—Bueno, bueno,
cómo me he despertado esta mañana, Querido.
Querido esboza
sonrisa y arquea ceja.
—Quiero ser una influencer.
Querido muestra
un semblante somnoliento y de absoluto desconocimiento ante semejante
neologismo lingüístico.
—Influencer, Querido. Como las Kardashian.
No hay rastro de
vida humana en la expresión de sus ojos.
—Chiara
Ferragni.
Nada, ni
pestañea. Comienza a roncar con los ojos abiertos.
—¿Recuerdas que
cuando se casó tu hermano, tu madre se compró un vestido del que se había
enamorado al vérselo puesto a una famosa?
—Sí, sí, a la
Preysler. El mismo era. Comprado en la Calle Cuna un veinte de julio a las
cinco de la tarde. Por lo que sudó aquel día, entró perfectamente en una talla
menos.
Todo esto lo
dice casi sin mover los labios, la mirada perdida, los párpados a media asta.
—La Preysler,
Querido. La primera influencer de la
Historia de la Humanidad.
—Estoy muy
orgulloso de ti, cariño, lo vas a hacer muy bien, buenas noches, te quiero,
hasta mañana, shhhh…
¿¿¡¡¡Cómo que
hasta mañana!!!?? ¡Son ya casi las ocho y ahí fuera han colgado un sol radiante!
Me tiro de la cama para prepararme un desayuno healthy de real food a
tope de vitaminas, hacerle su foto y colgarlo en la cuenta que me acabo de
abrir en Instagram, pero compruebo
desolada que en casa solo quedan magdalenas de la Bella Easo y tres donetes
tigre. Ni una manzana para darle un buen bocado con su piel incluída aunque yo
siempre la pelo. Ni un poquito de chía para hacerme un buen porrigde aunque desconozca por completo
la manera de prepararlo. Ni unas hojas de espinaca para mezclarlas con
zanahorias baby y arreglarme un desayuno sano y nutritivo.
Me como los donetes tigre mientras miro con especial
atención los vídeos que ya ha colgado una influencer
de la maternidad llamada @mamaborregadecuatroborregos y caigo en la cuenta de que
no he ido a ver si las herederas seguían en sus camas o se habían caído
descalabradas en su primera noche sin barreras. Hemos decidido quitárselas porque
de seguir así, las veíamos yéndose de Erasmus con las barreras en las maletas, o
disfrutando de su Interrail con la mochila a la espalda y la bolsa con la
barrera en la mano.
—¡Venga, soltad
la barrera! ¡Con ellas no lograréis subir a este tren en marcha que nos llevará
a conocer rincones mágicos y desconocidos! — les gritarían sus amigos, tendíendoles
las manos para que, asiéndolas con fuerza, lograran subir al tren de la
aventura.
—¡No podemos! ¡Nuestra
madre dice que nos caeremos de la cama y que en el suelo no habrá suelo, sino
un agujero negro por donde desaparecen los niños que se caen de la cama porque
sus padres no les pusieron barrera!
—¡Tenéis
cuarenta y dos años!¡Ya no cabéis por el agujero!¡Subid! ¡Cortad el cordón!
He borrado el
anuncio de la venta de las barreras en Wallapop.
No estoy preparada.
Imagino, por la
ausencia de ruido nocturno, que estarán bien. Sí, ¿no? ¿Verdad? Venga, a quién
quiero engañar. Me asomo a la habitación y las veo dormir plácidamente en
cómodas posiciones de funambulistas circenses. Les hago una foto por si decido
convertirme en influencer maternal,
ya que aún no tengo muy claro en qué campo concreto quiero convertirme en una
estrella.
@mamaborregadecuatroborregos
ya lleva una hora en pie. Ha ido a correr siete kilómetros mientras su marido borrego
colechaba en su cama gigante con los cuatro borregos. Ha vuelto y, después de
hacer su media hora de hipopresivos, ha preparado un desayuno a base de batidos
brotes de soja, algas wakame y boniato seco que las herederas me hubieran
tirado a la cara mentalmente, claro, porque mis niñas no son de tirar cosas a
la cara de su madre en directo.
Cuando los
cuatro borregos se han levantado, papá borrego los ha vestido a todos iguales y
los ha colocado en un sofá ideal y blanco impoluto para hacerles una foto
preciosa. Yo estas fotos tampoco me las puedo permitir porque mi sofá, más que
impoluto, es como el vestido de novia de Angelina Jolie cuando se casó con Brad
Pitt, decorado por sus hijos con amor y cariño. Mi sofá es igual, pero con
saña. Le hago una foto al sofá por si finalmente me convierto en influencer de personas con síndrome de
Diógenes, ya que últimamente guardamos en casa hasta las tapas de los yogures.
@mamaborregadecuatroborregos
ha colgado además dos tutoriales para explicar cómo acudir perfectamente
maquillada a la feria tanto si vas de día, como si vas de noche. Tomo notas
mientras los visualizo porque yo me pongo mi eyeliner tanto si voy a ir a cenar
al Abades Triana como si tengo que comprar medio kilo de boquerones debajo de
casa. Y no. Mal. Es un despropósito total. Le he enviado un comentario con
muchos corazoncitos a @mamaborregadecuatroborregos dándole las gracias por el
servicio público que hace y me ha contestado con un emoticono de ojitos de
corazón. Bueno, se me han saltado las lágrimas y todo. Después de correr, de
realizar sus hipopresivos, preparar los batidos de alfalfa para un regimiento, maquillarse
para ir a la feria por el día y maquillarse para ir a la feria por la noche,
tiene tiempo de contestar a una persona de a pie como yo.
Le pongo
corazoncitos en todas sus fotos como muestra de agradecimiento. Descubro
comidas preparadas como para que le pase revista la mismísima Reina de
Inglaterra; habitaciones perfectamente decoradas, recogidas y ordenadas; viajes
a playas paradisiacas; viajes culturales con cuatro niños aprendiendo Historia in situ; bolsos muy caros; zapatos muy
caros; cremas muy caras.
—Querido, vamos
a hacer la compra que con lo que hay en la nevera no puedo ser influencer de nada.
—¿Y con lo que
tienes en el armario?
—Buena idea;
pasaremos primero por el centro comercial que tengo que agenciarme unos básicos
de temporada y algún must de capricho
para el summer.
—¿Pero qué
dices, cariño?
—Yo qué sé,
Querido. Que quiero ser como la borrega y me he enajenado temporal y
transitoriamente.
Con el fin de no
obsesionarme con lo de ser la madre perfecta, he visitado otras páginas con
muchos seguidores para estudiar el fenómeno influencer.
Así, si finalmente no me convierto en una de ellas, tendré la información
suficiente como para escribir un artículo de investigación de tal envergadura y
calado social, que cruce mares y océanos y me traiga un Pulitzer bajo el brazo cuando vuelva a casa.
Debería hacerme
mirar esta obsesión mía por los premios.
Descubro influencers del deporte. Lo descarto por
mi escasa capacidad pulmonar y mi incapacidad para caminar con deportivas.
Descubro influencers de la moda. Lo descarto por
mi famélico armario. Tres vestidos, dos pantalones y un bolso no dan para influenciar
a la gente con muchos lookazos.
Descubro influencers de la comida. No lo descarto
en un primer momento pero sí en un segundo. A ver, un día, una se luce, pero
los macarrones con tomate y las lentejas con chorizo no tienen mucha salida
comparados con los platos del Comidista y compañía.
Descubro influencers de la fotografía. Lo
descarto porque odio las fotografías y además siempre las hago torcidas,
desenfocadas y no sé abrir ni cerrar objetivo ninguno.
Descubro influencers famosas o hijas de. Lo
descarto de momento.
Descubro a la
heredera mayor mirándome mientras escribo este artículo. Me mira en silencio
porque sabe que cuando mamá trabaja, las musas de la inspiración pueden
asustarse y salir volando si se la interrumpe. Detengo mis manos sobre el teclado y le
devuelvo la mirada. Tiene mi sonrisa, y mi forma de colocarse el flequillo. Quiere
aprender a cocinar como mamá. Le gusta ponerse mi ropa y observarme cuando me
maquillo.
Y entonces descubro
que ya soy una influencer, una Kardashian
en esta casa. Y que tengo tres seguidoras que nunca jamás dejarán de seguirme,
aunque el sofá tenga pinturas rupestres o solo haya donetes para desayunar.
Que mejor ejemplo a seguir van a tener.... besitos mil
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