Como ya sabéis todos mis (innumerables,
maravillosos y queridos) lectores, soy la responsable de contestar las cientos,
miles, tal vez millones de cartas que llegan a la redacción suplicando unas
palabras de esperanza, un consejo afortunado, un mensaje de aliento en el que
encontrar respuesta a los problemas del día a día, de la vida, del amor. Soy la
cara oculta de Pandora Encriptada,
esa hechicera de los sentimientos que logra reconciliar parejas, encauzar
amistades, arrancar sonrisas; todo ello desde un conocimiento profundo de la
psique humana de las personas y un manejo nivel Dior de la empatía o, dicho de
otro modo, de ponerme en la piel del otro.
Mi consultorio sentimental es un
oasis para el que tiene sed; un Zara para el que camina desnudo; un Kebab
abierto para el que vuelve a casa después de salir de marcha un sábado noche. Leo
y contesto cada carta tal y como lo haría con mi mejor amigo, interiorizando el
problema, visualizando una solución, transmitiéndosela con cariño y tacto. Todo
muy Zen, muy relajado, muy positivo.
Por ejemplo, así, al azar, pongamos
el caso de Turgalita Pérez (es un pseudónimo, Marga, nadie sabrá que eres tú).
“Querida Pandora Encriptada:
Déjame decirte, en primer lugar, que
soy una ferviente admiradora de tu trabajo y de ti en concreto porque altruistamente
(¿esto significa gratis?, ¿perdona?) prestas
tu ayuda a los millones de personas (os
lo avisé, eran millones) que como yo, acuden a ti en busca de la luz de un
faro en alta mar una noche de tormenta en medio del Océano (Turgalita a veces se hace la picha un lío).
Ojalá algún día te den el Premio
Nobel de la Paz y de Literatura, porque yo te daría los dos ya que eres una
gran escritora que persigue el sueño de una sociedad mejor (¡¿Qué?! ¿No tiene uno Al Gore, con ese apellido que da tan mal rollo?)
Te escribo para pedirte consejo ya
que me encuentro navegando en un mar de dudas y desconozco hacia donde he de
virar el timón.
Verás, hace treinta años me casé en
una encantadora calita ibicenca con el que hasta hace unos meses, pensé era el
amor de mi vida. Ambos éramos dos hippies
enamorados de la libertad y precisamente por amor, decidimos renunciar a ella
uniéndonos para siempre en matrimonio.
Con los años fui acortando la melena
y sentando la cabeza; tuvimos cinco hijos, un trabajo de ocho a ocho para mantenerlos,
una hipoteca porque era lo que tocaba y un Volvo
al cabo del tiempo porque era lo que correspondía a un puesto de mi categoría. Mateo
daba clases de pintura y en los ratos libres, creaba obras de arte que luego
exponía en alguna galería de la ciudad.
Éramos felices.
O eso pensaba.
Hace apenas unos meses que ha
empezado a tener comportamientos extraños. Verás, se ha comprado una corbata y
unos castellanos que finalmente ha devuelto porque no le cabía el pie, dado de
sí como lo tiene del uso continuado de sandalias. Se ha cortado el pelo y afeitado
la barba; se ha apuntado a un curso de contabilidad y al casting de Masterchef; mantiene conversaciones serias
con nuestros hijos y no en modo compadre como ha hecho toda su vida. ¡Incluso
se ha comprado un Iphone! ¡Él, que
lleva con un Nokia desde que se lo
metí en el bolsillo por si surgía alguna emergencia hace veinte años!
Mi amiga dice que es obvio que ha
conocido a alguien (íntimamente quiere decir; conocer, conoce a mucha gente en
general) y que además desea que lo sepa porque es imposible dejar tantas pistas
si no tienes intención de ser descubierto.
¿Qué piensas tú? ¿Crees que debería
contratar un detective o seguirlo yo que siempre resulta más económico? ¿Viro por
avante y me fío de él ciegamente o viro por redondo y pongo a Colombo a trabajar?.
Confío totalmente en tu criterio.
Tuya siempre,
Turgalita marítima.”
Tú, querido lector, seguramente pensarás
que la amiga tiene más razón que una santa y que todo apunta a una infidelidad
nivel cantoso. Y puede que aciertes. Pero también puede que no y entonces
emitas un mal consejo y propicies una ruptura injusta para esta historia de
amor. ¿Complicado, verdad?
Observa a la maestra:
“Estimada Turgalita Marítima;
Permíteme en primer lugar agradecerte
tus halagos que, si bien son de un calibre del todo desorbitado, no dejan de reflejar
fielmente el cariño y la fe que me profesas. Por ello te doy las gracias y te
comprendo.
Con respecto a tu marido déjame
decirte que no debes guiarte por las apariencias y sí en cambio por el corazón.
Mateo es la misma persona con y sin barba; en taparrabos o con corbata; con
veinte años o con cincuenta. Mira dentro de él a través de sus ojos y
pregúntale a su corazón qué busca mediante estos pequeños cambios sutiles en la
vestimenta. Igual tan solo ha alcanzado
la madurez; ya sabes que los hombres tardan algo más en abandonar el estado de piterpanismo del que ya hemos hablado
alguna que otra vez.
Alégrate por esas conversaciones serias,
como tú las llamas, con vuestros hijos. Permíteme animar desde aquí a todos mis
lectores a embarcarse en la complicada tarea de la educación calmada,
respetuosa, tranquila. Vivimos en un mundo ruidoso y estresante que convierte
en ruidosas y estresantes las conversaciones con los que más queremos: nuestros
hijos. Calma, respeto, escucha activa. Ahí está la clave.
Ante todo coge aire, respira hondo
diez veces al día para conectar con tu yo más profundo. Él es quien conoce de
verdad a tu marido y no te engañará.
Pero si después de mirar dentro de él
no encuentras respuesta, no te desesperes y hazlo dentro de su cartera. Te doy
mi bendición para que lo hagas sin remordimientos, solo una vez y con cuidado.
Recuerda: la calma es fundamental
para llegar a conectar tu yo más íntimo con su yo más íntimo. Ellos sabrán
decirse la verdad.
Abrazo de ayurveda.
Pandora Encriptada.”
Todo es calma y paz en el mundo Pandora.
Hasta que llego a casa y la escena
con la que me encuentro es más o menos esta:
Herderas peleando en un combate a
muerte por un motivo cualquiera que han olvidado hace media hora. Querido
intentando que se pidan perdón por las buenas como yo les he enseñado.
—Venga chicas, respirad hondo. Mirad
dentro de vosotras a ver si encontráis el motivo de los coj… Mirad a vuestro yo
interior que me estoy cabreando. Mirad a vuestro yo interior a la de una. Mirad
a vuestro yo interior a la de dos. Dos y medio…
—¡Mamiiiiiiiiiiiiiiii, mira lo que me
ha hecho!
—¡Y mira lo que me ha hecho a mí!
Uy, aquí huele a caca. Heredera
pequeña camina a lo vaquero del desierto arrastrando un pañal con el preciado
botín.
—Y a la de tres ¡Se acabó! A vuestro
cuarto.
—¡Mami a que vosotros no creéis en
los castigos? ¿A que no?
Mami respira, invoca a Pandora, a la
ayurveda, al Pájaro Espino, pero es inútil y también me uno a las discusiones,
al enfado generalizado, a soltar adrenalina en familia que es como hay que hacerlo.
A mí el relax me desespera; tanto es así
que cada vez que voy a un spa me entran ganas de coger el bote de crema de las
manos de la masajista y dármela yo en un momentito. Mira, así, plas, plas y ya
está. Mis allegados han optado por no regalarme este tipo de experiencias
relajantes por motivos obvios.
A veces pienso que a base de repartir
relax y calma por el mundo, voy a ser la única loca de los trapos que quede por
ahí desesperándose por cualquier cosa. Bueno, y Querido, que siempre me acompaña.
¡Ay, qué bueno! (Sí, es verdad, podría explayarme en halagos pero voy en el bus, que parece conducido por un psicópata con un mal día, y además, nunca lo haría mejor que tú misma. Así que dítelos por mí, porfa).
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