martes, 15 de marzo de 2016

El consultorio IV: La chispa de la vida



Lo malo de ser la musa salvavidas de un consultorio sentimental es que a veces, sin querer, extrapolo todo lo que leo a mi vida propia amorosa. No tendría nada de malo si no fuera porque más de la mitad de las consultas están protagonizadas por el gran fantasma de las relaciones de pareja: la infidelidad.
Y hay tantos infieles en el mundo. De todos los colores, oiga. Con tantos me encuentro que estoy trabajando con la Universidad de Allensbach Hochschule Konstanz en la primera clasificación mundial del infiel común. En realidad la que trabaja soy yo y ellos caso, lo que se dice caso, no me han hecho ninguno pero no me importa, ya vendrán cuando mi estudio (avalado por la Allensbach Hochschule Konstanz) se haga viral en las redes.
Ya tengo calados estudiados los primeros grupos:
El infiel minucioso: cuida al máximo los detalles para no ser descubierto. Un infiel minucioso resetea su móvil, rellena el depósito de gasolina hasta donde debería estar si no se hubiera desplazado cincuenta kilómetros a cometer el acto delictivo, vacía los bolsillos de posibles pistas, repasa su coartada cuatro veces para encontrar posibles fallos de coherencia, se enjuaga la boca con Listerine extrafuerte y se vuelve a perfumar con su extracto realizado a base de colonia personal, sudor corporal propio resultante de haber pasado todo el día trabajando y olor a ambientador de oficina, antes de entrar en casa. Una vez allí, apaga el móvil con la excusa de la conciliación familiar. Además no tiene perfil en ninguna red social para prevenir posibles fotos comprometidas o comentarios en su muro de algún amante despechado. La persona que pertenece al grupo de infiel minucioso nunca pasea de la mano de su amante, ni frecuenta lugares públicos si no es en solitario o con su pareja oficial. Es un tipo de infiel complicado de descubrir con las manos en la masa, pero como el crimen perfecto no existe, al final, acaba cometiendo algún error que permite descubrirlo. Aunque empiezo a pensar que ese error no se produce por casualidad. Seguiremos estudiándolo.
El infiel cantoso: los hay que cantan al vuelo, que no se preocupan por quitarse el olor a amante  antes de llegar a casa. Es despreocupado y muy capaz de darle fuego a su pareja con las cerillas del Club Las Cerditas Peggye Sue´s, motel de carretera, por poner un ejemplo. El infiel cantoso no borra los selfies con su amante y no tiene reparos en llevarlo a cenar a un restaurante céntrico y concurrido.  El infiel cantoso gasta los profilácticos que guarda su pareja en la mesita de noche y no se preocupa por reponerlos. Gasta dinero de la cuenta común en regalos que nunca llegan a su pareja, hace planes para salir de marcha sin contar con ella, llega a las once de la mañana a casa sin dar más explicaciones. Es un tipo de infiel al que podemos denominar mala persona o hijo de su madre, por poner otro ejemplo.
El infiel culpable: aquel que después de cometer el acto infiel, regresa al hogar cargado de flores y te quieros penitentes. El infiel culpable toma Dormidina por las noches porque la mala conciencia no le deja dormir. Es infiel, sí, pero lo siente en el alma... ¿después de cometer la infidelidad? sí, también. Es fácilmente detectable porque de repente se vuelve detallistas y amorosos cuando antes solo hacía un regalo si así lo estipulaba el calendario oficial de fechas señaladas; a saber: Reyes, cumpleaños y aniversario. Es probable también que pierda peso pero, a diferencia del infiel vanidoso, otro tipo que tengo en fase de estudio, al culpable directamente se le quitan las ganas de comer cuando ve la comida tan llena de amor que le ha preparado su pareja y que él paga retozando con sus amantes. Llega entonces a la fase de cambio de roles: su pareja pasa a ser beatificada en los altares y él adquiere categoría de rata de cloaca maloliente. 
Estos son los tipos más comunes pero hay bastantes más. Muchos. Están en todas partes...
En cuanto al sexo del infiel, de momento no puedo arrojar una cifra cien por cien fiable del tipo: el sesenta por ciento de las mujeres son infieles. Tampoco puedo, de momento, establecer axiomas irrefutables tales como: todos los hombres que calzan un cuarenta y tres y medio de pie, son infieles del tipo B o la mitad de las mujeres que trabajan en el Ministerio del Tiempo pararán en el Club Las Cerditas Peggye Sue´s, motel de carretera, al volver de la misión de presentar a Juana la Loca y Felipe el Hermoso. Pero pronto mi artículo "Clasificaciones del infiel: definición y estudio del Homo Infidelis en el primer cuarto del SXXI. Evolución,  sintomatología y maneras de trincarlo con las manos en la masa", realizado en la Allensbach Hochschule Konstanz mi casa, verá la luz y todos podréis beneficiaros de él.
De nada.
            Como os contaba, a veces extrapolo. Y querido lo sufre, me ve extrapolar y dice:
— Joder, ya está otra vez extrapolando esta mujer mía. Deja de extrapolar o me voy a casa de mi madre mientras te dura la extrapolación porque esto no hay extrapolado que lo aguante. 
Y se va con su madre. Y yo sigo con lo mío hasta que caigo en la cuenta de que no tiene ningún sentido pensar y darle vueltas a la cabeza; es mucho mejor actuar. Entonces me paso una mañana arreglando los armarios (oficialmente) y rebuscando en los bolsillos (extraoficialmente). Busco y rebusco hasta que no queda un calcetín por revisar y luego le mando un mensaje a Querido: "Extrapolación finalizada con éxito. Acoplamiento en nave nodriza en cuanto llegues. Y de postre, tiramisú". Y Querido vuelve corriendo y con dos kilos más porque su madre no lo ha alimentado con quinoa ni avena ni acelga ninguna. 
            Aunque tengo que decir que de esta última extrapolación no se ha quejado en absoluto. 
            Todo comenzó el viernes cuando descubrí en mi buzón de correo un mensaje titulado " La chispa de la vida". Por fin un soplo de aire fresco entre tanto cuerno quemado y tanto desamor, pensé. Y me dispuse a leerlo esperanzada de toparme, esta vez sí, con un texto que me devolviera la fe en la pareja feliz.
"Buenas noches, Pandora Encriptada.
Déjame decirte, en primer lugar, que soy una fiel seguidora de tu columna. Admiro realmente la paciencia de la que haces gala en cada respuesta; tu capacidad para empatizar con quien te solicita ayuda; tu sentido del humor, cercano e inteligente, dos cualidades que en ti no están reñidas".
Después de leer esto, le hice una foto a la pantalla y se la envié a mi jefe con el texto: "Quizá va siendo hora de hablar de mi subida de sueldo ¿no crees? Besos, tu redactora estrella.
"Mi nombre es Manuela, el real. No voy a utilizar ningún seudónimo porque he llevado tan a gala siempre este nombre, que ni por un segundo quiero dejar de llamarme así. Manuela; no quiero ser nadie más."
He dejado de leer al recibir la respuesta de mi jefe: " Quizá va siendo hora de que me entregues la columna a tiempo ¿no crees? Besos, tu jefe cabreado".  Ignoro las ganas de darle a mi jefe una buena patada en las pelotas y sigo leyendo a Manuela.
"Hoy, después de muchas columnas leídas, me he animado a escribirte para contarte mi historia. No busco consejo; tal vez al contrario, si me lo permites, podría aconsejar. Leo tantas historias de desamor, tristes finales que se pudieran haber evitado, que no he podido resistirme a contarla. Déjame, Pandora, que te hable de él, de Eusebio.
Nos conocimos como nos conocíamos antes, paseando. Él paseaba con sus cuatro hermanos, todos menores que él y de los que se hacía cargo desde que sus padres fallecieran, muy jóvenes ambos. Paseaba por las calles del centro con sus manos agarradas en la espalda, la mirada atenta en sus hermanos y ese porte que le otorgaba el ser un hombre alto y fuerte. Yo me enamoré de él por esa madurez  que adquirió a los dieciséis años y por esa inocencia que aún tenía por su edad. Una mezcla irresistible para mí. Un día nos cruzamos la mirada por fin. Me acerqué a socorrer a su hermana, la más pequeña de todos, que se había caído intentando subirse a la fuente a beber. Él apareció asustado y no se percató de mi presencia hasta que la pequeña se volvió para darme las gracias. 
— De nada, bonita— le contesté yo.
— Gracias señorita...— dijo el fin Eusebio mirando al suelo.
— Manuela— le respondí acercándole la mano para obligarlo a saludarme como un caballero.
Y me vio. Me miró dos veces, una por educación y otra porque le parecí una actriz de cine, eso me confesó después.
A partir de entonces nos saludábamos tímidamente cuando nos encontrábamos por San Juan. Un "Buenos días" o un "Vaya usted con Dios" que poco a poco se alargaron con preguntas cordiales para interesarnos el uno por la salud del otro, por la de sus hermanos, por su trabajo en la compañía de luz. Y así pasó el verano, el otoño, el invierno. Y llegó la primavera y con ella floreció su amor por mí. El mío por él ya era un fruto maduro.
Comenzó a cortejarme como lo hacían antes, hablando y poco más. Alguna vez me agarró de la mano, alguna vez me dio un beso en la mejilla, alguna vez me dijo que me quería. Y una vez, por fin, me pidió matrimonio.
Y yo acepté.
No quiero aburrirte con los detalles de una boda que no tiene el lustre y la fiesta de las bodas de hoy en día. Apenas un vestido negro por el luto que yo guardaba por un familiar y una foto que nos lo recordaría siempre y que quizá termine en el salón de alguna de mis nietas. Y nada más.
Comenzamos nuestra vida en común con la ilusión de construirla juntos. Antes no era como ahora; no teníamos que tener una casa equipada con todo lujo de detalles, ni un coche en la puerta, ni un trabajo estable. Nos casábamos para formar entre los dos, una familia. Poquito a poco fuimos construyendo nuestro hogar que llenamos pronto con la llegada de nuestros tres hijos. Y fuimos felices hasta que Dios quiso y se lo llevó con él. Yo me quedé aquí para recordarlo cada día de mi vida porque querida Pandora, nosotros sí fuimos una pareja feliz. 
Estos años sin él me he dedicado a escribir sobre nosotros. Quiero dejárselo todo a mis hijos para que nunca olviden quiénes fueron sus padres y cuánto se quisieron. He escrito folios y folios sobre toda una vida juntos y una vez he volcado en ellos mis recuerdos, puedo aventurarme a compartir el secreto de una pareja feliz, que no es otro, querida Pandora, que el de mantener siempre la chispa de la vida, de la pareja, del amor.
Y eso que parece simple, no lo es en absoluto. Porque la rutina suele instalarse en nuestras vidas sin avisar. Y la pereza. Y la confianza mal entendida. Mantener la chispa es laborioso, exige dejar a un lado la comodidad del "ya lo tengo todo hecho" y pensar que cada día es una oportunidad para la reconquista. No se abandonen, no crea que el amor no se gasta, no dé por supuesto que su pareja le quiere a usted y nunca podrá fijarse en otra persona. Todo eso es un error. El amor solo se mantiene si día a día nos acordamos de él. Si no, se evapora, se volatiliza, desaparece. 
Gracias querida Pandora por leerme, estoy segura de que lo habrás hecho con atención, pues te percibo como una romántica de las de antes.
Un abrazo afectuoso.
Manuela."

Me quedé media hora frente al ordenador, con la mirada perdida, intentando imaginar a Manuela y a Eusebio paseando por San Juan. La imaginé con esa belleza antigua, con sus hondas a lo Lauren Bacall y él, su Humphrey Bogart, paseando con una mano sobre otra apoyadas en la espalda.
           Mantener siempre la chispa de la vida, de la pareja, del amor.
— Cari ¿te preparo un café? — le escuché preguntar a Querido.
Lo miré con todo el amor me acababa de transmitir Manuela con su relato y volví a reparar en su pelo revuelto, en sus ojos azules, en su pijama arrugado. 
— ¡La chispa, cariño! ¡Tenemos que cuidar la chispa!— le grité al darme cuenta de que comenzaba a liberar a su cuerpo de ciertos gases intestinales.
— Ah no, de extrapolaciones mañaneras nada. Me niego rotundamente. Tengo derecho a un café, unas tostadas y una ducha antes de que me extrapoles nada ¿de acuerdo?

              Pero esta vez no iba a permitir que se fuera a coger kilos a casa de su madre. Esta vez me ocuparía personalmente de avivar la llama, la chispa, el amor. Me arreglé y bajé a por churros, llevé a las herederas con mi madre y reservé hora para los dos en un Spá. Comimos de tapitas y cervezas, como cuando éramos novios y no teníamos que pagar recibos ni levantarnos pronto al día siguiente. Hablamos, reímos, llamamos a mi madre para ver si estaba todo controlado, nos tomamos dos gyntonics y nos fuimos bastante borrachos para casa. Como cuando éramos novios. Igual.

—Prométeme que serás como Eusebio— le dije a Querido nada más despertarme.
—¿Eusebio? ¿Eres infiel culpable? ¿Me haces pasar un día de la leche para confesarme después que te has enamorado de otro?
Vi el miedo en sus ojos. Sonreí y le besé en los labios.
— No Querido, Eusebio, la historia de Manuela ¿recuerdas? ¡Te lo conté ayer con el primer gyntónic!
—Necesitaré un ibuprofeno para recordar eso.
Se levantó, preparó café para los dos y salió a la terraza para ver el día. Yo lo contemplaba desde el sillón, con ese porte que le otorgaba el ser un hombre alto y fuerte. Y cuando con un acto reflejo se agarró sus manos en las espalda, supe que yo también había encontrado a mi Eusebio.




3 comentarios:

  1. Oh, Bego, me ha cautivado. Es precioso. Precioso de verdad, será que yo también soy una romántica de las de antes, ja ja. Por cierto, muy buena la descripción de los tipos de infieles, ja ja. Un beso :)

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  2. Estupendo relato. Me ha llegado. Qué difícil es eso de mantener la chispa!

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  3. ¡Me encantó, Bego! Tengo ganas de saber sobre los demás tipos de infieles y descritos por ti, que lo haces con todo el arte. Muy bonita la historia de Manuela. Y no cuento más... ¡¡Besos!!

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