martes, 12 de marzo de 2019

CUMPLEAÑERA FELIZ



Tal vez por ese puntito egocéntrico que Dior me ha dado, siempre he sido una fan total de celebrar mi cumpleaños.

Mi primer cumpleaños ya me lo tomé muy en serio y al ver que mi madre ignoraba mis deseos de preparar una decoración bicolor en rosa y dorado, me dediqué a pinchar todos los globos que encontraba de distintos colores a los seleccionados por la homenajeada, o sea, yo. La artista indiscutible. La única. La auténtica… ¡La cumpleañera!

Luego fui empeorando con los años hasta llegar al día de hoy en el que me he convertido en una persona capaz de negarte el saludo si no me felicitas un cumpleaños. Esa soy yo, egocéntrica y rencorosa. Un regalo.

Y para que eso no ocurra, para que nadie se olvide de un día tan señalado en mi calendario, voy lanzando indirectas con antelación suficiente.

—Querido.

—Dime Querida.

—¿Has visto cuando caducan los yogures?

—Recuerda que mis rayos de visión capaz de atravesar paredes y puertas de frigoríficos no funcionan si estoy en el baño, querida. ¿Tengo que salir a comérmelos todos antes de que exploten o pueden esperar un momento?

—Como siguas tardando se nos va a caducar hasta el agua del grifo, Querido— le dije desde el cariño. —Por cierto, caducan dentro de un mes justo —añadí entre risas y haciendo hincapié en el justo, ya que coincidía justamente con el día de mi cumpleaños.

—Entonces podré estar un ratito más aquí sentado sin temor a que se echen a perder.

Alcé mi puño al cielo, agitándolo con vehemencia como si de un dibujito animado cabreado me tratase, y me dispuse a idear mi nueva indirecta para lanzársela en cuanto saliera del baño. Me dio tiempo a idear cuatro y a cuajar una tortilla de patatas para la cena. También pude ver las dos primeras temporadas de Juego de Tronos para poder tener conversación en algunos eventos sociales y a ponerme al día en las conversaciones de Whatsapp de los grupos del cole.

Por fin salió, con una pierna dormida que habría que amputar seguramente para evitar el terrible dolor que originaba tales alaridos y muecas de daño infinito.

—Querida.

—Dime Querido —contesté segura de que la indirecta ya estaba captada, el pájaro en el nido, la gallina en el corral, todo el pescado vendido.

—Tengo que comer más kiwis.

Y luego se sorprenden de que cada día haya más divorcios.

Además de la fecha, el otro tema importante en cada cumpleaños es el regalo. Mi tesoro. Disfruto tanto abriendo bolsas, rasgando papeles decorados y abriendo cajas primorosamente preparadas, que el día de Reyes tengo que tomarme un trankimazín para no levantarme la primera y chafarles la sorpresa a todos.

Puedes creerme cuando digo que lo importante es que vengas tú, que verte junto a mí en un día tan señalado me hace feliz y me llena de orgullo y satisfacción. Lo importante es que vengas tú y que traigas en la mano una bolsa de Dolores Promesas, por supuesto que sí, puedes creerme, con la mano en el corazón te lo digo.

A menos que seas una de mis hijas en cuyo caso la bolsa de Dolores Promesas se te convalida por el dibujo de una señora muy grande ocupando todo el papel con un vestido gigante lleno de corazones.

—Querido.

—Dime Querida.

Tenemos que cambiar esta manera de llamarnos. No sé que vamos a dejar para cuando seamos dos adorables ancianitos de noventa años.

—¿Has visto la nueva tienda de decoración de la esquina? Tiene las lámparas de Poulsen a mitad de precio ¿te lo puedes creer?

—¿Estamos locos? ¿A mitad de precio? ¿Cómo voy a creérmelo así, de golpe y porrazo, sin una foto ni un enlace de Facebook corroborándolo ni nada?

Igual en el momento no es consciente pero el objetivo está fijado, el mochuelo en su olivo, el ratón en su madriguera.

—Hay que ver lo desangelado que tenemos este rincón. Vendría tan bien una lámpara…

—Presiona aquí, Querido. Justo donde pone ¨PULSEN”…

—Espérame en la esquina cinco minutos junto a la tienda de decoración y nos tomamos una cerveza antes de subir a casa.

Esa soy yo, la reina de los mensajes subliminales.

Normalmente lo dejará para el último momento y de su mente surgirá la idea. Él se mostrará orgulloso y yo podré al fin tener la lámpara de mis sueños. Todos contentos.

Menos este año. Este año me ha captado al vuelo.

—Querido.

—Dime Cuqui.

—¿Cuqui?

—¿No querías un apelativo más jovial? Pues Cuqui. Bien jovial que es.

—La expresión “bien jovial que es” invalida cualquier atisbo de jovialidad que pudiera desprenderse de tu apelativo, Querido.

—Dime mi eterna, por siempre y siempre jamás Querida.

—¿Has visto cuando caducan los yogures?

—¿Cuáles?

—¿Cómo que cuáles?

—¿Los de sabores que toman las niñas, los ecológicos que compras por si vienen tus amigas o los de vasito de cristal que pones delante por si la que viene es la Princesa Leonor a jugar a casa?

—Sabores.

—No.

—¿Puedes mirarlo?

—Estaba pensando en ir al baño ahora, Querida jovialmente hablando.

A la mierda.

—Caducan el día de mi cumpleaños y de regalo quiero ir de excursión por la calle Cuna. Pero en familia, como, a ti te gusta.

Querido me sonríe desde la puerta del baño antes de despedirse de nosotras durante cuatro horas o tal vez para siempre. A veces pienso que detrás del espejo hay un mecanismo que al accionarse mediante un código ultrasecreto, provoca la apertura de un pasadizo que conecta con una casa donde vive su otra familia. Y allí sí tiene perro y le toca sacarlo a pasear siempre. Eso lo explicaría todo ciertamente.

—Este año no, Querida. Este año voy a sorprenderte como nunca lo he hecho.

—¿Cómo cuando hiciste la morsa con dos palitos del japonés después de ver Algo pasa con Mary?

—Más aún.

—¿Cómo cuando me dijiste que tenías un pasado gótico porque te hiciste fan de Tim Burton?

—Más aún.

—¿Cómo el día que me llevaste a la Ópera de París después de regalarme un vestido de  Oscar de la Renta fucsia?

—Eso nunca ha pasado, Querida.

Ya lo sé, Querido, pero pasará.

Comienza la cuenta atrás: Operación subliminal 2019.

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