sábado, 5 de octubre de 2013

El consultorio (II)

Ya sabéis que no me gusta nada, pero nada de nada, hablar de mi trabajo como consejera sentimental del dominical. Respeto profundamente a todos y cada uno de los que vienen a mí buscando consuelo, ayuda o algún tipo de guía que le oriente en su búsqueda de la felicidad eterna. 
Algunos de ellos confían tanto en mí, que son capaces de seguir o no con su pareja según mi criterio; otros me piden asesoría laboral y hasta hubo un señor jubilado que dejó de fumar porros después de la bronca que recibió de mi parte, eso sí, desde el más profundo respeto debido a las personas mayores.
Y aunque no me guste hablar de ello, en ocasiones soy yo la que necesita desahogarse y encontrar palabras sensatas que me reconcilien con el mundo cuerdo, poner los pies en la tierra y coger fuerzas para una nueva semana de historias para no dormir... y sí, la maruja que vive en mí necesita airear su vena cotilla como todo hijo de vecino.
Hablando de hijos, creo que os alegrará saber que "Rosquilla Enamorada" y "Unicornio Desbocado" han sido padres por primera vez y por separado. Resulta que finalmente y a base de repostería fina, Unicornio dejó de sacar lustre a su fantástico cuerno y logró llevar al galope, por un inmenso bosque de mitológico erotismo, a su adorada ninfa enroscada. Y tanto agradó a la dulce musa aquello de tornarse ninfa de los garcilasianos bosques, que se lió la manta a la cabeza y la falda a la cintura cual sátira enloquecida y derivó de ninfa en ninfómana, harta ya de tanto misticismo amoroso y de tanto lírico prolegómeno. Pero lejos de hundirse en la pena de amor más absoluta, Unicornio resurgió con más fuerza (y más experiencia, todo hay que decirlo) y buscó hasta debajo de las piedras un nuevo amor al que convertir en causa de sus desvelos y de sus alegrías... hasta que lo encontró. Elisa fue su musa desde el primer día en que la vio pasando a toda velocidad, cientos de productos por el lector de la caja registradora. Cogió apresuradamente una botella de Peñascal y la invitó a beberla con él al tiempo que tecleaba el número secreto de su tarjeta de crédito. Ella dijo sí y al salir del trabajo, vaciaron la botella de vino mientras calmaban su sed de besos y abrazos en la parada del autobús que los llevaría esa misma noche, a su nuevo hogar. Ocho meses después vino al mundo el pequeño Aragornito.
Rosquilla huyó del amor y de las citas a la luz de las velas. No quería versos, ni promesas de amor eterno, y hasta un piropo lanzado al aire por un descarado albañil, la hacía correr despavorida y sin rumbo si las atrevidas palabras rimaban. Ella buscaba compañeros vampiros, de los que se iban a su casa antes del amancer. Y si alguno hacía ademán de prepararle las tostadas, sacaba de la cómoda la alianza de boda de su abuela y rompía a llorar desconsolada por la inminente llegada de su amado, a pesar  de lo evidente, esposo.
Era feliz así: trabajando cada mañana en su galería de arte a  la que sin saber por qué iban llegando cada vez con más asiduidad, jóvenes talentosos que además pintaban o esculpían como los ángeles... y explorando cada noche el mundo del que Unicornio le había mostrado tan solo una mínima y ornamentada parcela. Pero llegó el día en que se dio cuenta que no tenía a nadie que la abrazara cuando paseaba de noche por la playa, ni nadie que se alegrara por sus logros, ni nadie que llorara por sus penas... a la mañana siguiente, dejó que Mateo le preparara un café. Y luego unos canelones para comer y una ensalada para cenar. Mateo ya solo fue vampiro en su cuello y ella despertó de la locura de no querer amar ni ser amada. Y tanto se quisieron que algunos meses depués se hicieron la foto para el carnet de familia numerosa con los tres apéndices de su amor: Jacobo, Eduardo y Bella.

Pero en realidad, la consulta que me tiene pasmada esta semana es la de Cristóbal García, un jóven reponedor de supermercado, que me escribe desesperado:

"Buenas noches Pandora Encriptada.
Te escribo desde el escondite secreto que me he construído en el canapé de la cama matrimonial y que he acondicionado personalemnte para este fin, practicándole las incisiones pertinentes por las que poder respirar principalmente, aunque también son útiles en momentos de alivio intestinal para no morir asfixiado en mi propio alivio.
Le escribo en busca de un consejo que me ayude a soportar a mi mujer o, mejor dicho, a recuperarla. Y esto que podría resultar paradójico, es tan simple como paso a describirle a continuación.
Mi mujer, Ana, era una esposa dulce, agradable, cariñosa... pero un pelín rústica en cuanto a sus preferencias literarias: no había leído más libros que un cómic de Tin Tin que le regalaron de pequeña y que nunca terminó. Yo intentaba solucionar esta insuficiencia cultural e intentaba llevarla a cuentacuentos y guiñoles para no empezar la casa por el tejado e ir poco a poco y sin que se diera cuenta. Confiaba en que pronto encontraría el placer que da la literatura y que para las navidades podríamos hacernos socios del Circulo de lectores.
Un día vi en el supermercado en el que trabajo, el libro que tenía (y digo tenía) a todas mis compañeras realizando sus actividades a la velocidad del rayo para poder terminar pronto y seguir con su lectura, aunque fuese a base de renunciar a la comida del día, para no tener que levantar la vista de sus páginas ni para llenar la cuchara. Animado por esa actitud, decidí llevárselo a Ana aquella misma tarde. Y lo conseguí. Durante siete días no hizo otra cosa que leer y leer. Yo estaba feliz, pletórico por mi éxito indiscutible... o eso creía.
Mi mujer dejó de ser mi mujer. Empezó a llamarme Cris, bordó mis iniciales en todas las toallas, sábanas y hasta en los paños de cocina; le compró un bozal a nuestro fiero yorksire enano, pintó todas las paredes de casa de un rojo burdel muy conseguido y me hizo redactar un contrato en términos que no soy capaz de reproducir. Mi mujer habla con su diosa interior y se ha comprado unos pompones de animadora por Ebay. Mi mujer ya no hace cupcakes, ahora se dedica a montar maquetas de helicópteros. Mi mujer ya no se conforma con el sábado sabadete, ahora quiere por la mañana, por la tarde y por la noche todos los días de la semana. Mi mujer me ha apuntado a clases de piano y me hace reenviarle correos electrónicos que ella misma diseña. Me persigue por toda la casa para que le castigue porque ha sido mala y yo ya no puedo más.
¿Crees que debería dejarla, volverme con mi madre a su casa de paredes blancas y presentarle a mi compañero Críspulo González para que por lo menos aproveche todo el ajuar bordado?¿Piensas que puedo recuperarla de algún modo y volver a pasear con ella por la calle sin que nadie nos mire raro por llevar a un miniperro con un bozal minúsculo? Pensé que al pasar toda esta moda, ella volvería a su estado normal de leer al día y como mucho, la caja de los cereales del desayuno, pero ahora con el anuncio de la película, es aún peor. Ha formado una asociación de "Afectadas por la elección del actor para encarnar al Grey cinematográfico" y no habla de otra cosa. 
Dime Pandora, ¿qué puedo hacer?
Desesperado Cristóbal"

Tardé un segundo en contestarle:

"Lo primero, querido Cristóbal, darme el teléfono de la asociación.
 Un saludo, 
 Pandora Encriptada"

1 comentario:

  1. Te ha llegado ya el telefono de la asociación?pásamelo!! jajajaa, muy bueno y continua x fi el consultorio III. BESOS MUUCHOS

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