Resulta que mi jefe me ha
vuelto a ascender. A él le gusta llamarlo así: ascenso. Yo lo llamo cargarme de
trabajo pagándome un sueldo miserable con el que nunca podré comprarme unas
Jimmy Choo de temporada. Tal vez dentro de veinte años, cuando las herederas se
independicen... no sé, no sé; igual es ser demasiado optimista. Pongamos
treinta y cinco. Y seis. Realmente ya no tendrá importancia porque para
entonces, Jimmy estará calzando a afortunadas angelitas en el Reino de
los Cielos.
Mi ascenso ha consistido en
nombrarme directora de contenidos nutricionales y dietéticos. A mí, que me he
criado a base de bollicaos y tigretones. A mí, qué hasta hace un par
de horas desconocía la existencia de la leche de alpiste. A mí, que hasta hace
poco menos de dos horas ignoraba por
completo que el destino de dicho producto no era la alimentación de canarios
bebés huerfanitos. A mí, que me he quedado muerta cuando he comprendido al fin
que es una bebida (y por lo visto muy sana) para que la deguste una persona
normal como tú y como yo, independientemente de si es gavilán o paloma.
—
Pero vamos a ver ¿dónde está el drama?— me preguntó mi jefe sin levantar la
mirada de la contraportada del Marca.
—
¿Me ves? ¿Puedes verme ahora? — contesté entre sollozos (malditas hormonas de
la segunda mitad del embarazo).
Levantó la vista con cierta
dificultad, debido al parecer a que el artículo que le mantenía con las
lentillas pegadas al periódico venía bastante interesante o la muchachita bastante
potente. Finalmente lo consiguió, me miró de arriba a abajo y contestó sin
mucho entusiasmo:
—
Como para no verte ¿cuánto has engordado ya?
—
Tres kilos exactamente. Te gustará saber,
sin coste adicional alguno, que para encontrarme en la semana veinticuatro de
gestación, no está nada mal. ¿Algo más? ¿Ves algo más?
—
¿Qué quieres que te diga? Oh, sí, veo un ser humano excepcional que en su
infinita generosidad, es capaz de renunciar a las últimas gotas del elixir de
juventud que le quedaban en el frasco para albergar otra vida en su interior;
que luego tendrá que cuidar en su exterior y que terminará por exprimirle la
poca... ¡¿Estás enganchada a las palmeras de chocolate?! ¿Cuántas malditas
palmeras llevas hoy? ¡Y ten más cuidado que estás llenándome el suelo con esas
migas que tienes por todas partes!
Yo, claro, me puse a
llorar. No por su poco tacto y su inteligencia emocional cero, al fin y al cabo
ya lo estaba pagando con creces con ese micropene que el Karma le había dado y que
además, lucía dibujado en todo su pequeño esplendor en una de las puertas del
baño femenino. Debajo de la obra de arte
reposaba el título de la exquisita composición y una breve descripción
del espectáculo deprimente que ofreció aquel miembro a medio acabar, según relató
la mismísima autora. El título, evocador donde los haya, rezaba: “Minimalismo
es lo que tú tienes entre las piernas”. Dedujimos que por la clara alusión al
término artístico, la autora no era otra que Margarita, redactora de contenidos
de decoración de la revista. Acababa de separarse y no perdía oportunidad de
comunicarlo oficialmente en ruedas de prensa ajenas o en las reuniones de
reparto de contenidos de primera hora de la mañana. Le había faltado sacarlo en
portada el mes pasado. Hasta el becario de deportes se había enterado, de
milagro eso sí, cuando se le tiró encima de la mesa con la camisa medio abierta
y un bolígrafo bic en la boca
mientras le preguntaba si le ponía la x al Betis o al Rayo Vallecano. “El Rayo
juega en segunda división”, dijo él mientras colocaba la foto de su novia delante
de la cara de Margarita emulando un Vade
Retro en toda regla.
Tampoco lloraba por la
media palmera que, en forma de dulce confeti chocolateado, adornaba el suelo
del despacho del animal de bellota de mi jefe. Lloraba porque nunca me ha
gustado mentir. Lloraba porque tendré que engañar a mis lectores haciéndome
pasar por entendida en la materia cuando anoche mismo les había dado salchichas
del súper a las herederas para cenar… de las frankfurt, ni siquiera de las de
carne adulterada. Lloraba porque me acordaba de los pobres canarios bebés
huerfanitos a los que alguien les había quitado la leche de alpiste para
vendérsela a los malvados humanos bebealpiste.
—Es
lo que hay. Intenta mantener en secreto esa adicción tuya a las palmeras de
chocolate y ponte a ello. Ya— dijo haciendo caso omiso de mis
sentimientos. Y siguió como si nada
haciendo que leía el pie de foto de la rubia de los glúteos inflamados.
Me senté en mi mesa
dispuesta a aprender todo lo que hiciera falta sobre nutrición, de la buena
claro, no de la de las salchichas de anoche. Que no cunda el pánico, pensé; al fin y al cabo todo está en la Red. Blogs
sobre hábitos de vida saludables, recetas de comida sana, el Instagram de Sara Carbonero... en fin, con
un poco de inteligencia, estudio y entusiasmo, en un par de días me convertiría
en la Pérez Reverte de la cocina natural; en una auténtica sabelotodo.
Pero no. Ni un par de días
ni en un par de vidas. Es abrumadora, abusiva, torrencial con fuerte marejada,
un por demás, una auténtica avalancha de información la que circula por las
redes sobre la comida sana y lo que tienes o no que comer. Así que después de que
cundiera el pánico, caí en la cuenta de que tenía frente mis narices la solución
a todos (casi) mis problemas: mi amiga Claudia, experta en nutrición de élite
desde que se convirtió en mamá. De modo que la llamé y quedé con ella para
comer en un vegetariano muy mono, muy cuqui y muy caro.
Claudia apareció impecable,
sin una arruga en el vestido ni en la cara, una melena rubia de hondas surferas
que a ella le salen sin necesidad de hacer surf ni nada, simplemente por
existir. Unas sandalias Jimmy Choo de color rosa empolvado maravillosas, las
mismas que tengo yo, por cierto, de fondo de pantalla en el ordenador del
trabajo para animarme a continuar con mi plan de convertirme en una escritora
reconocida, vender muchos libros y una vez saneada mi cuenta bancaria, correr
al punto de venta más cercano a por mis soñadas sandalias color rosa empolvado.
Es lo mismo que cuando en marzo cuelgas la foto de Claudia Schiffer en la
nevera para ayudarte con la operación biquini. Sí, mi modelo motivador es un
poco antiguo; la razón no es otra que porque a dieta, lo que se dice
sintiéndome culpable por ingerir comida, llevo desde que Claudia protagonizara
el catálogo de Mango con Naomí Campbell. Creo que yo acababa de aterrizar en el
instituto por aquellos entonces. Y ahí la tengo, pegada a la puerta del frigorífico
como si del mismo logo se tratara. Igual debería poner una de la Claudia
actual, después de haber parido, con sus cuarenta y tantos, en fin, más de mi
estilo. O no, lo mismo es aún más deprimente.
Le hablé a Claudia, mi
amiga, no a la ex top model alemana
que vive en la puerta de mi refrigerador, sobre los planes de mi jefe para
hacerme responsable de una sección de la que francamente no sabía cómo hacerme
cargo. Ella me escuchaba con atención mientras saboreaba su smoothie de algas y sésamo tostado que
es, por lo visto, Gloria Bendita para mantener tus intestinos en forma, según
ella o para cagar como un mirlo, según yo.
—
Bueno, iremos por partes. En realidad solo se trata de aplicar el sentido
común. Por ejemplo ¿qué le mandas a las herederas para desayunar en el cole?
—
Pues mira, en el colegio de las niñas seguimos cada semana el plan del desayuno
saludable— contesté orgullosa. Un día lácteo, otro fruta, otro bocadillo... y
así aseguramos una alimentación sana y que todos tengan las misma talla.
—
Estupendo— dijo ella visiblemente poco sorprendida para lo que yo esperaba —
Por ejemplo, el día de los lácteos ¿qué sueles poner?
—
Pues… batidos, quesitos de esos que
llevan sus palitos incorporados y que te salen a euro el palito pero que pagas
con gusto porque es sano; otro día yogurt...
—
Para, para, para. A ver ¿el batido se lo haces en casa?
—
El pedido sí; luego me lo trae el señor del reparto gratuitamente si mi pedido
es superior a cincuenta euros en compras.
—
¿Industrial?
—Pues
no lo sé; tal y como está el patio, hoy te encuentras con industriales,
aeronáuticos e incluso filólogos haciendo repartos a domicilio. Pero yo no
pregunto porque luego entablas amistad y tienes que dar propina.
—
Me refiero al batido. ¿Es de esos de brick?
—
También los venden en botellitas con abrefácil
para ayudarlos a crecer y ser independientes.
Claudia ponía los ojos en
blanco. Se abanicaba con la carta de comida cara. Bebía compulsivamente de su
batido verde desatascatuberías.
—
¿Pero del yogurt no me dirás nada, no? Yogures hemos comido de toda la vida tú
y yo, de los yoplait, de los que
siempre mirabas la tapa al abrirlo por si te había tocado algo gratis. Y yo ahí
no escatimo; los yogures de marca, de los buenos, de los más caros a poder ser.
—
Esos yogures son veneno, querida.
Lo dijo justo antes de que
apareciera el camarero a tomarnos nota de lo que íbamos a tomar y a mí por poco
se me sale el corazón del pecho pensando en que había mandado a mis herederas
al cole con dos vasitos de matarratas. De primera marca, eso sí.
—
¿Puedes explicarte mejor?— le rogué con lágrimas en los ojos, a lo Candy Candy, como hacía ella antes de
convertirse en una mujer segura de lo que hace porque camina encima de unas
sandalias Jimmy Choo rosa empolvado.
—
¿Tú sabes la cantidad de azúcar que les echan a tus yogures y a tus batidos?
¿Sabes la cantidad de química que llevan esos quesitos en su composición? ¿Sabes
que esos palitos de pan como tú los llamas, están tan cargados de conservantes
que pueden mantenerlos con el mismo aspecto durante meses?
Yo trataba de encontrar una
cantidad que se aproximara a su precio justo y así llevarme todo el escaparate
de premios, pero no lograba decidirme por un número en concreto.
—
Pues hija, no sé, algo llevará, pero tampoco creo que sea tan grave ¿no? Yo a
las herederas las veo sanas, juegan, corren, poco porque son más de pasatiempos
intelectuales, ríen, dan por saco cuando les toca, no sé, lo normal a su edad.
—
Ahora están a-pa-ren-te-men-te sanas pero ¿qué pasará dentro de unos años?
¿Podemos acaso obviar la increíble cantidad de casos de cáncer que hay
actualmente en el mundo?
Touché. Ahí me has dado, maldita Candy Candy. Tendré que tirar media
compra del súper en cuando llegue a casa.
Cogí mi agenda Mr. Wonderfull, mis rotuladores de
colores y me dispuse a tomar nota como la alumna aventajada que siempre había
sido en mi imaginación.
—
Voy a meterte en mi grupo de reparto; nos traen la fruta y verdura de una
huerta ecológica de absoluta confianza. Eso desde ya. A las niñas, para el
cole, les pones fruta, frutos secos, pan cocinado en casa con harinas
ecológicas que iremos a comprar en cuanto salgamos de aquí y untadas con
mermeladas que tú misma podrás preparar con tus frutas ecológicas, por ejemplo.
Y nada de azúcar.
—
¿Y en qué capitulo me explicas cómo hacer una mermelada de frutas sin azúcar?
—
Retén esto en tu memoria, querida: azúcar nunca, jamás, bajo ningún concepto.
—
¡Pero el azúcar es la gasolina para mi cerebro! Y si me da una bajada de azúcar
¿tampoco entonces? ¿Tengo que resignarme a que mi vida acaba ahí porque no
puedo meterme una chuche en la boca?
—
Siempre, cielo, siempre hay una opción natural. ¿Necesitas azúcar? Toma una
pieza de fruta. ¿Energía? Un puñado de almendras. ¿Fibra? Verduras, sírvete. Y
como normas generales, sustituye el azúcar de caña por la de panela; la leche
de vaca por bebidas vegetales; destierra los embutidos de tu nevera junto con
los refrescos y el alcohol.
—
¿Puedo fumar tabaco vegetal ecológico?— ahí vi el cielo abierto— ¿ Y si yo
misma destilo mi propia bebida, cultivo mis propios limones y gomibayas y
capturo a mis propios Oopa Loompa
para que me preparen mis gintónics? Sería la opción natural sin duda alguna ¿no?
—Si
tú no te lo tomas en serio, no voy a perder tiempo en intentar cambiarte la
vida. Está en tu mano — dijo poniéndose de pie y cogiendo su bolso para hacer
como que se iba si no atendía en su máster
class.
Yo, claro, bajé la cabeza
avergonzada, le pedí perdón y me despedí de mis Oopa Loompa hasta otra ocasión más propicia. Claudia se
comprometió a mandarme un menú semanal que
podría utilizar en mis artículos e incluso se ofreció para ir a hacer la compra
conmigo hasta que me familiarizara con toda esta cultura de la comida sana.
También mencionó algo de acompañar todo esto de cuidarse con la comida con no
sé qué de deporte, horarios saludables, yoga, kéfir, moxas y otras palabras que
no retuve porque solo podía pensar en la palmera de chocolate que me estaba
esperando en la nevera de la oficina.
—Mejor
quedamos mañana para ir a comprar las harinas y demás. Es por ir preparando a
Querido… ya sabes… con lo que le gusta un dulce, una palmera de chocolate o de
huevo, o de chocolate rellena de crema, o de miel…
—
Mejor mañana— dijo mientras me sacudía los trocitos de chocolate de mi camisa
blanca.
Volví a la oficina con un
espíritu renovado. Realmente tenía ganas de saber más sobre todo este mundo que,
de no ser por mi jefe, seguiría siendo totalmente desconocido para mí; y lo que
es peor: ¡No estaría dándoles la mejor alimentación a las herederas! Querido ya
tenía una edad y para qué engañarnos, crecer a base de las croquetas de su
madre igual le había dejado secuelas irreparables… pero mis niñas no, aún eran
jóvenes y había esperanza para ellas. Suerte que contaba con Claudia; ella me guiaría por el berenjenal ecológico
que había pisado por primera vez hacía escasos momentos. Seguro que aprendería
tanto que mis niñas crecerían sanas y fuertes y hasta desarrollarían súper
poderes de visión nocturna gracias a la ingesta masiva de zanahoria ecológica.
Comeríamos tan bien, que por fin mi cuerpo dejaría de acumular tallas y podría
tirar la nevera a la basura porque la foto de la Schiffer no la despegaba
ya ni con amoniaco caliente.
En
esas estaba, imaginándome a las herederas con linternas en los ojos, cuando
recibí mi primera consulta.
Estimada Lady Mermelada:
Tengo una hija de
cinco años a la que parece que la leche de vaca no le sienta muy bien y, además,
he leído en el Facebook que no es buena para su alimentación y que somos los
únicos mamíferos que seguimos tomando leche cuando ya nos han salido vellos
corporales y que eso no puede ser bueno de ninguna manera. He intentado que
probara preparados de avena, almendras, coco… prácticamente le he comprado
todas las leches vegetales del mercado, pero ninguna le gusta. Estoy desesperada
porque no sé qué darle para que moje las galletas del desayuno. ¿Podrías
ayudarme?
Gracias.
Mamá en apuros.
Querida Madre en
apuros:
Comprendo tu
desesperación y te felicito por la decisión que has tomado de desterrar la
leche de vaca de tu vida. Como siempre digo, cuando lo dice Facebook, agua
lleva. También, y como amante de los animales que me considero, te felicito por
no haber recurrido a la leche de alpiste. Gracias. De corazón.
Déjame decirte
que siempre hay una opción natural y que espero que las galletas no sean
Tostarrica. Si es así, deja de dárselas porque es mucho mejor hacérselas
cultivando tu propia avena en un trocito de terraza que tengas libre, y donde
veas que puedes aprovechar el agua de regar las macetas de tu vecino de arriba,
así reciclas agua y tu avena crecerá más fuerte y robusta gracias a las
propiedades de los geranios de tu vecino. Date cuenta de que estarás
alimentando tu avena con infusión de
geranio ¡imagina la cantidad de nutrientes que perderías si no lo aprovechas!
Y para el tema de
la leche te aconsejo, de nuevo, la opción más natural: en otro trocito de
terraza que tengas libre, hazle una casita a una cabra y ordéñala cada mañana.
Es una solución muy económica porque podrás hacer infinidad de productos con su
leche y ahorrarás en tu cuenta del súper. Te recomiendo que visualices
capítulos de Heidi y podrás ver la cantidad de comida que cocinaba el abuelo
con su cabrita, para que puedas tomar ideas.
Espero haberte
ayudado.
Un saludo,
Lady Mermelada.
Estaba
claro, lo había cogido a la primera. Sé que Claudia estará orgullosa de mí…
naturalmente.
Qué bueno Bego!! Jajajaja, me ha encantado! Ya te contaré loa desayunos con gente de la ofi que son del grupo de reparto de verdura de tu amiga Claudia. Jajajaja
ResponderEliminar¡Métete en ese grupo! ¡A Little Juan lo tenemos que criar con lo mejor de lo mejor! Gracias bombón... relleno ;)
EliminarGuau!!!! No sé si te lo he dicho pero estoy justamente ahora en ese pleno proceso antiquimica en los alimentos. Necesito ayuda Lady Mermelada:
ResponderEliminarVivo en Badajoz y no tengo ni idea de dónde podría comprar verduras, frutas, carnes y pescados ecológicos.
Además soy poco cocinillas y volverte tan natural supone en convertirte en una esclava de la cocina y el huerto.
Estoy segura de que podrías ayudarme. Esperando tu pronta contestación se despide tu más fiel seguidora.
Tengo la solución: venid a vivir a Sevilla y aquí ya os indico yo un par de sitios ;)
EliminarY lo de esclava, quítatelo de la cabeza; es cambiar el chip, llenar la nevera con los ingredientes adecuados y pensar en los beneficios, sobre todo para ellas.
Y para empezar, dejar de encender el mechero.
Miss you, seguidora guapa.
Bego, ¡eres la leche! Tu sentido del humor aumenta si ello es posible. Me encanta leerte, ¡me he reído un montón! Y después he llorado... (Yo también soy de tigretón, ja ja )
ResponderEliminarjajajaja ay Margarita ¡qué linda eres! Gracias, corazón. A mí sí que me encanta tenerte por aquí y hacerte reír, pero sin llorar, que los tigretones que nos hemos comido, también cuentan como "disfrutar de la vida" ¿no?
EliminarBesos, caraguapa
Guapita que desayuno más ameno, menos mal que me estabajo tomando mi leche de avena y mi pan de espelta eco hecho por mi. Me ha encantado Bego!!!! Valentina te tiene inspirada!!!
ResponderEliminarNo esperaba menos, Querida; sé que tú estás en el equipo de los bien alimentados. Yo tomo nota de todo, por eso tengo que tenerte tan cerquita (y ojalá hubiera sido más, buaaaaaaaaa). Besos amooooor
EliminarQuerida Lady Mermelada... qué decir??? La comprendo a la perfección y la conclusión a la que llega es la más lógica y adecuada... enhorabuena. Es el futuro. De hecho le confieso que ya hemos puesto en marcha sus consejos y nuestra cabra ha llegado a integrarse tanto con el ecosistema al que pertenece -balcón- que se sube a una silla para alimentarse del limonero bonsai del vecino de arriba y un rato despues esparce sus conguitos para abonar los geranios del vecino de abajo... integrándose perfectamente (y según el sabio Rafiki) en el ciiiicloooooooo... el ciclo sinnn fiiiiinnnnnn.
ResponderEliminarGracias gracias gracias :*
¡Qué buenos recuerdos me trae ese limonero de tu vecino! Yo tuve uno una vez; se puso malito, lo llevé a una hechicera, me lo curó y todavía la tengo esperando a que vuelva a recogerlo. ¡Pero volveré! ¡Lo necesito para hacerle la mejor limonada del mercado a las herederas! Y porque quiero veros esas caras,sí, que todo hay que decirlo ;) Besitos a mi ninfa de los bosques.
EliminarGracias, gracias, gracias a ti.
"Ignoraba por completo que el destino de dicho producto no era la alimentación de canarios bebés huerfanitos". Me ha encantado!!! Jajajajajaja! El tema de los canarios como semi-hilo argumental me ha hecho reir pero bien! Con humor pero mucha enjundia!!!
ResponderEliminarUn abrazo! Tienes una nueva lectora!!! ^_^
Buenoooo, esto es todo un honor (y me da un poco de vergüenza por otro lado, claro) ;) Ya te dije que lo que voy aprendiendo te lo debo a ti y a tu página, que más que nada me está ayudando a cambiar el chip. Mil gracias por pasarte por aquí, Marta. Un abrazo, bonita.
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