En esta vida todos
tenemos un vicio que nos pierde, algo con lo que experimentamos placer y
culpabilidad a partes iguales. Yo tengo varios, aunque sin duda lo que me tiene
más enganchada es mi adicción a las mudanzas.
La parte mala es que puede afectar a
la salud con un posible lumbago o algún dedo del pie roto al chocar
fortuitamente con las ciento diecisiete cajas que posiblemente anden repartidas
por toda la casa.
La parte buena, el resto.
Todo comienza un día cualquiera en el
que encuentro una excusa para buscar una nueva casa: tardo mucho en llegar al
trabajo, el colegio está muy lejos, no tengo una buena carnicería cerca, no se
parece en nada a la casa de Paula Echevarría, no sé, lo típico. Entonces, sin
querer, empiezo a mirar mal a mi propio hogar, a encontrarle defectos, a mirar
a escondidas páginas de casas con fotos. Al principio lo voy controlando;
apenas una miradita rápida mientras me tomo el café por la mañana… pero después
paso más y más tiempo deseando casas ajenas.
Hasta que al final, tanto va el
cántaro a la fuente, que se rompe por narices. Y la veo. Y la encuentro. Y me
veo sentada leyendo en ese rincón tan acogedor; a las herederas correteando por
sus pasillos; a Querido colgando cortinas nuevas por toda la casa.
Es el momento insuperable de toda
mudanza. El clímax inmobiliario total.
Y a partir de aquí, ya voy trabajando
por objetivos:
Objetivo Primero: Yo lo llamo el CNM,
que no es otra cosa que Crear Necesidad de Mudanza.
Procedo primero con las Herederas
porque ellas poseen el gen materno del gusto por la novedad y porque, para qué
engañarnos, soy la más lista de las cuatro, así que lo tengo fácil.
—Chicas ¿qué os parecería vivir cerca
de una buena carnicería y poder comer salchichitas al vino cuando nos
apeteciese? — venga, va, tira a puerta que no hay portero.
—¿Pero siempre, siempre, mami?
¿Incluso dos días seguidos para comer? —la cara de asombro es para grabarla en
blu ray.
—Incluso, queridas hijjitas mías.
Incluso.
—Promételo mami —dicen, con sus
ojillos chispeantes y sus dedos meñiques semiarqueados para unirlos como
símbolo de promesa inquebrantable.
Lo prometo, claro. Ya tengo la comida
de dos días y la primera fase del CNM solucionados de un golpe. Tengo un
cerebro que no me lo merezco, la verdad.
La segunda parte del objetivo primero
es bastante más sutil, sobre todo porque Querido después de cada mudanza hace
la promesa de aquella ha sido la última, que no vuelve a deshacer una caja ni a
colgar una lámpara más, de modo que tengo que agudizar el ingenio para
convencer al ingeniero (ji, ji, ji, ¡qué cerebro tengo, qué cerebro!)
—Cari, no sabes qué chuletón de buey
he comprado en la carnicería hoy. Qué lastima que esté tan lejos y que no
puedas volver a comerlo hasta dentro de dos meses.
—Cari, tienes que volver al gimnasio.
Casualmente han abierto uno cerca de La Carnicería estupendo. Te ponen las
temporadas de Juego de Tronos mientras haces spinning y las de Vikingos
mientras haces pesas, para motivar y tal. La gente sale de allí que parece que
vayan a recoger un Oscar.
—Cari, tengo que quedarme con la
mitad de tu armario porque no tengo sitio en el mío.
—Cari, tienes que matar siete
cucarachas y dos alicuéncanos que he visto esta mañana en el baño.
—Cari, el nuevo vecino de arriba es
bailaor profesional y ensaya en casa.
Y mientras paseamos una deliciosa
tarde de abril cogidos de la mano por el centro de la ciudad, sale a nuestro
encuentro el anuncio inmobiliario de nuestro futuro hogar.
—Anda Cari, mira qué mono. Y con La
Carnicería a un paso. Y el Gimnasio de los Vikingos. Y es un ático sin vecinos
bailaores encima.
Entonces Querido mira el anuncio. El
anuncio hace como si no se diera cuenta y permanece quieto y erguido como la
gente cuando se pesa en la farmacia. En el ambiente se respira adrenalina,
emoción, nervios. Querido cuenta mentalmente el número de ventanas de la casa
para hacerse una idea general del tiempo que invertirá en colgar cortinas esta
vez.
Entonces me mira y contengo la
respiración.
—¿Cuánto pedirán?
Objetivo primero completado. Fin de
la primera fase.
El objetivo segundo consiste en
ponderar las virtudes de la futurible vivienda en detrimento de la actual. Yo
lo llamo SAI, que no es otra cosa que el Síndrome de Alienación Inmobiliario.
—Qué maravilla eso de vivir en el
centro y no tener que coger coche cada vez que quieres salir a cenar y tomarte
una copa, no como aquí, que encima nos dejamos un dineral en taxi como nos
tomemos un pacharán después de la comida ¿verdad, Cari?
—Las cucarachas han vuelto y están
jugando a las casitas en la habitación de las niñas, Cari. A tres ya les he
puesto nombre porque han tirado el pañal de la heredera menor a la basura
y me ha enternecido el gesto. Esto en un
ático no te pasa porque a una planta tan alta, todo cuesta arriba, ellas no
suben. Eso pasa en los bajos como este ¿verdad? —aquí le lanzo la pregunta para
hacerlo partícipe del problema y para darle un motivo a las niñas para
preguntarle a Siri, que lo disfrutan mucho.
—¿Siri, las cucarachas suben a los
áticos?
—Disculpe pero no le he entendido.
Quizás quiso decir “Las ventajas de vivir en los áticos”?
Todos reímos. Objetivo segundo
completado. Fin de la segunda fase.
Y por último, llegamos al Objetivo
tercero también llamado VFC, que también significa Vamos a Firmar el Contrato.
Es una fase muy corta porque comienza cuando pregunto el precio de mi futuro
hogar y termina tres horas más tarde cuando firmamos el contrato, todo ello
después de visitar la casa, apuntar los puntos débiles, negociar el precio
atendiendo a los puntos débiles y de arreglarnos todos como si fuésemos a misa.
Lo que viene después, os lo podéis
imaginar: cajas, más cajas, esto lo tiro, no lo tires mamá por lo que más
quieras, si con esto no juegas, cómo que no si es mi juguete favorito, no te lo
crees ni tú, pues ya no me mudo, pues aquí te quedas, es que yo estoy in love con esta casa, mami… y a
reírnos. Somos así, muy de comedia dramática con giros inesperados.
Lo que viene después, os lo podéis
imaginar, pero mejor os lo cuento otro día.
FAN para todos o, lo que es lo mismo,
Feliz Año Nuevo.
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