alguna se ponía al día en novedades literarias, poder compartirlo con todas. Nosotras somos así, un poco secta.
Marta era de las más activas. Estaba casada desde hacía diez años y era madre de un educadísimo niño de seis al que le habían enseñado a ser autónomo desde el día de su primer cumpleaños. Gonzalo, que así se llamaba, era capaz de estar dos horas sentado en una silla viendo el Concierto de Brandeburgo sin moverse ni pestañear. Doy fe. Así que Marta, con semejante heredero y un marido amante del trabajo y de llegar tarde al lecho conyugal, dispone de bastante tiempo libre para sentarse en su coqueto rincón de lectura con su espalda perfectamente alineada para evitar contracturas y echarse en brazos del primero que venga con un buen título bajo el brazo.
Cuando llegó aquella tarde, agitada, ruborizada, espléndida y sobre todo, tarde, teníamos claro  que algo raro pasaba. Ella, la más disciplinada, recta, inalterable y sobre todo, puntual de todas nosotras y del mundo entero me atrevería decir, estaba completamente desconocida.
-"Yo creo que tiene un amante"- me susurró Manuela al oído. 
-"Anda mujer, imposible"- le contesté, aunque por dentro no dejaba de pensar en que ese brillo en los ojos, suele ir irremediablemente unido al cosquilleo estomacal que produce la pasión de los anhelados principios.
Habíamos desconectado hacía rato de la perorata insufrible de Mónica y su tercera lectura del Ensayo sobre la ceguera. Y eso que es uno de mis favoritos. Nuestros ojos estaban clavados, uno a uno, en el paquete misterioso de grandes dimensiones que Marta había puesto entre sus piernas. Intentaba taparlo a cada momento pero de vez en cuando, zas! volvía a asomar por allí aquella esquinita delatora que ciertamente la estaba poniendo nerviosa.
Mónica enmudeció, guardó sus tarjetones de lectura y dijo por fin las palabras mágicas:
-" Muy bien, Marta, escupe!". Lo dijo eso sí, con cierto desagrado. 
Marta no tenía escapatoria. Fuera lo que fuera tenía que compartirlo. Ya he dicho que somos un poco secta y no nos gusta nada eso de no enterarnos de las cosas de las demás. Para lo bueno y para lo malo, eso dijimos aquel día de la pseudoabsenta.
Con las manos temblorosas y las mejillas en su punto álgido de maduración, Marta se puso en pie con el misterioso paquete entre las manos. Abrió la bolsa y descubrió un tomo de una extensión considerable y de color negro. Mirábamos expectantes, sin pestañeos, sin susurros, sin respiración. 
-" Me lo compré ayer. Me quedan cien páginas. Prometo pasarlo."
Cincuenta sombras de Grey se llamaba el msiterioso paquete. Y allí estábamos todas, las eruditas, las cultas, las aspirantes a un orejero junto a Carmen Riera en la Academia, enganchadas a un señor que te regala deportivos a cambio de un cachetillo. La mayoría vamos por el tercer volumen. Nosotras, que no teníamos tiempo ni para leer un Cuento de los doce Peregrinos. Lo que no pueda el amor...


6 comentarios:

  1. Jolines qué bien escribes joía!!! Para cuando "50 luces de Bego"? Por cierto, no seré yo Marta,no? Lo digo x lo de la puntualidad!jeje

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  2. Es un placer leeros a los dos jajajaja pero no tienes nada que envidiarle, eh? Un beso. Soy Carmen!

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  3. Pues mira que yo pensaba que te seguía, se ve que no. Solucionado
    Me encanta cómo escribes, ahora...mientras más me hablan de él más manía le cojo al tío.
    Un beso

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  4. Gracias corazón... y a Grey, cuanto más le ignoras, más le gusta, así que tarde o temprano caerás. Además, si has sobrevivido (y disfrutado) a V.C. Andrews, tienes que darle una oportunidad!!! Besazos!!

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  5. Mira tú por donde que me vengo a enterar que has leido ese "librito" que trae a mucha gente de cabeza perdida.....
    Al final voy a tener que leerlo para saber qué me estoy perdiendo!!!!

    Saludos de Noches en Santa Clara

    PD: Hoy haré tu fantástica receta de quische para los peques

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