martes, 11 de junio de 2019

La influencer.


—Bueno, bueno, cómo me he despertado esta mañana, Querido.

Querido esboza sonrisa y arquea ceja.

—Quiero ser una influencer.

Querido muestra un semblante somnoliento y de absoluto desconocimiento ante semejante neologismo lingüístico.

Influencer, Querido. Como las Kardashian.

No hay rastro de vida humana en la expresión de sus ojos.

—Chiara Ferragni.

Nada, ni pestañea. Comienza a roncar con los ojos abiertos.

—¿Recuerdas que cuando se casó tu hermano, tu madre se compró un vestido del que se había enamorado al vérselo puesto a una famosa?

—Sí, sí, a la Preysler. El mismo era. Comprado en la Calle Cuna un veinte de julio a las cinco de la tarde. Por lo que sudó aquel día, entró perfectamente en una talla menos.

Todo esto lo dice casi sin mover los labios, la mirada perdida, los párpados a media asta.

—La Preysler, Querido. La primera influencer de la Historia de la Humanidad.

—Estoy muy orgulloso de ti, cariño, lo vas a hacer muy bien, buenas noches, te quiero, hasta mañana, shhhh…

¿¿¡¡¡Cómo que hasta mañana!!!?? ¡Son ya casi las ocho y ahí fuera han colgado un sol radiante! Me tiro de la cama para prepararme un desayuno healthy de real food a tope de vitaminas, hacerle su foto y colgarlo en la cuenta que me acabo de abrir en Instagram, pero compruebo desolada que en casa solo quedan magdalenas de la Bella Easo y tres donetes tigre. Ni una manzana para darle un buen bocado con su piel incluída aunque yo siempre la pelo. Ni un poquito de chía para hacerme un buen porrigde aunque desconozca por completo la manera de prepararlo. Ni unas hojas de espinaca para mezclarlas con zanahorias baby y arreglarme un desayuno sano y nutritivo.

Me como los donetes tigre mientras miro con especial atención los vídeos que ya ha colgado una influencer de la maternidad llamada @mamaborregadecuatroborregos y caigo en la cuenta de que no he ido a ver si las herederas seguían en sus camas o se habían caído descalabradas en su primera noche sin barreras. Hemos decidido quitárselas porque de seguir así, las veíamos yéndose de Erasmus con las barreras en las maletas, o disfrutando de su Interrail con la mochila a la espalda y la bolsa con la barrera en la mano.

—¡Venga, soltad la barrera! ¡Con ellas no lograréis subir a este tren en marcha que nos llevará a conocer rincones mágicos y desconocidos! — les gritarían sus amigos, tendíendoles las manos para que, asiéndolas con fuerza, lograran subir al tren de la aventura.

—¡No podemos! ¡Nuestra madre dice que nos caeremos de la cama y que en el suelo no habrá suelo, sino un agujero negro por donde desaparecen los niños que se caen de la cama porque sus padres no les pusieron barrera!

—¡Tenéis cuarenta y dos años!¡Ya no cabéis por el agujero!¡Subid! ¡Cortad el cordón!

He borrado el anuncio de la venta de las barreras en Wallapop. No estoy preparada.

Imagino, por la ausencia de ruido nocturno, que estarán bien. Sí, ¿no? ¿Verdad? Venga, a quién quiero engañar. Me asomo a la habitación y las veo dormir plácidamente en cómodas posiciones de funambulistas circenses. Les hago una foto por si decido convertirme en influencer maternal, ya que aún no tengo muy claro en qué campo concreto quiero convertirme en una estrella.

@mamaborregadecuatroborregos ya lleva una hora en pie. Ha ido a correr siete kilómetros mientras su marido borrego colechaba en su cama gigante con los cuatro borregos. Ha vuelto y, después de hacer su media hora de hipopresivos, ha preparado un desayuno a base de batidos brotes de soja, algas wakame y boniato seco que las herederas me hubieran tirado a la cara mentalmente, claro, porque mis niñas no son de tirar cosas a la cara de su madre en directo.

Cuando los cuatro borregos se han levantado, papá borrego los ha vestido a todos iguales y los ha colocado en un sofá ideal y blanco impoluto para hacerles una foto preciosa. Yo estas fotos tampoco me las puedo permitir porque mi sofá, más que impoluto, es como el vestido de novia de Angelina Jolie cuando se casó con Brad Pitt, decorado por sus hijos con amor y cariño. Mi sofá es igual, pero con saña. Le hago una foto al sofá por si finalmente me convierto en influencer de personas con síndrome de Diógenes, ya que últimamente guardamos en casa hasta las tapas de los yogures.

@mamaborregadecuatroborregos ha colgado además dos tutoriales para explicar cómo acudir perfectamente maquillada a la feria tanto si vas de día, como si vas de noche. Tomo notas mientras los visualizo porque yo me pongo mi eyeliner tanto si voy a ir a cenar al Abades Triana como si tengo que comprar medio kilo de boquerones debajo de casa. Y no. Mal. Es un despropósito total. Le he enviado un comentario con muchos corazoncitos a @mamaborregadecuatroborregos dándole las gracias por el servicio público que hace y me ha contestado con un emoticono de ojitos de corazón. Bueno, se me han saltado las lágrimas y todo. Después de correr, de realizar sus hipopresivos, preparar los batidos de alfalfa para un regimiento, maquillarse para ir a la feria por el día y maquillarse para ir a la feria por la noche, tiene tiempo de contestar a una persona de a pie como yo.

Le pongo corazoncitos en todas sus fotos como muestra de agradecimiento. Descubro comidas preparadas como para que le pase revista la mismísima Reina de Inglaterra; habitaciones perfectamente decoradas, recogidas y ordenadas; viajes a playas paradisiacas; viajes culturales con cuatro niños aprendiendo Historia in situ; bolsos muy caros; zapatos muy caros; cremas muy caras.

—Querido, vamos a hacer la compra que con lo que hay en la nevera no puedo ser influencer de nada.

—¿Y con lo que tienes en el armario?

—Buena idea; pasaremos primero por el centro comercial que tengo que agenciarme unos básicos de temporada y algún must de capricho para el summer.

—¿Pero qué dices, cariño?

—Yo qué sé, Querido. Que quiero ser como la borrega y me he enajenado temporal y transitoriamente.

Con el fin de no obsesionarme con lo de ser la madre perfecta, he visitado otras páginas con muchos seguidores para estudiar el fenómeno influencer. Así, si finalmente no me convierto en una de ellas, tendré la información suficiente como para escribir un artículo de investigación de tal envergadura y calado social, que cruce mares y océanos y me traiga un Pulitzer bajo el brazo cuando vuelva a casa.

Debería hacerme mirar esta obsesión mía por los premios.

Descubro influencers del deporte. Lo descarto por mi escasa capacidad pulmonar y mi incapacidad para caminar con deportivas.

Descubro influencers de la moda. Lo descarto por mi famélico armario. Tres vestidos, dos pantalones y un bolso no dan para influenciar a la gente con muchos lookazos.

Descubro influencers de la comida. No lo descarto en un primer momento pero sí en un segundo. A ver, un día, una se luce, pero los macarrones con tomate y las lentejas con chorizo no tienen mucha salida comparados con los platos del Comidista y compañía.

Descubro influencers de la fotografía. Lo descarto porque odio las fotografías y además siempre las hago torcidas, desenfocadas y no sé abrir ni cerrar objetivo ninguno.

Descubro influencers famosas o hijas de. Lo descarto de momento.

Descubro a la heredera mayor mirándome mientras escribo este artículo. Me mira en silencio porque sabe que cuando mamá trabaja, las musas de la inspiración pueden asustarse y salir volando si se la interrumpe.  Detengo mis manos sobre el teclado y le devuelvo la mirada. Tiene mi sonrisa, y mi forma de colocarse el flequillo. Quiere aprender a cocinar como mamá. Le gusta ponerse mi ropa y observarme cuando me maquillo.

Y entonces descubro que ya soy una influencer, una Kardashian en esta casa. Y que tengo tres seguidoras que nunca jamás dejarán de seguirme, aunque el sofá tenga pinturas rupestres o solo haya donetes para desayunar.  




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