jueves, 6 de octubre de 2016

Lady Mermelada

   
Resulta que mi jefe me ha vuelto a ascender. A él le gusta llamarlo así: ascenso. Yo lo llamo cargarme de trabajo pagándome un sueldo miserable con el que nunca podré comprarme unas Jimmy Choo de temporada. Tal vez dentro de veinte años, cuando las herederas se independicen... no sé, no sé; igual es ser demasiado optimista. Pongamos treinta y cinco. Y seis. Realmente ya no tendrá importancia porque para entonces, Jimmy  estará calzando a afortunadas angelitas en el Reino de los Cielos.
Mi ascenso ha consistido en nombrarme directora de contenidos nutricionales y dietéticos. A mí, que me he criado a base de bollicaos y tigretones. A mí, qué hasta hace un par de horas desconocía la existencia de la leche de alpiste. A mí, que hasta hace poco menos de dos horas  ignoraba por completo que el destino de dicho producto no era la alimentación de canarios bebés huerfanitos. A mí, que me he quedado muerta cuando he comprendido al fin que es una bebida (y por lo visto muy sana) para que la deguste una persona normal como tú y como yo, independientemente de si es gavilán o paloma.
— Pero vamos a ver ¿dónde está el drama?— me preguntó mi jefe sin levantar la mirada de la contraportada del Marca.
— ¿Me ves? ¿Puedes verme ahora? — contesté entre sollozos (malditas hormonas de la segunda mitad del embarazo).
Levantó la vista con cierta dificultad, debido al parecer a que el artículo que le mantenía con las lentillas pegadas al periódico venía bastante interesante o la muchachita bastante potente. Finalmente lo consiguió, me miró de arriba a abajo y contestó sin mucho entusiasmo:
— Como para no verte ¿cuánto has engordado ya?
— Tres kilos exactamente.  Te gustará saber, sin coste adicional alguno, que para encontrarme en la semana veinticuatro de gestación, no está nada mal. ¿Algo más? ¿Ves algo más?
—  ¿Qué quieres que te diga? Oh,  sí, veo un ser humano excepcional que en su infinita generosidad, es capaz de renunciar a las últimas gotas del elixir de juventud que le quedaban en el frasco para albergar otra vida en su interior; que luego tendrá que cuidar en su exterior y que terminará por exprimirle la poca... ¡¿Estás enganchada a las palmeras de chocolate?! ¿Cuántas malditas palmeras llevas hoy? ¡Y ten más cuidado que estás llenándome el suelo con esas migas que tienes por todas partes!
Yo, claro, me puse a llorar. No por su poco tacto y su inteligencia emocional cero, al fin y al cabo ya lo estaba pagando con creces con ese micropene que el Karma le había dado y que además, lucía dibujado en todo su pequeño esplendor en una de las puertas del baño femenino. Debajo de la obra de arte  reposaba el título de la exquisita composición y una breve descripción del espectáculo deprimente que ofreció aquel miembro a medio acabar, según relató la mismísima autora. El título, evocador donde los haya, rezaba: “Minimalismo es lo que tú tienes entre las piernas”. Dedujimos que por la clara alusión al término artístico, la autora no era otra que Margarita, redactora de contenidos de decoración de la revista. Acababa de separarse y no perdía oportunidad de comunicarlo oficialmente en ruedas de prensa ajenas o en las reuniones de reparto de contenidos de primera hora de la mañana. Le había faltado sacarlo en portada el mes pasado. Hasta el becario de deportes se había enterado, de milagro eso sí, cuando se le tiró encima de la mesa con la camisa medio abierta y un bolígrafo bic en la boca mientras le preguntaba si le ponía la x al Betis o al Rayo Vallecano. “El Rayo juega en segunda división”, dijo él mientras colocaba la foto de su novia delante de la cara de Margarita emulando un Vade Retro en toda regla.
Tampoco lloraba por la media palmera que, en forma de dulce confeti chocolateado, adornaba el suelo del despacho del animal de bellota de mi jefe. Lloraba porque nunca me ha gustado mentir. Lloraba porque tendré que engañar a mis lectores haciéndome pasar por entendida en la materia cuando anoche mismo les había dado salchichas del súper a las herederas para cenar… de las frankfurt, ni siquiera de las de carne adulterada. Lloraba porque me acordaba de los pobres canarios bebés huerfanitos a los que alguien les había quitado la leche de alpiste para vendérsela a los malvados humanos bebealpiste.
—Es lo que hay. Intenta mantener en secreto esa adicción tuya a las palmeras de chocolate y ponte a ello. Ya— dijo haciendo caso omiso de mis sentimientos.  Y siguió como si nada haciendo que leía el pie de foto de la rubia de los glúteos inflamados.
Me senté en mi mesa dispuesta a aprender todo lo que hiciera falta sobre nutrición, de la buena claro, no de la de las salchichas de anoche. Que no cunda el pánico, pensé;  al fin y al cabo todo está en la Red. Blogs sobre hábitos de vida saludables, recetas de comida sana, el Instagram de Sara Carbonero... en fin, con un poco de inteligencia, estudio y entusiasmo, en un par de días me convertiría en la Pérez Reverte de la cocina natural; en una auténtica sabelotodo.
Pero no. Ni un par de días ni en un par de vidas. Es abrumadora, abusiva, torrencial con fuerte marejada, un por demás, una auténtica avalancha de información la que circula por las redes sobre la comida sana y lo que tienes o no que comer. Así que después de que cundiera el pánico, caí en la cuenta de que tenía frente mis narices la solución a todos (casi) mis problemas: mi amiga Claudia, experta en nutrición de élite desde que se convirtió en mamá. De modo que la llamé y quedé con ella para comer en un vegetariano muy mono, muy cuqui y muy caro.
Claudia apareció impecable, sin una arruga en el vestido ni en la cara, una melena rubia de hondas surferas que a ella le salen sin necesidad de hacer surf ni nada, simplemente por existir. Unas sandalias Jimmy Choo de color rosa empolvado maravillosas, las mismas que tengo yo, por cierto, de fondo de pantalla en el ordenador del trabajo para animarme a continuar con mi plan de convertirme en una escritora reconocida, vender muchos libros y una vez saneada mi cuenta bancaria, correr al punto de venta más cercano a por mis soñadas sandalias color rosa empolvado. Es lo mismo que cuando en marzo cuelgas la foto de Claudia Schiffer en la nevera para ayudarte con la operación biquini. Sí, mi modelo motivador es un poco antiguo; la razón no es otra que porque a dieta, lo que se dice sintiéndome culpable por ingerir comida, llevo desde que Claudia protagonizara el catálogo de Mango con Naomí Campbell. Creo que yo acababa de aterrizar en el instituto por aquellos entonces.  Y ahí la tengo, pegada a la puerta del frigorífico como si del mismo logo se tratara. Igual debería poner una de la Claudia actual, después de haber parido, con sus cuarenta y tantos, en fin, más de mi estilo. O no, lo mismo es aún más deprimente.
Le hablé a Claudia, mi amiga, no a la ex top model alemana que vive en la puerta de mi refrigerador, sobre los planes de mi jefe para hacerme responsable de una sección de la que francamente no sabía cómo hacerme cargo. Ella me escuchaba con atención mientras saboreaba su smoothie de algas y sésamo tostado que es, por lo visto, Gloria Bendita para mantener tus intestinos en forma, según ella o para cagar como un mirlo, según yo.
— Bueno, iremos por partes. En realidad solo se trata de aplicar el sentido común. Por ejemplo ¿qué le mandas a las herederas para desayunar en el cole?
— Pues mira, en el colegio de las niñas seguimos cada semana el plan del desayuno saludable— contesté orgullosa. Un día lácteo, otro fruta, otro bocadillo... y así aseguramos una alimentación sana y que todos tengan las misma talla.
— Estupendo— dijo ella visiblemente poco sorprendida para lo que yo esperaba — Por ejemplo, el día de los lácteos ¿qué sueles poner?
 Pues… batidos, quesitos de esos que llevan sus palitos incorporados y que te salen a euro el palito pero que pagas con gusto porque es sano; otro día yogurt...
— Para, para, para. A ver ¿el batido se lo haces en casa?
— El pedido sí; luego me lo trae el señor del reparto gratuitamente si mi pedido es superior a cincuenta euros en compras.
— ¿Industrial?
—Pues no lo sé; tal y como está el patio, hoy te encuentras con industriales, aeronáuticos e incluso filólogos haciendo repartos a domicilio. Pero yo no pregunto porque luego entablas amistad y tienes que dar propina.
— Me refiero al batido. ¿Es de esos de brick?
— También los venden en botellitas con abrefácil para ayudarlos a crecer y ser independientes.
Claudia ponía los ojos en blanco. Se abanicaba con la carta de comida cara. Bebía compulsivamente de su batido verde desatascatuberías.
— ¿Pero del yogurt no me dirás nada, no? Yogures hemos comido de toda la vida tú y yo, de los yoplait, de los que siempre mirabas la tapa al abrirlo por si te había tocado algo gratis. Y yo ahí no escatimo; los yogures de marca, de los buenos, de los más caros a poder ser.
— Esos yogures son veneno, querida.
Lo dijo justo antes de que apareciera el camarero a tomarnos nota de lo que íbamos a tomar y a mí por poco se me sale el corazón del pecho pensando en que había mandado a mis herederas al cole con dos vasitos de matarratas. De primera marca, eso sí.
— ¿Puedes explicarte mejor?— le rogué con lágrimas en los ojos, a lo Candy Candy, como hacía ella antes de convertirse en una mujer segura de lo que hace porque camina encima de unas sandalias Jimmy Choo rosa empolvado.
— ¿Tú sabes la cantidad de azúcar que les echan a tus yogures y a tus batidos? ¿Sabes la cantidad de química que llevan esos quesitos en su composición? ¿Sabes que esos palitos de pan como tú los llamas, están tan cargados de conservantes que pueden mantenerlos con el mismo aspecto durante meses?
Yo trataba de encontrar una cantidad que se aproximara a su precio justo y así llevarme todo el escaparate de premios, pero no lograba decidirme por un número en concreto.
— Pues hija, no sé, algo llevará, pero tampoco creo que sea tan grave ¿no? Yo a las herederas las veo sanas, juegan, corren, poco porque son más de pasatiempos intelectuales, ríen, dan por saco cuando les toca, no sé, lo normal a su edad.
— Ahora están a-pa-ren-te-men-te sanas pero ¿qué pasará dentro de unos años? ¿Podemos acaso obviar la increíble cantidad de casos de cáncer que hay actualmente en el mundo?
Touché. Ahí me has dado, maldita Candy Candy. Tendré que tirar media compra del súper en cuando llegue a casa.
Cogí mi agenda Mr. Wonderfull, mis rotuladores de colores y me dispuse a tomar nota como la alumna aventajada que siempre había sido en mi imaginación.
— Voy a meterte en mi grupo de reparto; nos traen la fruta y verdura de una huerta ecológica de absoluta confianza. Eso desde ya. A las niñas, para el cole, les pones fruta, frutos secos, pan cocinado en casa con harinas ecológicas que iremos a comprar en cuanto salgamos de aquí y untadas con mermeladas que tú misma podrás preparar con tus frutas ecológicas, por ejemplo. Y nada de azúcar.
— ¿Y en qué capitulo me explicas cómo hacer una mermelada de frutas sin azúcar?
— Retén esto en tu memoria, querida: azúcar nunca, jamás, bajo ningún concepto.
— ¡Pero el azúcar es la gasolina para mi cerebro! Y si me da una bajada de azúcar ¿tampoco entonces? ¿Tengo que resignarme a que mi vida acaba ahí porque no puedo meterme una chuche en la boca?
— Siempre, cielo, siempre hay una opción natural. ¿Necesitas azúcar? Toma una pieza de fruta. ¿Energía? Un puñado de almendras. ¿Fibra? Verduras, sírvete. Y como normas generales, sustituye el azúcar de caña por la de panela; la leche de vaca por bebidas vegetales; destierra los embutidos de tu nevera junto con los refrescos y el alcohol.
— ¿Puedo fumar tabaco vegetal ecológico?— ahí vi el cielo abierto— ¿ Y si yo misma destilo mi propia bebida, cultivo mis propios limones y gomibayas y capturo a mis propios Oopa Loompa para que me preparen mis gintónics?  Sería la opción natural sin duda alguna ¿no?
—Si tú no te lo tomas en serio, no voy a perder tiempo en intentar cambiarte la vida. Está en tu mano — dijo poniéndose de pie y cogiendo su bolso para hacer como que se iba si no atendía en su máster class.
Yo, claro, bajé la cabeza avergonzada, le pedí perdón y me despedí de mis Oopa Loompa hasta otra ocasión más propicia. Claudia se comprometió  a mandarme un menú semanal que podría utilizar en mis artículos e incluso se ofreció para ir a hacer la compra conmigo hasta que me familiarizara con toda esta cultura de la comida sana. También mencionó algo de acompañar todo esto de cuidarse con la comida con no sé qué de deporte, horarios saludables, yoga, kéfir, moxas y otras palabras que no retuve porque solo podía pensar en la palmera de chocolate que me estaba esperando en la nevera de la oficina.
—Mejor quedamos mañana para ir a comprar las harinas y demás. Es por ir preparando a Querido… ya sabes… con lo que le gusta un dulce, una palmera de chocolate o de huevo, o de chocolate rellena de crema, o de miel…
— Mejor mañana— dijo mientras me sacudía los trocitos de chocolate de mi camisa blanca.
Volví a la oficina con un espíritu renovado. Realmente tenía ganas de saber más sobre todo este mundo que, de no ser por mi jefe, seguiría siendo totalmente desconocido para mí; y lo que es peor: ¡No estaría dándoles la mejor alimentación a las herederas! Querido ya tenía una edad y para qué engañarnos, crecer a base de las croquetas de su madre igual le había dejado secuelas irreparables… pero mis niñas no, aún eran jóvenes y había esperanza para ellas. Suerte que contaba con Claudia;  ella me guiaría por el berenjenal ecológico que había pisado por primera vez hacía escasos momentos. Seguro que aprendería tanto que mis niñas crecerían sanas y fuertes y hasta desarrollarían súper poderes de visión nocturna gracias a la ingesta masiva de zanahoria ecológica. Comeríamos tan bien, que por fin mi cuerpo dejaría de acumular tallas y podría tirar  la nevera a la basura porque la foto de la Schiffer no la despegaba ya ni con amoniaco caliente.
En esas estaba, imaginándome a las herederas con linternas en los ojos, cuando recibí mi primera consulta.
Estimada Lady Mermelada:
Tengo una hija de cinco años a la que parece que la leche de vaca no le sienta muy bien y, además, he leído en el Facebook que no es buena para su alimentación y que somos los únicos mamíferos que seguimos tomando leche cuando ya nos han salido vellos corporales y que eso no puede ser bueno de ninguna manera. He intentado que probara preparados de avena, almendras, coco… prácticamente le he comprado todas las leches vegetales del mercado, pero ninguna le gusta. Estoy desesperada porque no sé qué darle para que moje las galletas del desayuno. ¿Podrías ayudarme?
Gracias.
Mamá en apuros.

Querida Madre en apuros:
Comprendo tu desesperación y te felicito por la decisión que has tomado de desterrar la leche de vaca de tu vida. Como siempre digo, cuando lo dice Facebook, agua lleva. También, y como amante de los animales que me considero, te felicito por no haber recurrido a la leche de alpiste. Gracias. De corazón.
Déjame decirte que siempre hay una opción natural y que espero que las galletas no sean Tostarrica. Si es así, deja de dárselas porque es mucho mejor hacérselas cultivando tu propia avena en un trocito de terraza que tengas libre, y donde veas que puedes aprovechar el agua de regar las macetas de tu vecino de arriba, así reciclas agua y tu avena crecerá más fuerte y robusta gracias a las propiedades de los geranios de tu vecino. Date cuenta de que estarás alimentando  tu avena con infusión de geranio ¡imagina la cantidad de nutrientes que perderías si no lo aprovechas!
Y para el tema de la leche te aconsejo, de nuevo, la opción más natural: en otro trocito de terraza que tengas libre, hazle una casita a una cabra y ordéñala cada mañana. Es una solución muy económica porque podrás hacer infinidad de productos con su leche y ahorrarás en tu cuenta del súper. Te recomiendo que visualices capítulos de Heidi y podrás ver la cantidad de comida que cocinaba el abuelo con su cabrita, para que puedas tomar ideas.
Espero haberte ayudado.
Un saludo,
Lady Mermelada.

Estaba claro, lo había cogido a la primera. Sé que Claudia estará orgullosa de mí… naturalmente.

12 comentarios:

  1. Qué bueno Bego!! Jajajaja, me ha encantado! Ya te contaré loa desayunos con gente de la ofi que son del grupo de reparto de verdura de tu amiga Claudia. Jajajaja

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    1. ¡Métete en ese grupo! ¡A Little Juan lo tenemos que criar con lo mejor de lo mejor! Gracias bombón... relleno ;)

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  2. Guau!!!! No sé si te lo he dicho pero estoy justamente ahora en ese pleno proceso antiquimica en los alimentos. Necesito ayuda Lady Mermelada:
    Vivo en Badajoz y no tengo ni idea de dónde podría comprar verduras, frutas, carnes y pescados ecológicos.
    Además soy poco cocinillas y volverte tan natural supone en convertirte en una esclava de la cocina y el huerto.
    Estoy segura de que podrías ayudarme. Esperando tu pronta contestación se despide tu más fiel seguidora.

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    1. Tengo la solución: venid a vivir a Sevilla y aquí ya os indico yo un par de sitios ;)
      Y lo de esclava, quítatelo de la cabeza; es cambiar el chip, llenar la nevera con los ingredientes adecuados y pensar en los beneficios, sobre todo para ellas.
      Y para empezar, dejar de encender el mechero.
      Miss you, seguidora guapa.

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  3. Bego, ¡eres la leche! Tu sentido del humor aumenta si ello es posible. Me encanta leerte, ¡me he reído un montón! Y después he llorado... (Yo también soy de tigretón, ja ja )

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    1. jajajaja ay Margarita ¡qué linda eres! Gracias, corazón. A mí sí que me encanta tenerte por aquí y hacerte reír, pero sin llorar, que los tigretones que nos hemos comido, también cuentan como "disfrutar de la vida" ¿no?
      Besos, caraguapa

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  4. Guapita que desayuno más ameno, menos mal que me estabajo tomando mi leche de avena y mi pan de espelta eco hecho por mi. Me ha encantado Bego!!!! Valentina te tiene inspirada!!!

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    1. No esperaba menos, Querida; sé que tú estás en el equipo de los bien alimentados. Yo tomo nota de todo, por eso tengo que tenerte tan cerquita (y ojalá hubiera sido más, buaaaaaaaaa). Besos amooooor

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  5. Querida Lady Mermelada... qué decir??? La comprendo a la perfección y la conclusión a la que llega es la más lógica y adecuada... enhorabuena. Es el futuro. De hecho le confieso que ya hemos puesto en marcha sus consejos y nuestra cabra ha llegado a integrarse tanto con el ecosistema al que pertenece -balcón- que se sube a una silla para alimentarse del limonero bonsai del vecino de arriba y un rato despues esparce sus conguitos para abonar los geranios del vecino de abajo... integrándose perfectamente (y según el sabio Rafiki) en el ciiiicloooooooo... el ciclo sinnn fiiiiinnnnnn.
    Gracias gracias gracias :*

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    1. ¡Qué buenos recuerdos me trae ese limonero de tu vecino! Yo tuve uno una vez; se puso malito, lo llevé a una hechicera, me lo curó y todavía la tengo esperando a que vuelva a recogerlo. ¡Pero volveré! ¡Lo necesito para hacerle la mejor limonada del mercado a las herederas! Y porque quiero veros esas caras,sí, que todo hay que decirlo ;) Besitos a mi ninfa de los bosques.
      Gracias, gracias, gracias a ti.

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  6. "Ignoraba por completo que el destino de dicho producto no era la alimentación de canarios bebés huerfanitos". Me ha encantado!!! Jajajajajaja! El tema de los canarios como semi-hilo argumental me ha hecho reir pero bien! Con humor pero mucha enjundia!!!

    Un abrazo! Tienes una nueva lectora!!! ^_^

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    1. Buenoooo, esto es todo un honor (y me da un poco de vergüenza por otro lado, claro) ;) Ya te dije que lo que voy aprendiendo te lo debo a ti y a tu página, que más que nada me está ayudando a cambiar el chip. Mil gracias por pasarte por aquí, Marta. Un abrazo, bonita.

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