jueves, 13 de diciembre de 2018

EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD


No sé si se debe al cambio climático o a que desde que soy madre el tiempo pasa a la velocidad de la luz, pero juraría que ayer mismo estaba en la playa embadurnando a las herederas con crema solar hasta las cejas.

—¿Mami podemos poner ya el árbol? ¿Podemos ya? ¿Podemos?

Eran las siete de la mañana del domingo.

—¿El de Navidad? ¿Ya? Pero si aún no hemos celebrado Halloween ¿verdad?

En realidad, a esas horas, no sabía si quiera si había nacido ya o seguía feliz y calentita buceando en la barriga de mi madre.

—No mamá, Halloween es mañana. ¿De qué nos vamos a disfrazar? Ji, ji, ji —ellas son así; les entra la risa nerviosa cuando ven una oportunidad de disfrazarse y de que yo tenga que levantarme seis horas antes para pintarles la cara. A las tres.

—¿Mañana? ¡Pero si tu hermana aún tiene la señal de los manguitos en los brazos y yo aún estoy recogiendo arena del maletero del coche! Vaya, pues habrá que improvisar.

 Improvisar en casa significa adaptar los disfraces de Carnaval a un outfit zombie: reina regente zombie, Frida Kahlo zombie, Blancanieves independiente zombie, Cenicienta empoderada zombie… y así. Es ponerle unas ojeras y a correr.

 El caso es que, de repente, la Navidad vuelve a estar aquí.

Y a mí, en lo que a decoración navideña se refiere, no me ganan ni en casa del mismísimo Papá Noel.

—Chicas, a vuestros puestos. Preparadas, listas ¡ya!

Qué caras, qué ojitos, que manos sacando bolas de colores y esparciendo el musgo del Belén por toda la casa. El Niño Jesús jugando en casa de Peppa Pig, la Virgen y San José corriendo rallies por el pasillo, los Reyes Magos perdidos en algún lugar debajo de mi sofá… Qué bonito es dejarles dar rienda suelta a su creatividad por unos instantes, los que tarda en aparecer mi manía de colocarlo todo a mi gusto y bien derechito. Ay, ya pasó, ya pasó.

Más tarde, una vez adornada la casa, abordamos los dos temas fundamentales de la Navidad en la familia media española: comida y regalos.

En mi familia tenemos una tradición ancestral que consiste en que todo el mundo haga como que va a cocinar algo hasta que interrumpo yo y digo:

—Anda, qué tontería. Luego sobra muchísima comida, como todos los años. Yo me encargo del menú y vosotros de los postres.

—De ninguna manera, entre todos.

—Que no, insisto.

—Bueno, pues nosotros el vino.

—Vale, pues nosotros pasteles de Confitería Manuela.

—Mira que eres bruta. Anda, nosotros llevamos la sidra, que luego nadie se acuerda.

Y así todos los años. Tradición ancestral, ya digo.

Una vez solucionado el tema de la gastronomía, nos adentramos de lleno en el mundo de los regalos.

—Cari, este año qué hacemos ¿amigo invisible?

—Pues no sé, porque luego le toca regalarme a tu tío Fermín otra vez y ya me sale el Agua Brava por las orejas.

—Pues ponemos un límite.

—¿De buen gusto?

—De dinero.

—Claro y con veinte euros qué compras. Y encima quedas de cutre para todo el año.

—Pues un detalle para cada uno.

—Somos treinta y cinco.

—¿Un detalle handmade?

—¿Eso qué es? ¿Lo de hacer barquitos de papel y pajaritas?

—¿Y si nos inoculamos un virus y pasamos las Navidades en el hospital descansando?

—¿Pero un virus, cómo? Flojito ¿no? Algo leve ¿verdad?

—Mira, ya está, yo me encargo.

—Lo veo, cari. Lo veo.

Aunque el papel estelar de la Navidad lo tienen las cartas interminables de las tres herederas.

—Mami, quiero esto y esto y esto. También esto y esto para mí pero para jugar con mis hermanas, así que no cuenta para mí sola. Y esto. Ahhhh, y estooooo. Esta hoja entera también y después lo que ellos quieran de sorpresa, pero sobre todo quiero un Ksi Merito llamado Cachipanga. Eso lo quiero más que a nada en el mundo. Más que a todos los juguetes del mundo entero y del Espacio Sideral. De aquí a infinito lo quiero, mami.

—¿Quieres qué?

—Un Ksi Merito llamado Cachipanga, mami. Viene con dos mamaderas y un chupón.

Ante semejante respuesta no sé si preguntarle o vivir en la ignorancia para siempre. Finalmente pregunto, cuando noto que me han hecho efecto las tres tilas que me he tomado de golpe.

—Dime, cariño, eso de las mamaderas ¿qué es?

—Pues lo que come el bebé, mami.

Mierda. ¿Estos bebés son de teta, de biberón, de mixta? ¿Será el relactador, el sacaleches? ¿Será posible que ya los informen tan bien sobre lactancia y yo no me haya enterado?

Decido mirar en San Google y descubro que son unos juguetes mexicanos, que las mamaderas son biberones y los chupones, chupetes. Ahora entiendo a mi madre cuando decía que eso de “followers” no le acababa de sonar del todo bien.

Una vez aclarados los términos, decido empezar a buscar a Cuchipanda en la única tienda que los vende en España.

—Hola buenos días. Querría un Khsiete de nombre Charangana. No, un momento, por favor. Un KsiMerito llamado Cachipanga.

La dependienta me mira con cierta sorna y decide hacerme esperar unos segundos interminables antes de abrir la boca para contarme que:

—Están agotados, señora. Tenemos a su disposición una lista de espera en la que puede apuntarse por si nos llega nueva mercancía.

—Ah, muy bien. ¿Podría apuntarme, por favor?

De nuevo la mirada.

—Claro, ya está. Es usted la seis mil doscientos veintidós.

Luego dirá mi cuñado que somos los únicos que le dejan la Tablet a una niña tan pequeña. Por lo menos hay seis mil doscientos veintiún niños más.

Como aún es pronto, decido volver paseando a casa. Al principio lo hago cabizbaja, mas concentrada en el menú de Nochebuena que en quien voy a tener sentado a mi lado; más preocupada por elegir un buen regalo que por sentirme afortunada de poder hacerlo; haciendo malabares con el presupuesto, recopilando recetas de mi cabeza. Entonces las veo. Las luces. Montones de ellas reflejadas en las pupilas de todos los que pasean a mi lado, como estrellas minúsculas de ilusión. Y le dejo pasar. Las prisas, las responsabilidades, la ansiedad del trabajo, de la casa, todo esperará fuera para que entre él. Ahora sí, de nuevo tengo ocho años… ya no importan las cuentas, no importan los malentendidos y los medio enfados. Importa la alegría, compartir risas, momentos, abrazos que quizás no se dan en otras épocas del año. Importa la ilusión de los días y las noches más mágicas del año.

               Bienvenido Espíritu de la Navidad.

Felices Fiestas llenas de ilusión.










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